Cuando nos aseguramos de que el señor Erozan descansaba a gusto, Turgut me condujo a su imponente estudio. Comprobé con alivio que las cortinas estaban corridas sobre el retrato. Estuvimos unos minutos comentando la situación.
– ¿Crees que es seguro para ti y tu mujer alojar a ese hombre en vuestra casa? -no pude por menos que preguntarle.
– Me ocuparé de tomar todas las precauciones posibles. Si mejora dentro de uno o dos días, buscaré un lugar donde pueda hospedarse, con alguien que le vigile. -Turgut había acercado una silla para mí, y se había acomodado detrás de su escritorio. Era casi como estar con Rossi en su despacho de la universidad, pensé, salvo que el despacho de Rossi era muy alegre, con sus espléndidas plantas y café humeante, y éste era excéntricamente tétrico-. No espero más ataques en casa, pero si se produce uno, nuestro amigo norteamericano se encontrará con una formidable defensa.
Cuando contemplé su cuerpo fornido detrás del escritorio, no me costó creerle.
– Lo siento -dije-. Parece que te hemos traído un montón de problemas, profesor, hasta tu propia puerta.
Le resumí nuestros encuentros con el malvado bibliotecario y confesé que le había visto delante de Santa Sofía la noche anterior.
– Extraordinario -dijo Turgut. Un sombrío interés brillaba en sus ojos y tamborileó con los dedos sobre el escritorio.
– Yo también he de hacerte una pregunta -admití-. Antes has dicho en el archivo que habías visto una cara parecida en otra ocasión. ¿Cuándo y cómo fue?
– Ah. -Mi erudito amigo enlazó las manos sobre el escritorio-. Sí, te lo voy a contar.
Han pasado muchos años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. De hecho, ocurrió unos días después de recibir la carta del profesor Rossi en la que me explicaba que no sabía nada del archivo de aquí. Había estado en la colección por la tarde, después de mis clases. (Entonces la colección estaba en los antiguos edificios de la biblioteca, antes de que la trasladaran a su actual emplazamiento.) Recuerdo que yo estaba enfrascado en una investigación para un artículo sobre una obra perdida de Shakespeare, El rey de Tashkani, que algunos creen ambientada en una versión ficticia de Estambul. ¿Has oído hablar de ella?
Negué con la cabeza.
– Se la cita en las obras de varios historiadores ingleses. Gracias a ellos sabemos que, en la obra original, un fantasma maligno llamado Dracole se aparece al monarca de una hermosa ciudad antigua que él, el monarca, ha tomado por la fuerza. El fantasma dice que en otra época fue enemigo del rey, pero que ahora viene a felicitarle por su sed de sangre. Después anima al monarca a beber la sangre de los habitantes de la ciudad, quienes son ahora los súbditos del monarca. Es un pasaje escalofriante. Algunos dicen que no es de Shakespeare, pero yo -dio una palmada decidida sobre el borde del escritorio-, yo creo que el lenguaje, si la cita está hecha con precisión, sólo puede ser de el, y que la ciudad es Estambul, rebautizada con el nombre pseudoturco de «Tashkani». -Se inclinó hacia delante-. También creo que el tirano al que se aparece el fantasma no es otro que el sultán Mehmet II, conquistador de Constantinopla.
El vello de mi nuca se erizó.
– ¿Cual crees que puede ser el significado de todo esto? Me refiero en lo concerniente a Drácula.
– Bien, amigo mío, es muy interesante para mí que la leyenda de Vlad Drácula penetrara incluso en la Inglaterra protestante hacia, digamos, 1590, tal era su poder. Además, si Tashkani era Estambul, eso demostraría la realidad de la presencia de Drácula en los tiempos de Mehmet. El sultán entró en la ciudad en 1453. Sólo habían pasado cinco años desde que el joven Drácula regresara a Valaquia de su encarcelamiento en Asia Menor y no existen pruebas fehacientes de que volviera en vida a nuestra región, aunque algunos estudiosos piensan que rindió tributo en persona al sultán. No creo que eso pueda demostrarse. Sostengo la teoría de que Vlad Drácula dejó un legado de vampirismo aquí, si no durante su vida, sí después de su muerte. Pero -suspiró- la frontera que separa la literatura de la historia es con frecuencia borrosa, y yo no soy historiador.
– Eres un excelente historiador -dije con humildad-. Estoy impresionado por la cantidad de pistas históricas que has seguido, y con tanto éxito.
– Eres muy amable, joven amigo. Bien, un día estaba trabajando en mi artículo sobre esta teoría (que nunca, ay, fue publicado, porque los editores de la revista a quienes lo presenté dijeron que su contenido era demasiado condescendiente con las supersticiones), era ya bastante tarde, y después de tres horas en el archivo fui al restaurante que hay enfrente para tomar un poco de bórek. ¿Has probado el bórek?
– Aún no -admití.
– Has de probarlo cuanto antes, es una de nuestras especialidades más deliciosas. Bien, fui al restaurante. Ya estaba oscureciendo, porque era invierno. Me senté a una mesa y mientras esperaba saqué la carta del profesor Rossi y la volví a leer. Tal como ya he dicho, la tenía en mi posesión desde hacía muy pocos días, y me había dejado muy perplejo. El camarero trajo mi plato y me fijé en su cara cuando lo dejó sobre la mesa. Miraba hacia abajo, y tuve la impresión de que se fijaba en la carta que yo estaba leyendo, con el nombre de Rossi en el encabezado. La miró atentamente una o dos veces y después pareció borrar toda expresión de su cara, pero noté que se ponía detrás de mí para dejar otro plato en la mesa, y me pareció que leía la carta por encima de mi hombro.»No me pude explicar su comportamiento, pero como me inquietó, doblé la carta y me dispuse a comer. Se fue sin hablar y le observé mientras se movía por el restaurante. Era un hombre corpulento de hombros anchos, de pelo negro peinado hacia atrás y grandes ojos oscuros. Habría sido apuesto de no ser por su aspecto, ¿cómo se dice?, algo siniestro. Dio la impresión de que no me hacía caso durante una hora, incluso después de que terminé de comer. Saqué un libro para leer unos minutos, y entonces apareció de repente junto a mi mesa y dejó una taza de té humeante delante de mí. Yo no había pedido té, y me quedé sorprendido. Pensé que podía ser una invitación de la casa o una equivocación. "Su té – dijo cuando lo depositó sobre la mesa-. Lo he pedido muy caliente."
»Entonces me miró a los ojos y soy incapaz de explicar lo mucho que me aterrorizó su cara.
Era de tez pálida, casi amarilla, como si estuviera, ¿cómo decirlo?, podrido por dentro. Sus ojos eran oscuros y brillantes, casi como los de un animal, bajo unas grandes cejas. Su boca era como cera roja y tenía los dientes muy blancos y largos. Parecían extrañamente sanos en una cara enfermiza. Sonrió cuando se inclinó sobre el té y percibí su extraño olor, que me provocó náuseas y estuve a punto de desmayarme. Puedes reírte, amigo mío, pero recordaba un poco un olor que siempre he considerado agradable en otras circunstancias: el
olor a libros viejos. ¿Sabes ese olor a pergamino, piel y… algo más?
Lo sabía, y no tenía ganas de reírme.
– Se fue un segundo después, y caminó sin darse prisa hacia la cocina del restaurante, y yo me quedé con la sensación de que había querido enseñarme algo… Su cara, quizás. Había querido que le mirara con atención, pero no había nada concreto capaz de justificar mi terror. -Turgut parecía pálido ahora, cuando se reclinó en su butaca medieval-. Para calmar mis nervios, añadí un poco de azúcar al té, cogí la cuchara y lo revolví. Tenía toda la intención de calmarme con la bebida caliente, pero entonces ocurrió algo muy, muy peculiar.
Enmudeció como si lamentara haber empezado a contar la historia. Yo conocía muy bien esa sensación, y asentí para animarle.
– Continúa, por favor.
– Parece raro decirlo ahora, pero es la verdad. El vapor se elevó de la taza… ¿Sabes cómo remolinea el vapor cuando remueves algo caliente? Pues cuando revolví el té, el humo se elevó en la forma de un dragón diminuto, que remolineó sobre mi taza. Flotó unos segundos antes de desvanecerse. Lo vi con mis propios ojos. Ya puedes imaginar cómo me sentí, sin confiar en mis sentidos por un momento, y después recogí a toda prisa mis papeles, pagué y me fui.
Yo tenía la boca seca.
– ¿Volviste a ver al camarero?
– Nunca. Estuve unas semanas sin volver al restaurante, pero luego la curiosidad me pudo, y entré otra vez después de anochecer, pero no le vi. Incluso pregunté por él a uno de los camareros, y dijo que aquel hombre había trabajado allí muy poco tiempo, y ni siquiera sabía su apellido. El hombre se llamaba Akmar. Nunca más volví a verle.
– Y crees que su cara demostraba que era…
Me interrumpí.
– Yo estaba aterrorizado. Es lo único que habría sido capaz de decirte en aquel momento.
Cuando vi la cara del bibliotecario que os persigue, pensé que ya la conocía. No es sólo la cara de la muerte. Hay algo en la expresión… -Se volvió inquieto y miró hacia el hueco donde estaba alojado el cuadro, cubierto por las cortinas-. Lo que más me intimida de tu historia, de la información que acabas de darme, es que ese bibliotecario estadounidense ha progresado más hacia su condenación espiritual desde la primera vez que le viste.
– ¿Qué quieres decir?
– Cuando atacó a la señorita Rossi en la biblioteca de vuestra universidad, pudiste derribarle. Pero mí amigo del archivo, a quien atacó esta mañana, dice que es muy fuerte, y mi amigo no es mucho más delgado que tú. El monstruo, ay, también extrajo una gran cantidad de sangre a mi amigo. Y no obstante, ese vampiro estaba a plena luz del día cuando le vimos, de manera que no puede estar corrompido por completo. Conjeturo que el ser fue vaciado de vida una segunda vez, bien en tu universidad, o aquí en Estambul, y si tiene contactos en la ciudad recibirá su tercera bendición maligna muy pronto y se convertirá en un No Muerto.
– Sí -dije-. No podemos hacer nada por el bibliotecario estadounidense si no le encontramos, y tú tendrás que vigilar con mucho cuidado a tu amigo.
– Lo haré -dijo Turgut con sombrío énfasis. Guardó silencio un momento y dirigió su atención de nuevo a la estantería. Sacó de su colección sin decir palabra un álbum grande con letras latinas en la portada-. Rumano -me dijo-. Es una colección de imágenes de iglesias de Transilvania y Valaquía, obra de un historiador de arte que murió hace poco.