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Isabella se estremecía de placer mientras el se retiraba y empujaba hacia adelante, deslizándose dentro de ella, fuera de ella, lentamente al principio, después rápido, más rápido aún, profundas y duras estocada que la dejaban sin aliento y dejaban a sus nervios pidiendo a gritos más, siempre más. Ahora podía sentir el ritmo de él y empezó a encontrar su cuerpo con el propio haciendo que él apretara los dientes contra la creciente presión.

Nicolai deseó que durara para siempre, un éxtasis para ambos. Crecía en él, salvaje y primitivo. Su mujer. Su pareja. El rugido de su cabeza se incrementó. La aferró de las caderas más duramente, empujándola hacia él mientras él empujaba hacia adelante con largas y duras estocadas, tan profundamente que deseó encontrar su alma. Ningún otro la conocería, ningún otro la tendría, ningún otro le daría un hijo. Desgarró a través de él, una tormente ardiendo más caliente que nada que hubiera conocido nunca. Su cuerpo se estremeció, tensó, endureción con un solo propósito.

Isabella estaba estudiándole atentamente cuando su cuerpo empezó a golpear el de ella en una especie de frenesí. Al momento las ondas comenzaron, extendiéndose, abarcándola, tomándola y haciendo que gritara de placer. No paraba. El seguía, tomádola una y otra vez haciendo que su alivio pareciera interminable. No había sabido qué esperar, y solo pudo aferrarse a los brazos de él en busca de cordura mientras su cuerpo cobraba vida propia. Él echó la cabeza hacia atrás, la salvaje melena de pelo era un halo alrededor de su cabeza. Cuando su semilla se vertió en ella, caliente y rápida, sus caderas bombearon para enviarla profundamente, el rugido se hizo más hondo en su cabeza y salió desgarrado de su garganta.

Isabella le miró directamente a los ojos. El ámbar era un feroz rojo-anaranjado, como si su cuerpo realmente hubiera empezado a quemar y las llamas estuvieran ardiendo brillantemente en su mirada. Sus manos se apretaron alrededor de las caderas de ella, sus dedos se hundieron en ella.

– Isabella -Fue un suave y ronco gemido de derrota, de miedo-. Corre. Sal de aquí mientras puedas-. Había desesperación en su voz, pero no la dejaba marchar, su cuerpo atrapaba el de ella debajo. Sus caderas estaba todavía empujando hacia adelante mientras los músculos de ella se tensaban y apretaban a su alrededor. Isabella sintió una punzada de dolor en la cadera, una aguja perforante.

Le miró directamente a los ojos, sujetándole.

– Nicolai -dijo suavemente-. Te amo. Por ti mismo. No como el don. No como el poderoso ser que salvó al mio fratello. Te amo por ti. Bésame. Necesito que me beses-. No se atrevía a apartar la mirada de sus ojos, no se atrevía a arriesgarse a que la ilusión tomara el control, ahora no. No mientras hacían el amor.

Se hizo un silencio mientras él la miraba. Isabella permaneció en calma, esperando. Observando. Sus manos le frotaron arriba y abajo los brazos. Podía sentir sus músculos fuertes y duros bajo la piel. Piel, no pelaje. Las llamas se retiraron, y la aguja lentamente se retrajó de su cadera. Su cuerpo todavía aferraba el de él, sus músculos apretaban y soltaban mientras los pequeños temblores la mecían.

Él inclinó la cabeza y encontró su boca, un beso tierno.

– ¿Te hice daño? -Tenía miedo de mirarla, miedo de que ella viera las lágrimas brillando en sus ojos. ¿Cómo podía confiar siquiera en sí mismo con ella de nuevo? Sabía que la desearía una y otra vez, y cada vez que la tomara daría la bienvenida a una dolorosa experiencia de autocontrol. Antes o después perdería la batalla, y sería Isabella quien pagaría el precio.

– Sabes que no. -Frotó con la nariz un camino hacia arriba por su barbilla hacia la cominura de su boca-. ¿Siempre es así? -El pelo de él le rozaba la piel sensible, y profundamente en su interior, sus músculos reaccionaron contrayéndose de nuevo, enviando otra explosión de placer a recorrerla. El alivio la barrio. Estaba segura de poder encontrar una forma de ser más fuertes que la maldición. Por supuesto, era innato en Nicolai creer en la maldición, creer que un día mataría a la mujer que amaba, y ella temía que él fuera derrotado antes de que lo intentaran incluso.

– Lo viste, ¿verdad? -Su mano se movió sobre la cadera de ella y volvió con una pequeña mancha de sangre-. Me viste como el león.

– No, Nicolai, no lo vi. Te vi a ti, solo a ti – Le mantuvo cerca, sus pechos latiendo frenéticamente juntos. Necesitando consuelo, él tendió la cabeza sobre sus pechos mientras los dedos de ella le retorcían el pelo.

– Pero sentiste al león, Isabella -dijo tristemente-. Sé que lo hiciste. Se que lo oiste. -Su pezón era demasiada tentación, y lo tomó en su boca, su lengua jugueteó y acarició. De nuevo se vio recompensado cuando el cuerpo de ella se estremeció de placer, apretando y tensando a su alrededor. La besó en el pecho y se tendió tranquilamente, permitiendo que la paz, la tranquilidad de ella, se vertiera en su mente para poder pensar con claridad.

– Nada de eso importa, solo que estamos juntos -respondió ella suavemente.

Nicolai alzó la cabeza y la miró fijamente a la cara.

– No voy a casarme contigo -sus ojos brillaban hacia ella, y su pelo caía sobre los pechos sensibilizados, jugueteando con sus pezones hasta convertirlos en duros picos.

Se estremeció bajo él. Él yacía sobre su cuerpo desnudo, su cuerpo desnudo cubría el de ella, entrelazado con el de ella, sus brazos la sujetaban. Yacían juntos como marido y mujer, pero él elegía ese momento para anunciar que una vez más había cambiado de opinión. Isabella intentó no pensar que era culpa de su inexperiencia, del hecho de haber entregado su inocencia sin matrimonio.

– Por favor sal de mí -dijo cortésmente cuando lo que quería era abofetear su hermosa cara. Que todavía pudiera encontrarle guapo inflamó su genio aún más.

– Lo siento. ¿Soy demasiado pesado? -Cambió su peso inmediatamente, con un brazo todavía rodeándole la cintura y una pierna cruzada casualmente sobre sus muslos. El aliento de él era cálido contra su pecho-. No sé por qué no pensé en ello antes.

– Pensaste en ello antes -señaló Isabella secamente, y le empujó-. Debo levantarme. Sarina se preguntará donde estoy. Confio en que la inspección de mi cuerpo cuente con tu aprobación.

– Isabella -se sentó-. ¿Qué pasa? -Se frotó el puente de la nariz, confundido por su reacción-. Serás mi amante -la tranquilizó-. Nunca te dejaré. Enviaré a por otra novia si debo, pero tú te quedarás aquí y vivirás conmigo.

Su barbilla se alzó una fracción. Rodó lejos de él, se sentó al otro lado de la cama, e inspeccionó las sábanas manchadas, evidencia de su inocencia perdida, su temperamento se alzó haciendo que tuviera que luchar por controlarse.

– Supongo que me lo merezco, Signor DeMarco, y, por supuesto, sus deseos son órdenes para mí. ¿Tendría la decencia de salir de mí ahora por favor? – Enviará a por otra novia. Se atrevía a decirle eso mientras su cuerpo estaba todavía latiendo a causa de su invasión.

– Isabella, es el único modo de sortear la maldición. ¿No lo ves? -Extendió el brazo hacia ella, pero ella salió de la cama y avanzó lentamente hacia su bata, con sus oscuros ojos tormentosos.

– Don DeMarco, le pido que salga de mi habitación. He acordado servirle en cualquier cosa que me requiera a cambio de la vida de Lucca. Si desea que sea su amante, así será. Pero le pido que salga de mi habitación antes de olvidarme de mí misma y tirarle algo bastante grande a la cabeza. -Se sentía orgullosa de haberselas arreglado para mantener la voz tranquila.

– Estás enfadada conmigo.

– ¡Que listo por tu parte suponerlo. ¡Sal! -Pronunció las palabras cuidadosamente por si él fuera minusválido de algún modo. Quizás era eso lo que le ocurría los hombres después de yacer con una mujer. Quizás perdían el sentido y se convertían en perfectos imbéciles.

– Te estoy protegiendo, Isabella. -señaló razonablemente mientras tiraba de sus ropas-. Debes verlo. No tenemos otra elección.

– Le he pedido amablemente que salga de mi dormitorio -Isabella asumió su tono más orgulloso-. A menos que no tenga derechos en nuestra siempre cambiante relación, creo que la privacidad es poca cosa que pedir.

– Tienes que ver que tengo razón en esto -dijo Nicolai, exasperado con ella-. Dio, Isabella, podría haberte matado. Y si te conviertes en mi esposa, un día lo haré.

– Ah, si, de nuevo esa excusa. Un simple pinchazo se parece mucho a la puñalada de una daga. Creo que lo que me han apuñalado es el corazón.

Él tomó un profundo aliento y sacudió la cabeza.

– Tuvimos suerte esta vez. Lo sentí tomarme. Casi no pude controlar a la bestia, con mis emociones tan intensas, no me arriesgaré a casarme contigo y dejar que la bestia te tome, ni siquiera para apaciguar tus sentimientos heridos. La decencia no significa nada frente a la posibilidad de perderte.

– La decencia significa mucho para el mio fratello, signore, y para mi buen nombre. Soy una Vernaducci, y nosotros, al menos, no nos retractamos de nuestra palabra. -Le miró por encima de la nariz, en cada gramo la hija de su padre. Caminó hasta la puerta y la abrió de un tirón, ignorando el hecho de que estaba desnuda.- Salga de mi habitación de inmediato.

– ¡Isabella! -Horrorizado, él cogió su ropa con una mano, sus botas con la otra y se apresuró a la entrada del pasadizo secreto.

Ignorándole, Isabella tiró tranquilamente de la campanilla para convocar a un sirviente. Tercamente se negó a volver la mirada hacia Nicolai mientras él escapaba al interior del pasadizo. Miró resueltamente fuera de la puerta de su dormitorio, esperando a que su llamada fuera respondida.