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– Sólo hay un libro verdadero, el que debemos amar con todo nuestro corazón y nuestra alma -dice el abad sin poder apartar la vista de la mano surcada de cicatrices del príncipe y del pomo incrustado con el que juega. Drácula lleva un anillo en el dedo meñique. El abad conoce bien, sin necesidad de mirarlo, el feroz símbolo grabado.

– Vamos. -Para alivio del abad, da la impresión de que Drácula se ha cansado de la discusión, y se levanta con movimientos ágiles y vigorosos-. Quiero ver a vuestros escribas. Pronto les encargaré un trabajo especial.

Entran juntos en el diminuto scriptorium, donde tres monjes están copiando manuscritos al estilo antiguo, y uno talla letras para imprimir una página sobre la vida de san Antonio. La imprenta se alza en una esquina. Es la primera imprenta de Valaquia, y Drácula posa una mano orgullosa sobre ella, una mano pesada y cuadrada. El monje de mayor edad está de pie ante una mesa cercana a la imprenta, tallando un bloque de madera. Drácula se inclina sobre él.

– ¿Qué será esto, padre?

– San Miguel matando al dragón, excelencia -murmura el monje. Los ojos que alza están nublados, casi ocultos bajo las cejas blancas.

– Sería mejor el dragón matando a los infieles -dice Drácula, y lanza una risita.

El monje asiente, pero el abad se estremece una vez más por dentro.

– Tengo un encargo especial para vos -le dice Drácula-. Dejaré un esbozo al señor abad.

Se detiene bajo la luz del sol.

– Me quedaré al servicio y tomaré la comunión. -Sonríe al abad-. ¿Tenéis una cama para mí esta noche en alguna celda?

– Como siempre, mi señor. Esta casa de Dios es vuestro hogar.

– Y ahora, subamos a mi torre.

El abad conoce bien esta costumbre de su amo. A Drácula siempre le gusta contemplar el lago y las orillas circundantes desde el punto más elevado de la iglesia, como si buscara enemigos. Tiene buenos motivos, piensa el abad. Los otomanos aspiran a su cabeza año tras año, el rey de Hungría no le tiene en buena estima, sus propios boyardos le odian y temen.

¿Hay alguien que no sea su enemigo, aparte de los residentes en esta isla? El abad le sigue poco a poco por la escalera de caracol, haciendo acopio de fuerzas para soportar el repique de las campanas, que pronto empezará, y que aquí arriba suenan muy fuerte.

La cúpula de la torre tiene largas aberturas a cada lado. Cuando el abad llega a la cima, Drácula ya está apostado en su sitio favorito, con las manos enlazadas a la espalda en un gesto característico de reflexión, de planificación. El abad le ha visto de esta guisa al frente de sus guerreros, dirigiendo la estrategia del ataque del día siguiente. No parece en absoluto un hombre que corre peligro constantemente, un líder cuya muerte puede acaecer en cualquier momento, que debería estar reflexionando en cada instante sobre la cuestión de su salvación. En cambio, opina el abad, parece como si todo el mundo se desplegara ante él.

Acerca de la autora

Elizabeth Kostova se graduó en Yale y posee un MFA de la Universidad de Michigan,

donde ganó el premio Hopwood por esta novela.

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