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La gran duquesa Catalina no estaba menos impresionada hasta que se acercó un poco más y vio otra cosa. Cuatro sillas habían sido colocadas en una tarima elevada, justo debajo del emblema del fondo del espléndido comedor, a pesar de que todos los presentes habían sido ya sentados. En aquel momento la invadió una profunda inquietud.

Un estrado y cuatro sillas.

¿Para qué eran?

¿Y para quién?

71

Kovalenko redujo la velocidad del Mercedes detrás de una hilera de máquinas quitanieves que trabajaban para poder mantener abierta la autopista N19. Se reclinó y mantuvo la velocidad mientras la nieve y el viento agitaban el vehículo. A su alrededor la noche, solamente iluminada por los faros potentes del monovolumen y por las luces traseras de las máquinas quitanieves.

– Conocerá usted la historia de Anastasia, señor Marten.

– Como película, o como obra de teatro, no estoy seguro. ¿Adónde quiere ir a parar?

– Anastasia era la pequeña de las hijas del zar y estuvo ante el pelotón de fusilamiento con el resto de la familia, en la casa Ipatiev. -Kovalenko aflojó todavía más la velocidad con la mirada fija en el asfalto traidor que tenían delante.

– Once personas fueron conducidas a una pequeña habitación del sótano por un revolucionario llamado Yurovsky: el zar Nicolás, su esposa Alejandra, sus hijas Tatiana, Olga, María y Anastasia, y su hijo, un hemofílico llamado Alexei, el zarevich, siguiente en la línea de sucesores al trono imperial. Los otros eran el médico imperial, el mayordomo de Nicolás, un cocinero y una doncella.

»Pensaban que los estaban llevando al sótano por su propia seguridad, por la Revolución, para protegerlos de los tiroteos que había en la calle. Otros once hombres los siguieron hasta la pequeña estancia. Yurovsky miró al zar y dijo algo así como "los tiroteos son porque sus parientes reales están intentando encontrarles y liberarles, por lo cual el Soviet de delegados de los Trabajadores ha decidido ejecutarles".

»En aquel momento el zar gritó "¿Cómo?" y rápidamente se volvió hacia su hijo, Alexei, tal vez con la intención de protegerlo. En el mismo instante Yurovsky disparó al zar Nicolás y lo mató. Al instante siguiente se desencadenó un infierno mientras los otros once hombres empezaron a disparar, llevando a cabo la ejecución de la familia entera. El problema fue que estaban en una estancia muy pequeña, con once personas a ejecutar y doce hombres disparando, con cinco o siete guardas más atrás que iban armados pero que no formaban parte del pelotón de fusilamiento. El sonido de los disparos y la confusión de personas que gritaban y cuerpos que caían ya era lo bastante terrible, y además en 1918 muchos de aquellos rifles usaban cartuchos de pólvora negra. A los pocos segundos de iniciado el tiroteo, ver algo resultaba casi imposible.

»Ya le he contado antes que después del tiroteo, los cadáveres fueron cargados a un camión y llevados por caminos enfangados hasta el bosque en el que se hallaba el lugar elegido para darles sepultura.

Kovalenko miró a Marten y luego hacia delante, espiando por entre el limpiaparabrisas y a través de la intensa nevada, tratando de adivinar el trazado de la carretera.

– Continúe -lo apremió Marten.

Kovalenko se concentró unos instantes en la carretera, luego alcanzaron un tramo en el que la nieve parecía aclarar un poco y se relajó.

– Como Alexei era hemofílico y debido a la presión de la Revolución, dos marinos de la Marina imperial habían sido asignados al cuidado de los niños. Una especie de combinación de guardaespaldas y niñera. En algún momento, los marinos tuvieron un enfrentamiento con el instructor personal de Alexei, que consideraba que su presencia perjudicaba el desarrollo intelectual del muchacho. Finalmente, uno de ellos se hartó y se marchó. El otro, un hombre llamado Nagorny, permaneció con ellos hasta que fueron detenidos en la casa Ipatiev. Entonces los revolucionarios se lo llevaron a la cárcel de Ekaterimburgo. Supuestamente, allí lo mataron, pero no fue así. Logró escapar y más tarde volvió y encontró la manera de incorporarse al grupo de Yurovsky: era uno de los guardias que estaba detrás del pelotón de fusilamiento.

»Cuando acabó el tiroteo, bajo el humo oscuro y cegador y con el caos de la escena del crimen, mientras los otros cargaban los cuerpos al camión, Nagorny se dio cuenta de que uno de los niños seguía con vida. Era Alexei y lo recogió y lo sacó de allí. A oscuras y con la confusión de todos aquellos hombres tratando de sacar los cadáveres de allí y cargarlos al camión, ¿cómo pudieron no darse cuenta de que faltaban un hombre y un cadáver? Nagorny lo consiguió. Primero lo trasladó a una casa cercana y luego a otro camión. Alexei había sido herido en una pierna y en un hombro. Nagorny conocía bien su hemofilia y sabía cómo aplicarle la presión necesaria para detener las hemorragias, lo que consiguió hacer.

»Mucho más tarde, cuando las piezas de lo que había sucedido empezaron a cuadrar y los cuerpos, incluido uno que se creyó que correspondía al zarevich Alexei, fueron hallados en la galería de una mina desnudos, quemados y empapados en ácido para tratar de ocultar su identidad, se determinó que había nueve cuerpos, no once. Finalmente se dieron cuenta de que los dos que faltaban correspondían a Anastasia y a Alexei.

– ¿Quiere decir que Anastasia también sobrevivió, y en eso se basa su historia? -dijo Marren.

Kovalenko asintió con la cabeza.

– Durante años se creyó que una mujer llamada Anna Anderson era la auténtica Anastasia. Finalmente se realizó una prueba de ADN y los científicos pudieron comprobar que los cuerpos hallados correspondían, efectivamente, a la familia imperial, pero el mismo proceso demostró que Anna Anderson no era Anastasia. Así que, ¿qué sucedió con la verdadera Anastasia? ¿Quién lo sabe? Probablemente, no lo sepamos nunca.

De pronto Marten se dio cuenta de que no era de Anastasia de quien Kovalenko le estaba hablando.

– Pero sí sabe usted lo que le ocurrió a Alexei.

Kovalenko se volvió hacia Marten.

– Nagorny lo sacó de allí. Primero en un camión y luego en tren hasta el Volga. Allí lo embarcó hasta el puerto de Rostov y luego cruzaron el mar Negro en un barco de vapor hasta Estambul, en aquel entonces Constantinopla, donde los recibió el emisario de un amigo íntimo del Zar, un hombre muy rico que había logrado escapar de la Revolución para irse a vivir a Suiza en 1918. El emisario les facilitó documentación falsa a Nagorny y a Alexei, y los tres juntos tomaron el Orient Express hasta Viena. Después de esto, desaparecieron.

La nieve volvía a caer y Kovalenko se concentró de nuevo en la carretera que tenían delante.

– Nadie sabe qué fue de Nagorny, pero… ¿entiende lo que trato de decirle, señor Marten?

– El primer descendiente masculino directo del zar seguía vivo.

– Por temor a las represalias comunistas no reveló nunca su identidad, pero sabemos que consiguió mucha preeminencia en su negocio de joyería en Suiza. Tuvo un solo hijo, un varón, que continuó los negocios hasta amasar una inmensa fortuna y adquirir mucha más notoriedad.

– Peter Kitner -suspiró Marten.

– El único sucesor auténtico de sangre al trono de Rusia. Y un hecho que le será revelado esta noche a la familia Romanov.