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– ¡Ahí va! -gritó Halliday.

Delante de ellos, el taxi 7711 había aumentado la velocidad y se alejaba. Barron pisó el acelerador a fondo. Los coches patrulla vacilaron y luego se precipitaron hacia delante.

Halliday hablaba por radio:

– ¡Tres, Adam Treinta y Cuatro! ¡Se escapa! Air 14, ¿qué hay del tráfico más adelante?

En cuestión de segundos, Barron había acortado la distancia con el taxi a la mitad. De pronto el taxi viró a la izquierda, cortó directamente por delante de ellos y aceleró por una calle secundaria en la que había varios edificios de apartamentos.

– ¡Cuidado! -gritó Barron. La mano de Halliday se aferró al asidero de encima de la puerta y Barron giró bruscamente. Con las ruedas chirriando, el coche patrulla se deslizó por la curva. Barron volvió a girar el volante hacia el otro lado, con el pie en el acelerador, y el coche salió disparado. Al cabo de un segundo pisó el freno y el coche se detuvo bruscamente.

A media manzana estaba el taxi parado junto a la acera.

28

Barron cogió la radio.

– Red, soy Barron. El taxi…

– Ya lo veo.

El coche de Red aparcó rápidamente junto al de Barron y Halliday. Al instante siguiente, unas cuantas patrullas acordonaron el final de la calle delante de ellos.

Barron miró por el retrovisor y vio las dos unidades de tiradores aparcar detrás de él. Abrieron las puertas y cuatro hombres con chalecos antibalas salieron de los coches, cargados con rifles. Al mismo instante, Red y Polchak salieron del coche, revólveres en mano y la mirada fija en el taxi. Se oyó un fuerte clic-clac cuando Valparaiso salió por la puerta de atrás cargando una escopeta del calibre 12.

Barron y Halliday salieron también de su vehículo, Berettas en mano. Detrás de ellos llegaron más coches patrulla. Arriba se oía el fuerte latido de las aspas del helicóptero.

– Air 14, ¿qué ven? -dijo Red por la radio.

– Un 7711 detenido. Lo mismo que ustedes.

Red volvió a entrar en su coche y cogió el micro de la radio.

– ¡Raymond! -su voz retronó por los altavoces del coche-. Abra la puerta y deje las armas en el suelo.

Barron y Halliday avanzaron un poco, con las armas levantadas, preparados para disparar. Detrás y a un lado, los tiradores se repartieron el espacio para tomar buenas posiciones.

Polchak se arrodilló junto al guardabarros del coche de Red, con su rifle automático entre las manos:

– Directo al infierno, cabronazo -masculló.

Nada ocurrió. El taxi seguía inmóvil. Las puertas cerradas, las ventanas subidas, el brillo del sol más fuerte que nunca, agudizando la imposibilidad de ver qué sucedía dentro.

Seguía sin pasar nada. Entonces, de pronto, la ventana del conductor empezó a bajar hasta la mitad y apareció el rostro de la joven rehén.

– ¡Mami! ¡Mami! ¡Mami! -gritó con todas sus fuerzas. Luego su cara desapareció y la ventana volvió a subirse.

– ¿Qué cojones está pasando? -Valparaiso se desplazó hasta detrás de Red. Los tiradores se abalanzaron, listos para disparar.

De pronto, la puerta del apartamento que daba justo delante del taxi se abrió de un golpe y Mami, una mujer negra y corpulenta con vaqueros y un top de tirantes se echó a correr hacia el taxi.

– ¡Mi niña! ¡Mi niña! -gritaba Mami, mientras corría.

– Mierda, mierda -exclamó Barron, y se puso a correr en dirección a la mujer.

– ¡Dios mío! -se abalanzó Red.

Ahora todos corrían: Mami, Barron, Red, Polchak, Valparaiso, Halliday, todos corrían con sus armas levantadas.

La puerta del conductor del taxi se abrió. Al instante, Barron sujetó a Mami, a la que inmovilizó con un placaje rápido antes de caer con ella sobre el césped de la acera.

Red se ocupó de la puerta del taxi y la abrió de un manotazo con su Smith & Wesson lista para disparar.

– ¡Quieto o disparo!

Darlwin pegó un fuerte aullido, apartándose aterrorizada del arma de Red. Detrás de ella, la puerta del copiloto se abrió de golpe y Valparaiso avanzó con su escopeta, dispuesto a vaciar su cargador en la cabeza de Raymond. Pero lo único que consiguió fue mandar a Darlwin gritando otra vez al asiento de delante, hacia Red. Luego Polchak abrió otra puerta y Halliday arrancó la cuarta de un manotazo.

Raymond no estaba. Sólo Darlwin, gritando, llorando, muy asustada.

Rápidamente, Red le hizo un gesto hacia su madre:

– Mami -le dijo-. Ahí está Mami.

De pronto, Mami se separó de Barron y corrió hacia el taxi. Y entonces ella y su hija se fundieron en un abrazo, asustadas, llorando.

– ¡Sácalas de aquí! -le gritó Red a Barron.

Barron actuó rápidamente y llevó a las mujeres lejos del taxi. Al mismo tiempo, Polchak y Valparaiso se acercaron a la parte trasera del mismo. Valparaiso hizo palanca con el rifle y Polchak reventó el cerrojo del maletero. Lo único que había era la rueda de recambio del coche y unas cuantas herramientas.

– ¡Hoy debe de ser el puto día de los inocentes! -dijo Polchak, volviéndose asqueado.

– Pero estamos en marzo -dijo Halliday, en voz baja.

Valparaiso se guardó el rifle bajo el brazo.

– ¿Cuándo coño ha salido del coche? ¿Dónde cojones…?

Al final de la manzana, los tiradores bajaron sus rifles y retrocedieron. Poco a poco, por las ventanas iban asomando cabezas, las puertas se iban abriendo. La gente salía a los pequeños parterres de césped de delante de los bloques de apartamentos, señalando los coches patrulla, hablando entre ellos.

Red levantó la vista hacia el helicóptero que todavía esperaba y se pasó una mano por el pelo; luego se acercó adonde estaba Barron, que trataba de consolar a Darlwin y a su madre.

– Cuéntanos lo que ha ocurrido -dijo, con voz amable.

– Cuéntaselo, cariño -repitió su madre, sosteniéndole la mano con fuerza y secándole las lágrimas con la otra mano.

– Justo cuando… empezábamos a correr -consiguió decir Darlwin entre sollozos-, luego el tipo me mira… quiere saber si… si yo sé… conducir… y le digo que… claro que sé. Y me dice… pues ponte al volante y vete a tu casa. No pares por nadie y no abras la puerta… hasta que llegues. Luego él salió… y yo no quería llevarle la contraria… a un loco como ése. He hecho lo que me decía.

– ¿Dónde ha bajado? ¿Te acuerdas? -El tono de Red McClatchy era tranquilo y amable, como si hablara con su propia hija.

– ¿Dónde ha bajado, cariño? -la apremió la madre-. Díselo al señor, venga.

Darlwin levantó los ojos, tratando de reprimir las lágrimas que no dejaban de caerle.

– Como he dicho… ha sido al principio… habíamos bajado una manzana y habíamos girado por la primera calle… desde el juzgado… no sé exactamente qué calle es. -Movió la cabeza a ambos lados-. Ha parado el coche y se ha marchado.

– Gracias, Darlwin -dijo Red. Miró a Barron y luego se volvió y vio a sus otros detectives agrupados, expectantes, como si él estuviera a punto de revelarles el paradero de Raymond y así lavar la mancha de vergüenza que pendía sobre sus cabezas. Pero lo que obtuvieron, en cambio, cuando se les acercó, fue una buena dosis de frustración-. Una manzana más abajo y al doblar la esquina del juzgado, caballeros. Los pocos segundos que ha estado fuera de nuestra vista los ha sabido utilizar. Ha parado el taxi y se ha largado. Y le ha dicho a la chica que se fuera a casa.

Red se miró el reloj y luego miró rápidamente a Polchak.

– Nos lleva más de una hora de ventaja y tenemos que recuperar este tiempo. Pon una orden de búsqueda por toda la ciudad y que lo traten como muy peligroso. Quiero a todos los detectives disponibles y a todas las patrullas peinando la zona entre el Tribunal Penal y la autopista de Santa Mónica, y entre Alvarado Street y la autopista de Santa Ana. Que manden su foto a todos los periódicos y cadenas de tele y que la envíen por fax a todas las terminales de bus y tren, compañías de taxi y empresas de alquiler de coches de la ciudad, con la petición de que nos lo hagan saber de inmediato si lo ven, o si ya lo han visto. Y, por si acaso se nos escapara del todo, que faciliten su foto y su descripción a la policía de Londres, para que puedan estar al tanto si desembarca de cualquier vuelo de llegada.