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Cuando la partida atravesó el arco, Isabella se apresuró junto a su hermano, casi derribando a los guardias. Lucca intentó levantarse de la litera para alcanzarla, y entonces le tuvo entre sus brazos, apretando con fuerza, abrumado por lo delgado que estaba. Su pelo oscuro estaba veteado de gris, su cara marcada y pálida, el sudor humedecía su piel, aunque estaba temblando con estremecimientos febriles.

– Ti amo, Lucca. Ti amo. Creí que nunca volvería a verte -le susurró contra el oído, las lágrimas atascaban su garganta.

El cuerpo de él estaba delgado y temblaba, pero sus brazos la sostuvieron firmemente, y enterró la cara en su pelo.

– Isabella -dijo. Solo eso. Pero ella oyó su sollozo ahogado, el amor en su voz, y eso fue suficiente… valía la pena el peligro que había afrontado.

Cuando una tos rompió su cuerpo, ella se echó hacia atrás para mirarle. Vió las lágrimas bañando sus ojos y le abrazó de nuevo antes de ayudarle gentilmente a recostarse hacia atrás en la camilla.

– Por favor, cuidado con él -instruyó a los guardias. Después se giró hacia el ama de llaves-. Quiero que le pongan en una habitación cerca de la mía, Sarina. -Isabella apretó la mano de su hermano, y él aferró la de ella igual de firmemente.

– Don DeMarco dijo que tenía que tener la habitación justo junto a su suya -Estuvo de acuerdo Sarina, palmeando a Isabella gentilmente-. Ya está preparada para él.

Con lágrimas en los ojos, Isabella caminó junto a la camilla, sus dedos entrelazados con los de Lucca.

La habitación a la que le llevaron era más masculina que la de ella. Un fuego crujía en el hogar, y consoladoras y aromáticas velas estaban también encendidas en la cámara.

Dos de los hombres ayudaron cuidadosamente a Lucca a entrar en la cama. Al momento, él empezó a toser y sostenerse el pecho como si tuviera un gran dolor. Isabella miró ansiosamente a Sarina, aterrada de que pudiera perder a su hermano cuando finalmente había regresado a ella.

Habían pasado casi dos años desde que había visto por última vez a Lucca. Dos años desde que él la había ayudado a montar en la grupa de su caballo y la había enviado a huir con las joyas de su madre y los tesoros que pudieron recoger rápidamente. Había sido advertido de que los hombres de Rivellio venía a por él, que el poderoso don pretendía robar sus tierras y hacer asesinar a Lucca o arrestarle y que se le llevara a isabella. Lucca había enviado a Isabella a la ciudad vecina, donde unos amigos se ocuparon de ella mientras él era perseguido. En el momento en que oyó hablar de su captura, ella había empezado a buscar la entrada a las tierras de Don DeMarco sabiendo que él era el único con poder suficiente para ayudarla a ella y a Lucca.

Esperó hasta que los guardias se fueron y la puerta se cerró antes de caer de rodillas junto a la cama. Lucca envolvió sus brazos alrededor de ella y enterró la cara en su hombro, llorando sin vergüenza. Ella le sostuvo firmemente, las lágrimas manando por su cara. Nunca en todos sus años le había visto llorar.

Fue Lucca quien recobró la compostura primero.

– ¿Cómo te las arreglaste para hacer esto, Isabella? -Su voz era baja y ronca, sus dedos se apretaron alrededor del brazo de ella, como si no pudiera soportar romper el contacto-. Cuando vinieron a por mí, creí que me estaban llevando a mi ejecución. No dijeron nada. Vi a Rivellio. Estaba de pie sobre las almenas y los observaba llevarme. Se mostraba burlón. Yo estaba seguro de que estaba tramando algún truco -La empujó más cerca-. ¿Estás segura de que DeMarco no es un aliado de Rivellio?

– ¡No! ¡No, nunca! -Isabella estaba horrorizada de que su hermano hubiera llegado a semejante conclusión-. Nicolai nunca haría semejante cosa. Desprecia a Rivello. Estás a salvo aquí. De veras lo estás -Le alisó hacia atrás la maraña de su pelo. Estaba tan delgado, cada hueso pronimente, la piel gris, estirada sobre su forma larguirucha como si ya no encajara. Isabella pensó que su corazón se rompería en pedazos-. Todo lo que tienes que hacer es comer, dormir y fortalecerte de nuevo. Debes la vida a Don DeMarco… tu vida y tu fidelidad. Él es maravilloso, Lucca, verdaderamente un buen hombre.

Lucca se recostó hacia atrás sobre la cama, su fuerza abandonándole.

– ¿Los rumores sobre él eran inciertos entonces? -Sus pestañas caían, aunque se esforzaba por mirar a su hermana siempre, temiendo que si cerraba los ojos despertaría y descubriría que todo era un sueño-. ¿Recuerdas las historias sobre la famiglia DeMarco que solía contar para asustarte? ¿Eran solo rumores? -Cerró los ojos, su cuerpo prevaleciendo sobre su mente-. Te debo la vida, hermanita. Mi fidelidad es tuya.

Ella le alisó el pelo como si fuera un niño.

– Sarina te traerá una bebida caliente, Lucca, y puedes permanecer despierto. -No quería que durmiera, quería que aguantara. Se inclinó cerca-. No te esfumes, Lucca. Lucha por tu vida. Te necesito. Necesito que estés aquí conmigo, en este mundo. Sé que estás cansado, pero estás a salvo aquí. Todo lo que tienes que hacer es resistir.

Por un momento los dedos de él se cerraron alrededor de los suyos, pero estaba demasiado débil para abrir los ojos y despertarse lo suficiente como para reconfortarla. Permaneció arrodillada junto a él, observándole esforzarse por respirar roncamente dentro y fuera, observando como una tos asfixiante lo convulsionaba antes de poder una vez más yacer tranquilamente.

Isabella agradeció cuando Sarina entró enérgicamente y asumió el control, colocando numerosas almohadas bajo los hombros y espalda de Lucca, permitiéndole respirar más fácilmente. Dirigió a Isabella para que la ayudara mientras ella presionaba una bebida caliente de hierbas curativas contra su boca. Él sorbió, sin intentar sostener la taza, sus brazos pesados a los costados. Estaba dormido en el momento en que apartaron la taza de sus labios.

Isabella sujetó la mano de Sarina.

– ¿Que dice la sanadora? Está mal, ¿verdad?

– La buena Madonna velará por él -La voz de Sarina contenía gran cantidad de pasión-. Con un poco de ayuda de nosotras. -Palmeó el hombro de Isabella.

El ama de llaves abandonó la habitación, cerrando la puerta, dejando a Isabella a solas con su hermano. Se arrodilló cerca de la cama para mantener vigilia. Para mirarle. Para beber de él. Le miró fijamente, temiendo que si apartaba los ojos de él desaparecería.

– ¿Isabella? -La suave voz la hizo ponerse rígida-. Por favor, Isabella, solo escúchame antes de odiarme.

Isabella se giró para mirar a Francesca, que esta de pie justo dentro de la habitación. Parecía insegura, incluso nerviosa, sin mostrar su usual autoconfianza.

– No estoy enfadada contigo, Francesca -Con un pequeño suspiro, Isabella colocó la mano de su hermano bajo la colcha y se puso en pie para enfrentar a la hermana del don-. estoy herida y decepcionada. Creí que eramos auténticas amigas. Me permití a mi misma sentir gran afecto por ti, y me sentí traicionada por tus engaños.

Francesca asintió.

– Lo sé. Sé que lo que hice estuvo mal. Debería haberte dijo inmediatamente quién era. No quería admitir que era la hermana loca del don -Bajó la mirada a sus manos-. Tú no me conocías. No sabías nada de mí. cuando de repente aparecí en tu habitación, simplemente me aceptaste -Se frotó el puente de la nariz, un gesto que curiosamente recordaba a su hermano-. Contigo podía ser quienquiera que quisiera, no la hermana medio loca del don. Me estaba cansando del papel pero no tenía forma de cambiarlo hasta que tú llegaste al valle.

Isabella vio el dolor crudo en los ojos de Francesca, y le fue imposible no sentir compasión por ella.

– Tú eres la única amiga que he tenido nunca, la única persona que alguna vez me habló como si lo que yo dijera tuviera importancia. -Francesca atravesó la habitación para mirar al hombre que yacía en la cama, su respiración era áspera y harapienta-. Incluso confiaste en mí lo suficiente como para pedirme que cuidara de tu hermano. No quiero perder tu amistad. He pensado mucho en ello, y mi orgullo no vale lo que tú me das. -Se arrodilló junto a la cama-. Yo no hice lo que Nicolai dijo que hice. No sé por qué me acusa de ello, pero no lo hice. Yo nunca te haría daño. Pero no espero que aceptes mi palabra por encima de la de Nicolai.

Isabella lo consideró por un rato.

– ¿Es posible que no lo recuerdes? ¿Eres realmente consciente de lo que haces cuando eres la bestia? Quizás sin saberlo, no quieres compartir a tu hermano con nadie. Él es todo lo que nunca has tenido. Al igual que Lucca era todo lo que yo tenía. -Su voz era amable, compasiva. Se arrodilló junto a Francesca y tocó el pelo de su hermano.

Francesca sacudió la cabeza tercamente, un parpadeo de negativa cruzó su cara. Pero cuando abrió la boca para protestar, dudó, y el horror avanzó a rastras por su expresión.

– No sé, Isabella -murmuró-. Honestamente no lo sé. Pero no lo creo. Me encanta tenerte aquí. Te quiero aquí -Su expresión desafiante se desmoronó, y enterró la cara entre las manos-. Si hice eso, si te aceché como Nicolai dice que hice, entonces tienes que salir de aquí. Yo creía que Nicolai sería el que, contigo, liberaría el valle. Pero la bestia no es fuerte en mí; las voces son susurros, y el cambio raramente me toma. Nicolai es diferente; la bestia es mucho más fuerte en él.