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Francesca retrocedió alejándose de la cama, sacudiendo la cabeza y retorciéndose las manos.

– No puedes estar pensando en hablar con ella. Yo nunca lo he intentado siquiera.

– ¿Ella te asusta de algún modo? -preguntó Isabella amablemente.

Francesca bajó la voz a un susurro.

– Los otros tienen miedo de ella. No se acercan a ella, y no hablan de ella. La odian por lo que hizo.

– Bueno, yo creo que no hace ningún daño preguntar. ¿Lo intentarás? ¿Al menos le pedirás que hable conmigo a través de ti? -Isabella apartó la colcha de un tirón y rápidamente se extendió hacia su bata para cubrir su escandaloso atuendo-. Por mí, Francesca. Podría ser lo único que salve mi vida.

Francesca dudó un largo y tenso momento, después asintió.

– Lo intentaré, Isabella, por ti. Pero podría no responder. Ellos no son como nosotros, y el tiempo parece diferente para ellos. Pero lo intentaré esta noche.

– Ya que estoy pidiendo favores, necesito uno más. El mio fratello lo significa todo para mi, sé que tú sabes cosas que los demás no, cosas que quizás ni siquiera la sanadora sepa. Lucca llegará pronto, y necesitaré alguien que me ayude a cuidar de él. Yo no podré estar con él todo el tiempo, y Sarina tiene demasiadas responsabilidades. En realidad no conozco a muchos más. Por favor di que lo harás. Y si algo me ocurriera, prométeme que te ocuparás de él por mí.

Francesca se mordisqueó pensativamente el labio inferior, haciendo que Isabella se replanteara su opinión de que era salvajemente impetuosa. Francesca no daba su palabra a la ligera.

– Supongo que estar a cargo de un hombre podría ser divertido. Sé hacer unas pocas cosas que le ayudarían… si él me gusta.

Isabella dirigió su mirada fija a la otra chica. Francesca puso los ojos en blanco y se encogió de hombros.

– De acuerdo, te ayudaré a cuidar de él, Isabella. Pero espero que comprendas que Sarina y Nicolai no estarán de acuerdo con tu decisión.

– Es mi decisión, no la de ellos -Isabella alzó la barbilla con un claro aire arrogante.

Francesca rio en voz alta.

– Ellos creen que he sido tocada por la locura, y aún así tú estás dispuesta a poner la vida del tuo fratello en mis manos. Que perfectamente extraordinario.

Isabella extendió las manos hacia el fuego moribundo para detener el súbito escalofrío que se arrastró hacia abajo por su espalda.

– ¿Por qué creen que estás loca? Tú y yo no podemos ser las únicas que oyen los gemidos de noche.

– Todo el mundo los oye gemir. Los "otros" quieren que ellos oigan. Era una broma al principio, algo que hacer cuando estaban aburridos, pero yo creo que quieren que todo el mundo recuerde que todavía están aquí en el valle, atrapados en esto como el resto de nosotros.

Algo indefinido en la cara de Francesca, en sus ojos demasiado inteligentes, algo en su boca y barbilla, fascinó a Isabella. En la creciente oscuridad intentó asir lo que la eludía.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -La demanda fue ruda, acusadora, la voz ronroneaba con amenaza.

Ambas mujeres se dieron la vuelta para enfrentar a Nicolai mientras este emergía a su usual modo silencioso del pasadizo oculto. Recorrió a zancadas la habitación, insertándose protectoramente entre Francesca e Isabella. Había algo aterrador en su postura, en la línea de su boca.

Francesca retrocedió lejos de él, claramente apaciguadora.

– Solo estabamos hablando, Nicolai, eso es todo.

Isabella empezó a rodear a Nicolai, con un deseo repentino de consolar a Francesca fluyendo de ella, pero los largos dedos de Nicolai se envolvieron alrededor de su muñeca, atrapándola junto a él.

– Hablando de tiranos y dictadores, te señalo a mi hermano y así pruebo mi punto de vista.

– No te he despedido, Francesca -Mordió Nicolai entre los dientes apretados-. Vuelve aquí inmediatamente.

Isabella miró de una cara a la otra, sorprendida por, aun habiendo advertido un parecido, no haber supuesto la relación inmediatamente.

Francesca volvió lentamente, con cara malhumorada.

– No estoy para interrogatorios, Nicolai.

– Francesca -dijo Isabella suavemente, con dolor en los ojos- ¿por qué no me dijiste que eras la hermana de Nicolai?

Nicolai tiró de Isabella al abrigo de su amplio hombro, su mano encontrando la de ella.

– ¿A qué juego estás jugando, Francesca? ¿Por qué seguiste a Isabella y la asustaste esta tarde en la ciudad?

Isabella jadeó y habría protestado, pero los dedos de él se apretaron como advertencia alrededor de los de ella.

Francesca pareció aburrida, golpeando el suelo con el pie y dando un exagerado suspiro.

– Por Dios, ¿por qué perdería yo el tiempo en semejante tontería? Tu te las arreglas para asustarla bastante por los dos -Empeñadamente se negaba a mirar hacia Isabella.

– ¿Te atreves a negarlo entonces? -Un gruñido retumbó profundamente en su garganta, una clara amenaza-. ¿Crees que no puedo oler la sangre DeMarco? La perseguiste a través de las calles y la asustaste por tu propia diversión. ¿Creiste poder librarte de tal cosa?

La sangre se drenó de la cara de Isabella mientras miraba a la joven por la que había llegado a sentir afecto, la mujer a la que llamaba amiga. Era una dolorosa traición, inesperada y aterradoramente siniestra.

Francesca finalmente desvió la mirada de su hermano a Isabella.

– Inflexiblemente niego tu estúpido cargo, Nicolai. Mira a otra parte buscando a tus enemigos. Yo solo he buscado proteger a Isabella. Tú pareces demasiado ocupado planeando tus batallas para vigilarla apropiadamente -Había acusación en su voz-. Sophia puede protegerla aquí en esta habitación de la entidad que arruina nuestra valle. Isabella la ha despertado… no me digas que no la has sentido… y debería protegérsela todo el tiempo. Pero tú la dejas sola.

– Nadie mas que tú se atrevería a desafiarme, Francesca.

Francesca entrecerró los ojos y alzó la barbilla.

– Esto es pura arrogancia. No revisas nuestra historia, no reconoces a los ancestros, porque quieres creer que lo controlas todo en este valle, pero tú y yo sabemos que no es así.

– Olí nuestra sangre en la ciudad, Francesca.

Isabella encontró la acusación suavemente pronunciada de Nicolai, la frialdad de su tono, mucho más intimidatoria que su ardiente temperamento.

– ¿Puedes convertirte en la bestia, Francesca? -Isabella estaba luchando por asumirlo, recordando también la voz femenina conduciéndola escaleras arriba por el palazzo hasta el balcón, recordando que casi había muerto.

– Por supuesto. Soy una DeMarco. ¿Por qué no iba a ser capaz de convertirme en el león? Es mi derecho de nacimiento al igual que mi maldición. No le dejes engañarte, Isabella. Él abraza su legado al igual que yo. ¿Qué crees que mantiene nuestro valle y a nuestra gente a salvo de intrusos? -Inclinó la cabeza a un lado y dirigió una fría mirada a la cara pálida de Isabella-. Dime, ¿qué es una vida, la vida de una mujer, una intrusa, en comparación con regir todo esto? -Abrió los brazos ampliamente para abarcar el valle entero.

– Suficiente, Francesca. Ahora déjanos. Espero verte esta tarde en mis habitaciones. -La voz de Nicolai fue un látigo de exigencia.

– ¿Qué? -Desafiante hasta el final, Francesca alzó una ceja-. ¿Nada de torre para tu hermana loca, Nicolai? Qué amable por tu parte -Volvió a mirar hacia Isabella-. Conoce a tus enemigos, Isabella. Ese es mi consejo para ti. Estás rodeada de ellos -Francesca se dio la vuelta y se fue, utilizando el pasadizo para realizar su escapada.

Isabella gimió suavemente y se cubrió la cara con las manos.

– Vete, Nicolai. Vete tú también. No quiero ver a ninguno de los dos.

– No esta vez, cara mia -dijo él tiernamente-. No vas a despacharme. -Tiró del cuerpo de ella que se resistía hasta sus brazos y la sostuvo cerca, acariciándole el pelo, presionandole la cara contra su pecho mientras ella lloraba.

Ni siquiera sabía por qué estaba llorando o por quién. Simplemente lloraba. ¿Cómo podía encontrar solaz en los brazos de Nicolai cuando él era la mayor amenaza de todas para ella? Francesca había dado en el blanco con su flecha envenenada. ¿Qué es una vida, la vida de una mujer, una intrusa, en comparación con regir todo esto? Las palabras resonaban una y otra vez en su mente. Isabella había ofrecido su vida a cambio de la de su hermano… y Nicolai necesitaba un heredero.

Nicolai alzó a Isabella en sus brazos y la acunó contra su pecho. Su ridículo plan de mantenerla lejos de todo daño haciéndola su amante era defectuoso. Los leones sabían que ella era su auténtica novia. Él sabía que ella era su auténtica novia. La maldición ya estaba en funcionamiento. La entidad había despertado a su llegada, igual que había hecho a la llegada de su madre.

Supiró suavemente, se sentó en una silla, y frotó su barbilla sombreada sobre la coronilla de ella.

– No es cierto, sabes. Lo que te dijo Francesca. No planeé aprovecharme de ti, esperando intercambiar tu vida por la de Lucca. Intenté mantenerte lejos del valle. Había oído hablar de ti muchas veces, de tu coraje y tu pasión por la vida. Sabía que serías tú -Su dedos le acariciaban la piel, trazándole la boca-. Francesca no está muy cuerda, Isabella. Corre salvaje, como siempre ha hecho, y ninguno de nosotros ha tenido el corazón para obligarla a comportarse.