¿Eran peligrosos? Por supuesto. Estaban metidos en el muy peligroso y muy ilegal negocio de transportar a personas indocumentadas entre países que estaban en plena alerta antiterrorista, y lo hacían en un momento en que las agencias policiales internacionales estaban cooperando a un nivel nunca visto en el pasado. Para hacer lo que hacían, no podían operar sin contactos sólidos con el crimen organizado. De modo que no sólo temerían que los desenmascararan, sino que también debían de tener miedo de los gánsteres a los que pagaban para que los protegieran.
Estaba seguro de que habían hecho aquello con él porque pensaban que habían atrapado a alguien a quien podían rentabilizar en forma de poder y de prestigio. Al mismo tiempo, tenía pocas dudas de que si se sentían presionados y pensaban que la policía se les estaba acercando, sencillamente se lo llevarían, le dispararían una bala en la cabeza y abandonarían su cadáver en el primer vertedero o descampado que encontraran.
Aparte de esto, el caso era que, si eran traficantes de personas, debían de actuar meramente por el dinero y no tendrían el fanatismo de los terroristas o la mentalidad asesina de los sicarios que corrían por el mundo de la droga.
Siguiendo aquella línea de pensamiento, tenía que asumir que sumayor temor, aparte de caer en desgracia ante los criminales con los que sin duda se entendían, era caer en manos de la policía. Tal vez lo más plausible era revelarles lo que había protegido con tanto encarnizamiento: decirles quién era realmente Rebecca y preguntarles qué creían que sucedería si se descubría que habían tenido secuestrado al cuñado del próximo zar de Rusia. Preguntarles cuál sería el resultado si eran entregados a la fuerza de seguridad personal del zar, el FSO, tal vez hasta nombrándoles al coronel Murzin para añadir veracidad a su argumento, y luego hacer la amenaza más terrible, sugiriéndoles que Murzin, a su vez, podía llegar a entregarlos a Servicio de Seguridad Federal de Rusia, el FSB, heredero del antiguo KGB. En ese caso no habría duda alguna del resultado. Serían tratados con una severidad extrema, si no final.
Utilizar este enfoque con ellos era, en el mejor de los casos, jugar a una posibilidad remota porque, aparte de los nombres que les podía soltar y el hecho que sabían que estaba presente en la cena del zarevich, no tenía absolutamente nada que avalara su amenaza. Sería un farol de primera categoría, y si se equivocaba y al final resultaba que eran terroristas o traficantes de drogas, una vez les hubiera dicho quién era Rebecca y, por tanto, quién era él, sencillamente les estaría confirmando lo que habían supuesto todo el tiempo, que era un pez gordo, y en un santiamén se encontraría en una situación mucho peor de la que quería imaginarse.
Por otro lado, si estaba en lo cierto y no eran más que traficantes de indocumentados, su confesión podía asustarles lo bastante como para soltarlo, aunque fuera sólo para evitar meterse en una situación potencialmente desastrosa, incluso letal.
No era mucho, pero era lo único que tenía. Al final se reducía a dos preguntas simples: ¿estaba dispuesto a jugarse la vida y la de Rebecca por su deducción de quiénes eran esta gente? Y si lo estaba, ¿era un actor lo bastante bueno como para hacer bien su función?
La respuesta a ambas preguntas era la misma.
No tenía otra elección.
22
– ¡Quiero hablar! -Marten aporreó la puerta y gritó a través de la misma-. ¡Quiero hablar! ¡Quiero confesar!
Al cabo de cuarenta y cinco minutos se encontraba sentado en la sala de interrogatorios, maniatado y con los ojos vendados.
– ¿Qué es eso que quieres contarnos? -le dijo el interrogador de la voz gutural, como siempre, con su aliento apestoso-. ¿Qué quieres confesar?
– Querían saber por qué estaba en la cena de Davos. Me preguntó usted quién era Rebecca. Les mentí porque intentaba protegerla. La foto de mi cartera no la muestra como está ahora. El motivo por el que yo me encontraba en Davos era porque me había invitado el propio zarevich. Rebecca no es amiga mía, es mi hermana. Se la conoce formalmente como Alexandra Elisabeth Gabrielle Christian, y va a casarse con el zarevich inmediatamente después de su coronación.
– Si eso es cierto, ¿por qué no nos lo has confesado antes? -La respuesta del interrogador era serena, hasta distanciada. A Marten le resultaba imposible saber cómo había reaccionado o qué era lo que pensaba. Lo único que podía hacer era proseguir con su historia.
– Temía que al saber que pertenecía a la familia del zar me podrían utilizar políticamente. Que encontraran la manera de explotar mi personaje. Hasta matarme, si eso contribuía a vuestra causa.
– Podemos hacer contigo lo que nos dé la gana, exactamente igual que antes. -La voz del interrogador seguía siendo regular y despojada de emoción-. ¿Qué esperas conseguir, diciéndonoslo ahora?
Era una pregunta que Marten había anticipado. Aquí era donde tenía que girar las cosas con cuidado para sacarse la presión de encima y ponerla sobre el interrogador.
– Lo que espero conseguir no es sólo en beneficio mío, sino en el suyo.
– ¿El mío? -el interrogador soltó una carcajada de enojo-. Eres tú quien está maniatado y con los ojos vendados. Es tu vida la que está en juego, no la nuestra.
Marten sonrió por dentro. Su hombre no sólo estaba enojado, sino ofendido. Eso era bueno, porque lo ponía a la defensiva y era exactamente lo que Marten quería.
– Llevo aquí mucho tiempo. Demasiado.
– ¡Al grano! -le soltó su inter rogador. Ahora empezaba a irritarse. Mucho mejor.
– El calendario avanza rápidamente hacia el día en que Alexander Romanov será coronado zar. Su futuro cuñado anda desaparecido y lleva demasiado tiempo así. Es una situación que no beneficia ni a su vida de casado ni a su posición como monarca, y empezará a enfadarse y a impacientarse.
Llegado a este punto, Marten temía que su interrogador le preguntara por qué no había habido ninguna cobertura mediática de su desaparición, pero no lo hizo. Sin embargo, era algo que él mismo se había preguntado. Finalmente supuso que Alexander había ordenado el silencio y, por lo que él sabía, sus órdenes habían sido acatadas.
– Puesto que no ha habido noticias mías y puesto que no habrán encontrado mi cadáver, y debido al malestar que reina en el mundo, él y sus gentes supondrán que he sido secuestrado y creerán que, quienquiera que lo haya hecho, está esperando hasta la coronación para hacer algún tipo de acción de signo terrorista que tenga que ver conmigo. Pero es algo que ellos no pueden permitir que suceda.
»Puede que sepa usted que el zarevich dispone de una guardia personal llamada Federalnaya Slujba Ohrani, el FSO. Son antiguos comandos de la Spetsnaz dirigidos por un hombre muy competente llamado coronel Murzin. No hay duda de que me habrán estado buscando. Y a estas alturas, pueden estar seguros de que otras fuerzas de seguridad rusas muy selectas y persuasivas se habrán unido a ellos.