Marten se sobresaltó. Esto era lo que había temido. Nadine no estaba en condiciones de ser interrogada. No había manera de saber cómo reaccionaría ni lo que diría. Por un lado, medio esperaba de ella que le dijera a Lenard exactamente lo que había hecho. Por el otro, sedaba cuenta de que, de entrada, había sido lo bastante fuerte para hacer lo que había hecho y por lo tanto estaba preparada para ser interrogada por la policía, llegado el caso.
– Ropa -dijo, impasible.
– ¿Qué más? -la apremió Lenard.
– Sólo ropa y el neceser. Hice mi maleta y luego metí las cosas del señor Marten en su bolsa, como creo que usted mismo me pidió al ocupar mi casa de manera tan apresurada.
Marten sonrió. Era buena. Tal vez hubiera aprendido aquella contención de Dan, o tal vez fue esto lo que Dan vio en ella de entrada. El sabía que lo había hecho por Dan, y también por Marten, por su amistad y porque él así lo habría querido.
De pronto Lenard se levantó.
– Me gustaría que mi equipo registrara este apartamento.
– No es mi casa -dijo Nadine-. No soy yo quien tiene que darle el permiso.
– Ni yo tampoco, pero si Armand está de acuerdo, adelante -dijo Marten-. No tenemos nada que ocultar. -Vio que Nadine lo miraba alarmada, pero no le respondió.
– Adelante -dijo Armand.
Lenard le hizo un gesto de aprobación a Roget y el detective se levantó y salió del salón. Los dos agentes de uniforme los siguieron.
Marten había hecho bien despejando de inmediato cualquier sospecha, y confiaba en que los hombres de Lenard llevarían a cabo el registro con rapidez y se limitarían al propio apartamento, sin aventurarse al gélido patio. El problema era que Nadine no sabía que los dos objetos estaban escondidos. Había hecho lo que debía y era una mujer fuerte, pero con su mirada a Marten le reveló su ansiedad. Lenard seguía en el salón, al igual que Kovalenko. Cuanto más durara el registro, más nerviosa se pondría ella y ellos se darían cuenta. Marten sintió que tenía que hacer algo para aflojar la tensión y, al mismo tiempo, enterarse de algo.
– Tal vez mientras sus hombres lo desmontan todo, podría contarme lo que han descubierto al registrar los coches -le dijo a Lenard-. Al fin y al cabo, yo estuve allí a petición suya.
Lenard lo miró un breve instante y luego asintió con la cabeza:
– El muerto del segundo coche era, en efecto, Jean-Luc.
– ¿Quién es?
– Era comercial de una imprenta. De momento es lo único que sabemos de él.
– ¿Ya está? ¿No han descubierto nada más?
– Tal vez no sería inapropiado, inspector -dijo Kovalenko desde el rincón donde estaba apoyado en la ventana- que compartiéramos nuestra información con el señor Marten y con la señora Ford.
– Como quiera -aceptó Lenard.
Kovalenko miró a Nadine:
– Su esposo no luchó mucho tiempo, pero se las arregló para hacerlo lo bastante como para forzar a su asaltante a apoyar la mano contra el cristal de la ventana del lado del conductor. Al cabo de unos momentos el asesino bajó la ventanilla para que el agua del río entrara en el coche y lo hundiera. Al hacerlo, sin darse cuenta ayudó a conservar su propio rastro, puesto que evitó que el cristal quedara lavado por la presión del agua.
– ¿Está diciendo que tienen sus huellas? -Marten hizo un esfuerzo para que no se le notara la sacudida de ánimo que aquella noticia representaba.
– Sí -respondió Lenard.
Marten miró pasillo abajo. Los hombres de Lenard seguían allí. Podía ver a dos en la cocina, otro que entraba en el baño, y otro más en la puerta del estudio en el que había revisado los archivos y luego había dormido. ¿Cuánto tiempo pensaban tardar?
Marten volvió a mirar al salón y se dio cuenta de que Lenard miraba a Kovalenko. El ruso asintió con la cabeza y Lenard miró a Marten.
– Monsieur, podría detenerlo por sospechoso de haber retirado pruebas de la escena de un crimen. En vez de esto, y por su propio bien a la luz de los acontecimientos, debo pedirle educadamente que abandone el territorio francés.
– ¿Cómo? -Marten fue pillado por total sorpresa.
De pronto, Lenard se levantó:
– El próximo tren del Canal de la Mancha sale de Londres en unos cuarenta y cinco minutos. Ordenaré a mis hombres que lo acompañen y que se aseguren de que sube al mismo. Para asegurarnos de que llega sano y salvo a Inglaterra, le hemos pedido a la Policía Metropolitana de Londres que nos confirme su llegada.
Marten miró a Kovalenko, que se apartó de la ventana y salió del salón. De modo que éste era el significado del gesto de Kovalenko a Lenard. El ruso ya se había enterado de todo lo que había podido y ya no necesitaba a Marten, de modo que dio su visto bueno a Lenard para que se deshiciera de él.
– Yo no he hecho nada -protestó Marten. La repentina llegada de Lenard y Kovalenko había confirmado sus instintos, y esconderlos archivos fuera del apartamento fue un gesto prudente, pero la acción de Lenard lo tomó totalmente por sorpresa. La policía seguía allí y actuaba de una manera extremadamente metódica. Si los hombres de Lenard lo acompañaban al tren en aquel momento y seguían registrando el apartamento de la manera en que lo estaban haciendo, tarde o temprano saldrían al patio. Una vez encontraran las pruebas, se pondrían en contacto con la policía de Londres y él sería arrestado tan pronto bajara del tren para ser devuelto a París.
– Monsieur Marten, tal vez preferiría esperar en una celda de la cárcel mientras su protesta es analizada por el magistrado que lleva el caso.
Marten no sabía qué hacer. Lo mejor que podía hacer era permanecer en el apartamento y esperar que los hombres de Lenard no encontraran nada. Al menos podría recuperar los archivos en aquel momento. También era cierto que si él se marchaba y los otros no hallaban nada, podía encontrar una manera de que Nadine o Armand le mandaran los documentos a Manchester, pero eso llevaría tiempo y, encima, había muchas posibilidades de que los vigilaran.
Además, la acción tenía lugar aquí en París, no en Manchester. El propio Lenard había dicho que el asesinado Jean-Luc era un comercial que trabajaba para una imprenta. Eso apoyaba el hecho de que había entregado el primer menú a Dan Ford, lo cual significaba que había muchas posibilidades, como había supuesto antes, de que existiera un segundo menú, y que el ese segundo menú fuera lo que Dan Ford había ido a buscarle a Jean-Luc cuando fueron asesinados. Y esta noche, en París, tenía lugar la cena del primer menú: la cena de los Romanov a la que debía asistir Peter Kitner.
«Lo mejor es intentar quedarse y esperar que no encuentren las carpetas -pensó Marten-. Si las encuentran, esté aquí o en Inglaterra, me encerrarán de todos modos. Y si no y yo me he marchado a Manchester, pasará demasiado tiempo. Y lo que es peor, Lenard se asegurará de que se avisa al departamento de Inmigración francés, y eso significaría que tratar de volver al país una vez haya salido me será muy difícil».
– Inspector, por favor -Marten eligió la única vía que le quedaba: la misericordia de Lenard-. Dan Ford era mi mejor amigo. Su esposa y su familia han hecho los pasos necesarios para que sea enterrado aquí en París. Me gustaría mucho que me permitieran quedarme hasta entonces.
– Lo siento. -Lenard se mostró tajante y definitivo-. Mis hombres lo ayudarán a recoger sus cosas y lo acompañarán hasta el tren. -Miró a lady Clem-. Con todos mis respetos hacia usted, señora, y hacia su padre, le sugiero que acompañe a su amigo en el tren y luego se asegure de que no intenta volver a Francia. No me gustaría nada ver cómo reacciona la prensa sensacionalista si se enteran de nuestra investigación. -Vaciló y luego hizo una media sonrisa-. Ya puedo imaginarme los titulares y el clamor, justificado o no, que provocarían. Por no decir nada de la revelación de lo que -miró a Marten- parece una relación más bien confidencial.
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