– Señor Marten, no estamos seguros de que exista un segundo menú. Se trata de una conjetura. Con lo poco que sabemos, el señor Ford podía haber salido en busca de un mapa, como le dije inicialmente.
Marten tocó el menú con un dedo.
– Pues entonces, ¿cómo se explica que a éste le asignara un número?
– ¿Un número?
– Gírelo. Mire abajo.
Kovalenko lo hizo. Escrito a mano, abajo, ponía «Jean-Luc Vabres- Menú #l».
– Es la letra de Dan.
Marten vio cómo los ojos de Kovalenko se paseaban por el dorso del menú hasta arriba, y lo vio fijarse en otra cosa. Entonces le devolvió el menú, mientras se encogía de hombros:
– Un método de clasificación para su archivo personal, tal vez.
– Había algo más. Estaba escrito de la misma mano arriba de la tarjeta. He visto cómo lo miraba. ¿Qué dice?
Kovalenko vaciló.
– Dígamelo, ¿qué dice?
– Prevista la asistencia de Kitner -dijo Kovalenko, sin mostrar ninguna emoción.
– Antes me ha dicho usted que su dominio del inglés escrito no era del todo bueno. Quería asegurarme que entendía lo que pone ahí.
– Lo entendí, señor Marten.
– Hace referencia a sir Peter Kitner, el presidente de MediaCorp.
– ¿Cómo puede estar tan seguro? Estoy convencido de que hay muchos Kitner en el mundo.
– Tal vez esto se lo explique.
Marten vació el contenido del sobre de Kitner delante de Kovalenko, los recortes de periódico que Ford había guardado de noticias sobre sir Peter Kitner.
Basando la siguiente información en su propia conversación telefónica con la esposa de Alfred Neuss, y esperando que Kovalenko pensara que ésta provenía de las notas de Dan Ford, dijo, con aire serio:
– Peter Kitner era amigo de Alfred Neuss. Neuss llegó a Londres el mismo día de la ceremonia en que Kitner era investido Sir. El mismo día en que Raymond Thorne intentó encontrarlo en Los Ángeles.
Marten se alejó de golpe y luego se volvió a mirarlo:
– Dígamelo usted, ¿cómo cuadra Kitner en este rompecabezas?
Kovalenko dibujó una leve sonrisa.
– Parece usted saber muchas cosas, señor Marten.
– Sólo un poco… Eso es lo que dijo usted cuando Dan le preguntó qué era lo que sabía de Estados Unidos. ¿Sólo un poco? No, usted sabe mucho más. Se ha sorprendido cuando le he mostrado el menú. Y se ha sorprendido todavía más cuando ha visto el nombre de Kitner. Bien, yo le he contado lo que sé, ahora le toca a usted.
– Señor Marten, está usted en Francia ilegalmente. No tengo por qué contarle nada de nada.
– Tal vez no, pero tengo la sensación de que mantendrá toda mi información entre nosotros. De lo contrario, hubiera llamado usted a Lenard al segundo en que me ha sorprendido. -Marten volvió a acercársele a través de la habitación-. Se lo he dicho antes, inspector: Raymond cortó a mi mejor amigo en pedazos y quiero asegurarme de que se hace justicia. Si usted no está dispuesto a ayudarme, yo mismo me arriesgaré y me acercaré a Lenard. Estoy seguro de que lo encontraría todo bastante interesante. En especial cuando se pregunte por qué me ha llevado a su hotel sin informarle, y todavía más cuando se entere de que tiene usted la agenda de Halliday y el archivador de Ford.
Kovalenko miró a Marten en silencio. Finalmente habló y, al hacerlo, su voz era tranquila, incluso amable.
– Creo que su amistad con el señor Ford era muy importante para usted.
– Lo era.
Kovalenko asintió levemente con la cabeza y luego se acercó a la botella de vodka que Marten había traído de la tienda. Se sirvió un poco en un vaso, lo sostuvo un momento y luego miró a Marten.
– Es posible, señor Marten, que Peter Kitner fuera otro objetivo de Raymond Thorne.
– ¿Kitner?
– Sí.
– ¿Por qué?
– He dicho que es posible, no probable. Peter Kitner es un hombre muy importante que era, como usted bien ha dicho, amigo de Alfred Neuss. -Kovalenko tomó un trago del vodka-. Es sencillamente una teoría entre las muchas que hemos barajado.
El chirrido agudo del móvil de Kovalenko interrumpió la conversación, y el ruso posó su vaso para responder.
– Da -dijo, antes de, teléfono en mano, darse media vuelta y proseguir su conversación en ruso.
Marten volvió a guardar el menú y los recortes de periódico en la carpeta de Ford. Tanto Ford como Halliday habían creído que Raymond seguía con vida, y estaban en lo cierto. Y, por alguna razón, Dan había seguido la pista de Kitner. No había manera de saber cómo había llegado hasta ella, pero ahora hasta el propio Kovalenko había mencionado a Kitner, cuando dijo que pudo haber sido otro objetivo de Raymond… con lo cual confirmaba que Marten estaba en lo cierto al suponer que Neuss y Kitner eran amigos. Sin embargo, eso no explicaba lo que estaba sucediendo, ni por qué Neuss, Curtay y otros de los asesinados en Estados Unidos y México estaban involucrados en la trama. Pero Marten sabía que, de alguna manera, estaban relacionados, y eso incluía el 7 de abril/Moscú y las llaves de la caja fuerte y otras anotaciones de la agenda de Raymond, en especial las relativas a Londres. Pero éstas eran cosas que no podía comentar con Kovalenko debido a su identidad y a lo que trataba de mantener en secreto. Incluso si decía que se había enterado por Dan Ford, el ruso seguiría sospechando de él, y sacar a relucir aquella información no haría más que incrementar su desconfianza. Era algo que Marten no podía permitirse, en especial cuando todo se apoyaba en la sospecha de que era Raymond, y no otro, el asesino de Neuss y Curtay. Pero ¿quién si no, ahora que sabían que estaba vivo y en París?
Con todo, el enigma seguía siendo, ¿por qué? ¿Por qué lo había hecho, y qué esperaba sacar con ello? Y, además, ¿cómo cuadraba con todo aquello el segundo menú? ¿Cuál era el acontecimiento con menú, pendiente de celebrarse, que era tan secreto que había empujado a Raymond a masacrar -y ésta era la única palabra adecuada- a Dan Ford y a Jean-Luc Vabres para impedir que nadie supiera de él?
Marten miró a Kovalenko, hablando y gesticulando en ruso al otro lado de la habitación. Muy bien, Raymond estaba allí, pero ¿cómo podían encontrarle? ¿Cómo podían saber ni tan siquiera el aspecto que tenía? De pronto pensó en la pista que Halliday había seguido hasta Argentina. Si, de alguna manera, eran capaces de encontrar al cirujano plástico que había operado a Raymond, tal vez Kovalenko pudiera conseguir que la policía argentina emitiera algún tipo de orden judicial que obligara al médico a revelar el nombre que su paciente había utilizado mientras estaba bajo su tratamiento, y tal vez hasta a facilitarles una fotografía de su aspecto actual. Así dispondrían de un nombre y de una cara. Además, si Raymond había entrado legalmente en Francia, por aire, con un pasaporte argentino, tendría que haber pasado por el control policial, y eso les facilitaría un aeropuerto y una fecha de entrada.
Marten se acercó a la cama y abrió la agenda de Halliday. Giró una página tras otra hasta que encontró lo que buscaba:
«Doctor Hermann Gray, cirujano plástico. Bel Air, 48 años de edad. Se retira de repente, vende la casa y abandona el país».
Entre paréntesis, después del nombre de Gray, aparecía: «Puerto Quepos, Costa Rica, luego Rosario, Argentina, nombre cambiado a James Patrick Odett-ALC/accidente de caza».
ALC… ¿Quién o qué era? Anteriormente había pensado que tal vez Halliday había cambiado las letras y quería decir LCA, ligamentos cruzados anteriores, una grave lesión de rodilla que uno puede sufrir a raíz de un accidente deportivo. Pero ahora no estaba tan seguro.
De pronto notó una presencia y levantó la vista. Kovalenko había dejado el teléfono y estaba de pie a los pies de la cama, mirándolo.
– Hay algo que le preocupa…
– ¿Significan algo para usted las iniciales ALC?