Por fin, tras unos minutos de silencio, Javi me preguntó si el incesante rumor de la ducha se debía a que me había dejado el grifo abierto o tenía algo que ver con lo limpio que estaba el piso.
– Se llama Coral -dije, con una sonrisa donde por difícil que pueda parecer colindaban el orgullo y la humildad-. Llevamos desde enero viviendo juntos.
Javi entrechocó su cerveza con la mía, se reclinó en el sofá y me miró con una mueca risueña, como esperando a que me explayara un poco mas.
Le hice un rápido resumen de cómo nos habíamos conocido bajando la voz, pues el murmullo del agua había cesado y no quería que Coral me oyera traduciendo nuestra primera cita al lenguaje elemental y rudo con que uno narra sus conquistas a los amigos, aunque con Javi yo soliera ser más comedido. Luego le hablé a grandes rasgos de nuestros meses de convivencia. Mi exposición dejó bastante que desear, y creo que ése fue el primer indicio que alertó a Javi. Di un trago de la botella mientras mis palabras se desvanecían en el aire, para disimular mi amargura en la de la cerveza. Estaba arrepentido de mi desapasionada crónica: me faltaba la seguridad, la fe del devoto, para hablar de nosotros como si fuese algo digno e imperecedero.
– ¿Con quién hablas, Álex?- preguntó desde el baño el objeto de mis desvelos.
Javi y yo nos miramos, dos ladrones sorprendidos en plena faena.
– Ha venido Javi -informé.
Coral no contestó, pero la oímos apresurarse.
– Le he hablado mucho de ti -confesé a Javi, que miraba hacia la puerta del baño con divertida expectación-. Se muere por conocerte.
Coral salió. Se había puesto un vestido azul que quitaba el aliento. Me hinché de orgullo. Yo ya contaba con ese vestido o alguno todavía más corto y ceñido con los que solía acudir al trabajo, y agradecí el tino que Javi había tenido para presentarse en ese momento y presenciar el espectáculo de su cuerpo en todo su esplendor, envuelto para regalo en vez de rebajado por unos vaqueros.
– Coral, éste es Javi -dije señalando con un gesto ostentoso hacia su lado del sofá. Javi me siguió la broma sonriendo ampliamente y ejecutando una reverencia. El capullo sabía ser irresistible.
Coral le miró unos segundos con una ligera sorpresa, como ajustando la imagen que su mente había ido elaborando mediante mis anécdotas a la realidad que tenía delante.
– Hola, Javi -dijo con aspereza-. Encantada de conocerte. Luego cogió su bolso, que descansaba sobre la mesita, se lo colgó y se dirigió hacia la puerta con paso airoso.
– Hasta la noche -masculló al pasar a mi lado.
– Adiós -respondí.
Tras cerrar la puerta, Javi y yo nos quedamos un rato en silencio, dando cortos tragos de cerveza.
– Debe tener un mal día -comentó por fin Javi.
– Di mejor una mala semana -sugerí yo, recordando su crispado estado de ánimo de los últimos días.
Javi mató su cerveza y la dejó sobre la mesa. El entusiasmo de Coral le había dolido. Sabía que Javi no concebía que una chica no sucumbiera a su sonrisa de galán maldito.
– Un día quedamos y así os conocéis -añadí para animarle.
– Asegúrate de que se levante con el pie derecho -bromeó, incorporándose y acercándose a la ventana. Calculé que ella debía de estar saliendo del portal en aquel momento.
– Coral es Coral -afirmé, como si eso lo explicase todo.
– Sí, y es de esas chicas que no necesitan semáforos para cruzar la calle. Los coches se paran igual.
Sonreí. Sí, era de ésas.
– Casi un año juntos… -comentó Javi todavía mirando hacia la calle, quizá tratando de discernir qué cartas había jugado yo para poder deslizar cada noche mis manos por aquellas ondulaciones apoteósicas-. Un año es mucho tiempo, tío. Mucho tiempo.
Sí; para un tipo como Javi aquello era una eternidad: Aunque una eternidad bastante placentera, debía de estar considerando.
– Ahora en serio… -dijo volviéndose hacia mi-. ¿Qué tal os va?
Pensé en mentirle, pero Javi se habría sentido decepcionado, cuanto menos. ¿Una mentira a estas alturas?, me dije. ¿Una mentira cuando más necesito decir la verdad?
– Bueno… -Me encogí de hombros en el numerito del reservado que en realidad se muere por soltarlo todo pero no quiere que se le note-. Nos va, ya sabes.
– No. No sé -replicó Javi, mordiendo el anzuelo-. Ponme al día. No leo las noticias.
Me descorché con la tumultuosa urgencia de una botella de champán, pero sin el contrapunto que suponía Blanca, mis quejas hacia Coral no parecían más que una rabieta egoísta. Todos necesitamos de nuestra némesis para definirnos, y dado que Javi, a causa de mi traslado al estudio de la pintora, se había perdido esa parte, todo el énfasis que yo ponía en mis reproches debía de resultarle excesivo y disparatado, una repentina hipocondría sentimental desagradable de oír. Contarle a esas alturas todo lo sucedido con Blanca carecía de sentido, y no creía haber puesto la distancia suficiente aún para soportar sin dolor una remembranza tan exhaustiva.
– Estáis perdiendo el tiempo, entonces -dijo Javi, arreglándoselas para que aquello no pareciera ni una pregunta ni una afirmación.
– No estoy tan seguro.
Javi me miró largamente, con desconfianza. Sonreí sin demasiado entusiasmo. No pretendía resultar misterioso, y mucho menos masoquista, simplemente no encontraba la forma de continuar el discurso sin tener que darle explicaciones.
– Tú y esa chica no encajáis -me espetó, al comprender que yo no pensaba añadir nada más-. Se ve a la legua.
– Si vieras cómo encajamos en la cama… -bromeé.
Un chiste malo, lo sé, pero nunca he sabido resistirme a ese tipo de cosas. Javi se limitó a sacudir la cabeza ante tan desafortunado comentario. Eché la mía hacia atrás y dejé escapar un suspiro.
– Supón que no es tan bueno encajar.
Javi me estudió con curiosidad, excitado por el trasfondo que sugerían mis palabras.
Dejé de resistirme y le expuse mi teoría de las almas gemelas, como las había llamado Coral; le dije que yo ya me había topado con la mía y había sido horrible. Horrible y maravilloso, pero sobretodo horrible. Y dejé de irme por las ramas y acabé hablándole de Blanca y su amor vampírico. Sin omitir detalle, recreándome en el dolor que de inmediato me taladró el pecho. Javi asentía con gravedad a mis explicaciones, sin decir nada, y opto por removerse en el sofá y dejar escapar un profundo suspiro cuando le solté la pregunta. ¿Qué habría hecho él en mi lugar, habría huido como yo o se habría arrojado al fuego sin pensar, intrigado o ansioso por ver qué sucedía una vez completado el puzzle? No hubo respuesta; no podía haberla, uno nunca sabe. Lo cierto es que al concluir mi narración, Coral, mi resignada alternativa, no le parecía tan reprochable.
Eso fue todo. Luego nos dedicamos a poner verdes a las mujeres sin demasiado ingenio, fingiendo una misoginia desmedida. Sabía que para un tipo como Javi mi disertación sobre las ánimas complementarias no dejaba de ser una chiquillada. Javi era un ave de altos vuelos y probablemente no admitiría jamás que yo redujera los posibles vínculos entre los sexos de esa forma tan severa. ¿Dónde estaba mi margen para la flexibilidad? Estaba convencido que en su rebotar de cama en cama, Javi había descubierto un mundo de grises, de matices en el engarce de los que yo nada sabía y nunca sabría. Pero no dijo nada, se limitó a perder la mirada en un punto lejano y a mover la cabeza de tanto en tanto, visiblemente consternado. No era para menos..
Un desagradable sonido procedente del dormitorio me hizo volver al presente, ese tiempo en el que por lo general nos limitamos a habitar físicamente, la mente siempre por delante o por detrás, exploradora o sentimental. Coral acababa de cerrar, de un manotazo brusco y abúlico, la cremallera de su bolso de mano. Me pregunté si, de ser yo cadáver y llenar el interior de una de esas tétricas bolsas negras, cerraría con la misma indiferencia su cremallera. Coral salió del dormitorio y me dedicó una mirada neutra. Un frío de cámara frigorífica había ganado el apartamento, y dudé entre pedirle una manta y ovillarme en el sofá como un perro enfermo, incapaz de despertar en ella más que la piedad del tiro de gracia, o por contra reunir los últimos restos de decencia que me quedaban y ofrecerle un recuerdo más digno. Me levanté y, luchando contra el temblor de mis piernas, tomé la maleta que esperaba junto a la puerta. No dije nada, mi lengua era algo yerto al fondo de mi boca, sólo la miré y traté de componer una sonrisa. Ella asintió y se dejó acompañar hasta la estación.