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Una vez terminada su historia, el hombre volvió a reclinarse en la butaca y tomó distancia como quien espera ver el efecto que han tenido sus palabras. Luego retiró con un dedo el puño de su camisa para que asomara apenas el reloj y miró la hora. Tuve la sensación de que a pesar de sus palabras iniciales no esperaba de mí comentario alguno. Tenía el aire satisfecho de quien confiesa a un desconocido una verdad que está obligado a silenciar siempre en su mundo habitual, igual que el asesino que, una vez cometido el crimen perfecto, se ve condenado a callar su astucia por el resto de su vida.

En ese momento se oyó una voz femenina a mi espalda:

– Llego tardísimo, como siempre, perdón, amor.

Y los ojos de mi amigo se ablandaron mientras se levantaba de su asiento movido por un resorte que no era precisamente el de la cortesía. No hacía falta volverse para saber quién hablaba así, y yo también me levanté para saludarla. Era ella, estaba claro.

Sophie era todavía una mujer muy guapa, pero tras las primeras arrugas, asomaba claramente ese aire vacuno que da la falta de inteligencia y que sólo se hace evidente cuando la primera belleza comienza a marchitarse; las mujeres tontas -ya se sabe- nunca envejecen bien.

Extendió hacia mí una mano enguantada y dijo, con un mohín que antaño debió de ser encantador:

– Espero que Rudy no le haya dado mucho la lata. No puedo dejarlo solo ni un ratito porque en seguida se aburre. Pero, ¡mira, se ha hecho tardísimo! Rudy, ¿tenés los pasajes? El tren para París sale dentro de una hora. No sé cómo me va a dar tiempo a terminar la valija. Detesto los trenes europeos: son tan exasperantemente puntuales…

La miré ir y venir recogiendo los paquetes de todo lo que acababa de comprar. Mi nuevo amigo Rudy la ayudaba protestando, no mucho, por su falta de puntualidad. Una escena doméstica habitual, pensé. ¿Qué marido no la ha vivido más de cien veces? Yo, desde luego, sí; pero ahora, vista desde fuera, tenía algo de deja vu revelador: un cierto aire de advertencia.

Es curioso cómo funciona la mente humana: una situación que nos resulta conocida, inmediatamente hace pensar en otras situaciones que pueden ser análogas; y yo soy un ser humano bastante estándar. Lo que quiero decir es que por una extraña y absurda asociación de ideas empecé a pensar en mi mujer, sola en Madrid, y a preguntarme por qué demonios no estaba ahora en casa. ¿Habría ido al cine con una amiga? Seguramente no: ella sabía que en circunstancias normales yo llegaba en el avión de las nueve. ¿Estaría en casa de su hermana? Imposible: apenas se ven una vez por año, y eso en Navidad.

No recuerdo haberme despedido de mi amigo, ni en qué momento el bar del hotel volvió a su habitual silencio holandés después del alboroto de la bella Sophie. Cuando pienso en aquella noche, sólo recuerdo mis pensamientos y el ir y venir de sospechas que -consecuencia del Johnnie Walker, supongo- se mezclaban en mi cabeza con retazos de la historia que aquel hombre acababa de contarme. Así estuve un buen rato, pensando en Sandra, mi mujer, y en los long horns, en sus extrañas ausencias de un tiempo a esta parte y en los relojes parados que dan la hora exacta dos veces al día. Todo un absurdo -lo sé-, y juré no tomarme más de dos whiskys, ni oír nunca más las confesiones de hombres extraños cuando esté por ahí de viaje. Todos estos buenos propósitos hice aquella noche, todos y uno más: abstenerme de hacer averiguaciones peligrosas sobre Sandra. Ella es una mujer inteligente, es cierto, nada más lejos de ser un reloj parado, pero quién sabe si, llegado el momento, tendrá otra idea sobre lo que es dar la hora exacta, otra idea muy distinta de la mía. Después de todo -como decía mi amigo Rudy-, hoy en día ya nadie tiene la generosidad y el buen tino de mentir por amor.

Carmen Posadas

Carmen Posadas nació en Montevideo en 1953, reside en Madrid desde 1965, aunque pasó largas temporadas en Moscú, Buenos Aires y Londres, ciudad en la que su padre desempeñó cargos diplomáticos.

La colección de relatos titulada “Nada es lo que parece” (1997) la consagró como autora de éxito entre los lectores y críticos, distinción que ya había alcanzado con la publicación, un año antes, de su primera novela, “Cinco moscas azules” (1996).

Ha escrito, además, cerca de 20 libros de literatura infantil, entre ellos “El señor viento Norte”, que obtuvo el Premio del Ministerio de Cultura al mejor libro infantil editado en 1984, y es autora de una decena de ensayos y además de guiones para el cine y la televisión.

En el año 1998 gano el premio planeta con la novela “Pequeñas Infamias”. Su obra que ha sido traducida a 21 idiomas y se vende en más de 40 países con gran éxito de público y ventas en muchos de ellos.

De “Pequeñas Infamias” el New York Times comento que era: “una delicia que se derrite en la boca sostenida sobre una ácida y sorprendentemente trama de misterio”. Mientras que el Washington Post opinó que era “una novela que lo tiene todo, un decorado elegante, una construcción espacio temporal perfecto, unos personajes intrigantes y una escritura maravillosamente trabajada”.

En el año 2002 la revista Newsweek destaco a Carmen Posadas como una de las autoras latinoamericanas más destacadas de su generación

En el año 2001 publicó “La Bella Otero” que pronto será llevada al cine y en el año 2003 “El Buen Sirviente”

En el año 2004 publicó “A la sombra de Lilith”.

En abril del 2006 publica su novela “Juego de niños” y en el año 2007 publica “Literatura, Adulterio y una Visa Platino”

En febrero de 2008 publica, junto a su hermano Gervasio Posadas, "Hoy caviar, mañana sardinas".

En Mayo de 2008 publica "Deseos de mujer" junto a Maríangeles Fernández, Clara Obligado y Pilar Rodríguez.

En Septiembre de 2008 publica "La cinta roja"

Todas ellas han sido recibidas con igual éxito de critica y público que las anteriores.

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