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La puerta se abrió de inmediato a un pasillo ancho de un edificio público lleno de gente. Rápidamente tocó el botón de la planta baja y luego salió al pasillo. Medio segundo más tarde las puertas del ascensor se volvieron a cerrar y él se alejó entre la gente, en busca de la escalera más cercana.

7:55 h

El edificio del Tribunal Penal estaba a dos manzanas y al otro lado de la calle del Parker Center. Barron recorrió aquel trayecto rápidamente con el alma encerrada en la aspereza casi insoportable de sus sentimientos, la rabia y la ira hacia la brigada, hacia quienes eran realmente sus miembros y hacia lo que habían hecho con tanta sangre fría, no sólo con Donlan sino también con él. Al mismo tiempo, su lado práctico le decía que le llevaría un poco de tiempo encontrar un lugar al que trasladar a Rebecca; hasta que llegara aquel momento y la pudiera poner físicamente en el coche y llevarla no le quedaba más remedio que jugar el juego, hacer su trabajo y esconder sus cartas.

7:58 h

Ataviado con el uniforme del agente muerto, con la Beretta automática guardada en la pistolera, Raymond bajó un tramo de la escalera de incendios y luego otro. De pronto se detuvo. Había un hombre con vaqueros y una cazadora negra que subía por las escaleras. Daba igual quién fuera o qué estuviera haciendo allí; lo que Raymond necesitaba ahora era algo que le tapara el uniforme y las dos Berettas. La cazadora negra le iría bien.

Siguió bajando.

Dos pisos, tres, cuatro. El hombre estaba justo allí. Raymond le saludó con la cabeza al pasar por su lado. En medio segundo, se volvió y subió otra vez.

8:00 h

Con las dos Berettas escondidas dentro de la cazadora negra, Raymond empujó la puerta de la escalera de incendios y salió a un pasillo público. Éste, como el que había visto arriba, estaba lleno de gente.

Lo recorrió deliberadamente, tratando de actuar como si fuera a algún lugar concreto. Había rótulos por todas partes. Esta sala, esa otra sala, lavabos, ascensores. Sólo la gente que tenía que ir esquivando le obligaban a ir más lento, y eso era grave porque el tiempo era un factor crucial. A estas alturas, los cadáveres de los dos agentes ya habrían sido descubiertos y, con ellos, su mono naranja de prisionero. En cualquier momento podía esperar que el edificio se viera ocupado por un ejército entero de policías buscándolo.

– ¡Eh, usted! -Un alguacil con un micro de radio en la solapa de la camisa se dirigía hacia él. Para ese hombre, la cazadora no le disimulaba el uniforme, sino que le llamó más la atención. Raymond lo ignoró y siguió andando.

– ¡He dicho usted! ¡El de los pantalones de policía! -El alguacil seguía avanzando hacia él. Raymond miró hacia atrás y vio que se ponía a hablar por el micro de su solapa.

Raymond se limitó a darse la vuelta y a disparar a bocajarro con las dos pistolas. El estruendo de los tiros sacudió todo el pasillo. El alguacil se tambaleó hacia un lado y luego cayó de espaldas, tumbando con su impulso a un anciano que iba en silla de ruedas. La gente empezó a gritar y a correr en busca de refugio. Raymond se alejó corriendo.

Sala de la brigada 5-2, 8:02 h

– ¡Vamos para allá! ¡Barron ya está allí! -Halliday colgó el teléfono de un golpe y se dirigió hacia la puerta. Polchak corría y estaba ya a punto de alcanzarlo.

Edificio del Tribunal Penal, 8:03

Barron se abrió paso a través del torrente de pánico que inundaba la planta baja. La gente aterrorizada corría en todas direcciones, tratando de ponerse a salvo. Lo único que sabía era lo que Halliday le había dicho por la radio: los dos agentes que custodiaban a Raymond habían sido asesinados y se había producido un tiroteo en una de las plantas superiores.

– ¡Dios mío! -masculló entre dientes, mientras dejaba de lado sus monstruos personales para enfrentarse a la crisis inmediata y a la ráfaga de adrenalina que le acababa de provocar.

De pronto, un hombre con cazadora negra lo adelantó con un empujón en medio de una muchedumbre que salía de una puerta que daba a la escalera de incendios. Era otro paso antes de que Barron lo reconociera:

– ¡Eeeh! -Se volvió, para ver a Raymond esforzándose por cruzar una puerta de emergencia y salir, peleando con la riada de gente que trataba de huir de él.

Barron levantó su Berettta y se abrió paso hacia la puerta, derribando a varias personas a su paso. Afuera pudo ver a Raymond bajando a la carrera por la rampa de peatones en zigzag que llevaba hasta el parking. Al mismo tiempo vio a hombres uniformados que salían de todos los rincones.

– ¡Cazadora negra! -rugió Barron por su radio-. ¡Baja por la rampa hacia el parking!

Raymond llegó al final de la rampa corriendo. Sirviéndose de la gente para protegerse, vio la calle y corrió hacia ella.

Medio segundo más tarde Barron cruzó las puertas y corrió rampa abajo. Al mismo tiempo, Halliday y Polchak chocaron contra las puertas tras él.

– ¡Tú! ¡El de la cazadora negra! ¡Quieto! -Una voz femenina ladró detrás de Raymond.

El se volvió, metió la mano dentro de la cazadora y sacó la Beretta robada. La mujer policía de uniforme estaba a veinte pasos de él, apuntándolo con su arma.

– ¡Cuidado! -gritó Barron demasiado tarde.

¡Bang!¡Bang!

Raymond disparó un par de ráfagas. La mujer policía saltó hacia atrás y cayó sobre el pavimento, al tiempo que disparaba una bala al aire.

Raymond se volvió a mirar hacia el edificio, luego rodeó un Cadillac y salió corriendo, aprovechando los coches aparcados como protección, hacia la calle. Barron se plantó con fuerza al pie de la rampa, con la Beretta sujeta con las dos manos, apuntando con cuidado. Raymond se dio cuenta y se apartó justo cuando Barron disparaba.

Un dolor abrasador dibujó una línea recta en la garganta de Raymond y le hizo perder el equilibrio. Estuvo a punto de caer, luego se recuperó y echó a correr tambaleándose, apretándose con una mano la herida de la garganta. Tras él, tres coches patrulla blanco y negros hacían chirriar sus ruedas por el suelo del parking. A su izquierda pudo ver tres unidades más apareciendo por una esquina, que bajaban la calle en dirección a él. Al mismo tiempo, un taxi se detuvo justo delante de él. La puerta de atrás se abrió y de él bajó una mujer negra de mediana edad, seguida de una adolescente también negra.

Raymond apartó la mano que tenía en la garganta. Tenía un poco de sangre, pero no demasiada. La bala sólo lo había cortado y quemado. Con cinco pasos llegó al taxi. Levantó la mano izquierda y atrapó a la aterrorizada adolescente hacia él. Le dio la vuelta y la apuntó a la cabeza con la Beretta automática. Luego levantó la vista y lo que vio fue una docena o más de policías de uniforme armados hasta los dientes que se le acercaban. Se dio cuenta que trataban de buscar la manera de dispararle sin matar a la niña. Tanto a su derecha como a su izquierda, más coches patrulla acordonaban la calle. Entonces vio a John Barron abriéndose paso por entre los polis uniformados y dirigirse hacia él. Dos de los detectives de paisano del garaje lo acompañaban; uno de ellos era de los que estaba en el tren.

– ¡Deténgase! -gritó Raymond, mientras sus ojos se desplazaban a la mujer de mediana edad que acababa de bajar del taxi con la chica. Ella se quedó plantada en medio de la calle, atrapada entre él y la policía. Le miraba horrorizada.

– ¡Baja el arma, Raymond! -gritó Barron-. ¡Deja a la chica! ¡Déjala! -Él y sus dos compañeros estaban a unos veinte metros de él y se le iban acercando.

– Un paso más, John, y la mato -dijo Raymond, gritando pero con tono sereno, con la mirada fija en los ojos de Barron.