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McKoy se envaró.

– No queríamos defraudarlo.

Loring señaló con el arma.

– ¿Qué piensan de mi tesoro?

McKoy dio un paso más adelante. La mujer empuñó con más fuerza la pistola y levantó el cañón.

– Mantenga la calma, señorita. Solo quería admirar la artesanía. – McKoy se acercó a las paredes de ámbar.

Paul se volvió hacia la mujer a la que Knoll había llamado Suzanne.

– Encontró a Chapaev a través de mí, ¿no?

– Sí, señor Cutler. La información me resultó de suma utilidad.

– ¿Y mató a ese pobre hombre por esto?

– No, Pan Cutler -terció Loring-. Lo mató por mí.

Loring y la mujer permanecían apartados, en uno de los lados de aquella cámara de diez por diez metros. Existían puertas dobles en tres de las paredes y ventanas en la cuarta, aunque Paul supuso que eran falsas. Era evidente que aquella era una cámara interior. McKoy siguió admirando el ámbar, masajeando su suavidad. De no ser por la gravedad de su situación, Paul habría estado igualmente fascinado. Pero no muchos legalizadores de testamentos se las veían en un castillo checoslovaco con dos pistolas semiautomáticas apuntando hacia ellos. Desde luego, la universidad no lo había preparado para ello.

– Encárgate -dijo Loring a Suzanne en voz baja.

La mujer salió. Loring se quedó en la sala, con la pistola apuntada. McKoy se acercó a Paul.

– Esperaremos aquí, caballeros, hasta que Suzanne traiga a la otra Cutler.

McKoy se acercó a su compañero.

– ¿Qué cojones hacemos ahora? -susurró Paul.

– ¿Y yo qué coño sé?

Knoll apartó lentamente la colcha y se metió en la cama. Se acercó a Rachel y empezó a masajearle suavemente los pechos. Ella respondió a sus caricias suspirando levemente, aún medio dormida. Knoll permitió que su mano le recorriera todo el cuerpo y descubrió que bajo la camisa estaba totalmente desnuda. Rachel se dio la vuelta y se acercó a él.

– Paul… -susurró.

Él le cerró la mano alrededor de la garganta, le dio la vuelta para ponerla de espaldas y se colocó encima. Los ojos de Rachel se abrieron con espanto. Knoll le llevó el estilete a la garganta y tanteó con cuidado la herida que le había abierto el martes por la noche.

– Debería haber seguido mi consejo.

– ¿Dónde está Paul? -consiguió decir ella.

– En mi poder.

Ella empezó a pelear. Knoll apretó el canto de la hoja contra la garganta.

– Estése quieta, Frau Cutler, o dirigiré el estilete hacia su piel. ¿Me entiende?

Ella se detuvo.

Knoll señaló con la cabeza el panel abierto y relajó levemente su presa para permitirle mirar.

– Está ahí.

Volvió a asegurar la mano sobre la garganta y bajó el cuchillo hacia la camisa, donde se dedicó a arrancar los botones uno a uno. Después apartó los faldones. El pecho desnudo de ella sufrió un espasmo. Knoll trazó el contorno de cada uno de los pezones con la punta del cuchillo.

– La he visto antes desde detrás de la pared. Es usted una amante… intensa.

Rachel le escupió en la cara.

Knoll le propinó un revés.

– Puta insolente… Su padre hizo lo mismo y mire lo que le sucedió.

Le asestó un puñetazo en el estómago y oyó cómo Rachel se quedaba sin aliento. Le golpeó una vez más en cara, esta vez con el puño. La mano regresó a la garganta. Rachel cerró los ojos, aturdida. Knoll le pellizcó las mejillas y le sacudió la cabeza de un lado a otro.

– ¿Lo ama? ¿Por qué arriesga su vida? Imagine que es usted una puta y que el precio de mi placer es… una vida. No será desagradable.

– ¿Dónde… está… Paul?

Knoll negó con la cabeza.

– Cuánta testarudez… Canalice toda esa furia en la pasión y su Paul verá un nuevo amanecer.

La entrepierna le palpitaba, lista para la acción. Devolvió el cuchillo a la barbilla y apretó.

– De acuerdo -dijo ella al fin.

Knoll titubeó.

– Voy a quitar el cuchillo. Pero muévase un milímetro y la mataré. Y después lo mataré a él.

Bajó lentamente la mano y el cuchillo. Se desabrochó el cinturón y estaba a punto de bajarse los pantalones cuando Rachel gritó.

– ¿Cómo consiguió los paneles, Loring? -preguntó McKoy.

– Un regalo del cielo.

McKoy soltó una risita. Paul estaba impresionado por la calma que demostraba el hombretón. Se alegró de que alguien mantuviera el control. Él estaba muerto de miedo.

– Imagino que su plan es usar esa pistola en algún momento. Así que honre a un hombre condenado y responda algunas preguntas.

– Tenía razón antes -contestó Loring-. Los camiones dejaron Königsberg en 1945 con los paneles. Al final fueron cargados en un tren. Ese tren se detuvo en Checoslovaquia. Mi padre intentó hacerse con ellos, pero no lo consiguió. El mariscal de campo Von Schórner era leal a Hitler y no pudo comprarlo. Von Schórner ordenó que los cajones fueran transportados en camión hacia el oeste, hacia Alemania. Tenían que haber llegado a Baviera, pero no pasaron de Stod.

– ¿Mi caverna?

– Correcto. Mi padre encontró los paneles siete años después de la guerra.

– ¿Y mató a sus ayudantes?

– Una decisión empresarial necesaria.

– ¿Rafal Dolinski fue otra decisión empresarial necesaria?

– Su amigo reportero se puso en contacto conmigo y me proporcionó una copia de su artículo. Demasiado informativo para su propio bien.

– ¿Y qué hay de Borya y de Chapaev? -preguntó Paul.

– Muchos han buscado lo que tienen ante ustedes, Pan Cutler. ¿No está de acuerdo en que es un tesoro por el que merece la pena morir?

– ¿Mis padres incluidos?

– Descubrimos las indagaciones de su padre por toda Europa, pero al encontrar a ese italiano se acercó demasiado. Aquella fue nuestra primera y única ruptura del secreto. Suzanne se encargó tanto del italiano como de sus padres. Por desgracia, otra decisión empresarial necesaria.

Paul se lanzó contra el anciano. El arma se elevó y apuntó. McKoy agarró a Paul por el hombro.

– Cálmese, supermán. De nada sirve que se deje meter una bala en el cuerpo.

Paul forcejeó para liberarse.

– Retorcerle el puto cuello sí que va a servir. -La furia lo consumía. Nunca se había creído capaz de una ira tal. Quería matar a Loring sin importarle las consecuencias y disfrutar de cada segundo de tormento de aquel hijo de perra. McKoy lo empujó hacia el otro extremo de la estancia.

Loring se dirigió hacia la pared de ámbar opuesta. McKoy le daba la espalda al anciano cuando le susurró a Pauclass="underline"

– Cálmese. Haga lo que yo haga.

Suzanne encendió una lámpara de techo y la luz bañó el vestíbulo y la escalera. No había peligro de que el personal interfiriera con las actividades nocturnas. Loring les había dado instrucciones específicas de que nadie entrara en el ala principal después de aquella medianoche. Ella ya había pensado en el modo de disponer de los cuerpos y había decidido enterrarlos a los tres en los bosques fuera del castillo, antes de que amaneciera. Subió lentamente las escaleras hasta llegar al desembarco de la cuarta planta, con la pistola en la mano. De repente, un grito perforó el silencio desde la Cámara Nupcial. Suzanne corrió por el pasillo, pasó junto a la balaustrada abierta y se lanzó a por la puerta de roble.

Intentó abrirla. Cerrada con llave.

Otro grito llegó desde el interior.

Suzanne realizó dos disparos contra la vieja cerradura. La madera se astilló. Dio una patada a la puerta. Otra. Un nuevo disparo. Una tercera patada abrió la puerta hacia dentro. En la cámara en penumbra vio a Christian Knoll en la cama, con Rachel Cutler forcejeando debajo de él.

Knoll la vio y propinó un fuerte golpe a Rachel en la cara. Después buscó algo en la cama. Suzanne vio el estilete aparecer en su mano. Apuntó la pistola y disparó, pero Knoll rodó hacia un lado de la cama y la bala no acertó su objetivo. Suzanne reparó en el panel abierto junto a la chimenea. El muy hijo de puta había estado usando los pasadizos. Se arrojó al suelo y se protegió detrás de una silla, pues ya sabía lo que iba a suceder. El estilete surcó la oscuridad y perforó la tapicería, fallando por meros centímetros. Suzanne disparó dos veces más en su dirección. Le respondieron cuatro disparos silenciados que destrozaron el respaldo de la silla. Knoll estaba armado. Y demasiado cerca. Le disparó una vez más y se arrastró hacia la puerta abierta de la habitación, desde donde salió al pasillo. Dos disparos de Knoll rebotaron en la jamba. Una vez fuera, Suzanne se incorporó y echó a correr.