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La idea era, sencillamente, desaparecer. Tenía el suficiente dinero ahorrado como para poder vivir los dos casi un año, mientras él buscaba trabajo. Todavía era joven; podían cambiarse los nombres y, sencillamente, empezar de nuevo. Parecía razonable, incluso factible. Y dudaba que Red o cualquiera de los otros quisieran malgastar el tiempo o el dinero buscando y silenciando a un hombre que, de todos modos, ya estaba callado, y cuya hermana tampoco podía saber nada, aunque, de alguna forma, fuera consciente de lo ocurrido. Pero hasta que llegara aquel momento, sabía que tenía que seguirles el juego y seguir trabajando y actuar como si hubiera asimilado la conversación con Red y tuviera toda la intención de cumplir su juramento y permanecer en la brigada durante el resto de su vida profesional.

La doctora Flannery lo escrutó durante un buen rato en silencio. -Si esto es lo que desea, detective -dijo, finalmente-, veré lo que puedo hacer.

– ¿Tiene alguna idea del tiempo que puede tardar?

– En su estado actual, lo siento pero no. Me llevará un tiempo estudiar las posibilidades.

– De acuerdo. -Barron le hizo un gesto de gratitud y se levantó-. Gracias -dijo, consciente de que, por muy rápido que él quisiera marcharse, que él necesitara marcharse, la situación de Rebecca no se podía resolver en un día, ni tal vez en una semana. Era algo que tenía que aceptar.

Cuando ya se dirigía hacia la puerta, con su mente todavía concentrada en Rebecca y en la doctora Flannery, el pitido repentino de su móvil lo sobresaltó:

– Disculpe -dijo, mientras se sacaba el teléfono del bolsillo-. Barron. ¿Cómo? -preguntó bruscamente. Su actitud cambió de inmediato-. ¿Dónde?

35

MacArthur Park, 12:40 h

El Mustang de Barron golpeó el bordillo al subir por el parterre de césped para aparcar al lado del Ford de Red. Detrás del mismo, cuatro coches patrulla delimitaban un perímetro, y más allá, agentes de uniforme mantenían a raya una multitud creciente de curiosos.

Barron salió rápidamente del coche y anduvo hacia un denso grupo de arbustos que había cerca del agua.

Al acercarse pudo ver a Red y a dos agentes de uniforme de pie a un lado, hablando con un indigente vestido con harapos y con una melena que parecía un nido de ratas. Barron alcanzó los arbustos justo cuando Halliday salía con cuidado entre ellos, sacándose unos guantes de látex.

– Varón de raza blanca -dijo Halliday-. Pelo lila. Le han disparado tres balas en la cara, muy cerca. No lleva ni ropa ni documentación. Nada. A menos que alguien denuncie su desaparición o que consigamos algo de sus huellas, pasaremos mucho tiempo sin saber quién es. Échale un vistazo -le dijo a Barron.

Red se separó de los agentes y anduvo hacia ellos, y Barron se dirigió adonde Halliday había estado unos segundos antes.

La víctima yacía en el suelo, de lado, vestido solamente con la ropa interior. Tenía casi toda la cabeza destrozada, pero quedaba lo bastante para ver que llevaba el pelo teñido de lila. La ropa había desaparecido.

– ¿Qué edad debe de tener? ¿Veintiuno, veintidós…? -Barron salió de los arbustos justo cuando llegaba la gente de la división de Investigaciones Científicas-. Tiene las uñas limpias y cuidadas. No era ningún mendigo. Es como si alguien hubiera querido robarle la ropa.

– ¿Se os ocurre algo, pues? -dijo Red, mirando a Halliday.

– Hace treinta minutos, tal vez una hora. Y éste, ¿qué ha dicho? -dijo Halliday, señalando al indigente, que todavía hablaba con los polis de uniforme.

– No mucho. Que se ha metido por aquí a mear y ha estado a punto de hacerlo sobre el cadáver. Que se ha pegado un susto de muerte y se ha puesto a gritar.

Los tres detectives se apartaron para dejar a los de Investigaciones Científicas el espacio suficiente para examinar el lugar de los hechos.

– Prácticamente desnudo, igual que los agentes del ascensor del juzgado -Red miraba a los de la poli científica. Tenía una rabia y una intensidad en la mirada que Barron no le había visto nunca.

– Está pensando en Raymond -dijo Halliday, mientras llegaba el primer contingente de prensa. Como siempre, Dan Ford iba el primero.

– Sí, estoy pensando en Raymond.

– Comandante -ahora Dan Ford se dirigía a Red-. Sabemos que han asesinado a un hombre joven en el parque. ¿Relaciona este asesinato con Raymond Thorne?

– Te voy a decir una cosa, Dan -espetó McClatchy mirando a Dan, y luego al resto de periodistas del grupo-: Tú y los demás hablad con el detective Barron. Él puede hablar de la investigación tan bien como el resto de nosotros.

De inmediato, McClatchy llamó a Halliday y los dos se alejaron del grupo. Ahí la tenía, la manera de Red de demostrarle que volvía a ser uno de los suyos, que todas las discrepancias se habían salvado con su firma en el informe Donlan. Además, las normas seguían intactas: resolver cualquier diferencia dentro de la brigada.

– ¿Es Raymond el sospechoso, John? -le preguntó Ford. Detrás de él se acercaron otros periodistas. Las cámaras grababan, los micros se le acercaban. Entonces Barron vio otro coche de camuflaje que se aproximaba, al tiempo que Red y Halliday llegaban al coche de este último. Las puertas se abrieron y del vehículo salieron Polchak y Valparaiso. Hubo un breve intercambio de frases y luego los dos detectives se dirigieron a través del césped hacia donde los uniformados seguían conversando con el mendigo de melena de rata y hacia los arbustos, donde los de la Científica inspeccionaban el cadáver.

– ¿Quién es la víctima? -gritó alguien desde el grupo de periodistas.

Barron se volvió hacia ellos.

– No lo sabemos. Sabemos solamente que es un hombre de veintipocos años y que le han disparado varias veces en la cara -dijo secamente y mientras se sentía invadido por la rabia-. Desde luego, Raymond Thorne es sospechoso. Probablemente sea «el» sospechoso.

– ¿Ha sido identificada la víctima?

– ¿No ha oído lo que acabo de decir? -El nerviosismo y la ira seguían instalados en Barron. Al principio pensó que su mal humor estaba provocado por Red, por su manera simplona de darle unos golpecitos a la espalda y acogerlo de nuevo en el seno de la brigada por lo que había hecho, pero cuando se encontró delante de Dan Ford y el resto de periodistas, con las cámaras y los micros grabándolo todo, se dio cuenta de que McClatchy era tan sólo una parte del problema. El problema real era él mismo, porque todo esto le afectaba. Le afectaba la ejecución a sangre fría de Donlan, el muchacho muerto bajo los arbustos, pensar en su padre y en su madre y en el horror que llenaría sus corazones para el resto de sus vidas cuando se enteraran de lo ocurrido. Le afectaba la gente que había muerto en el edificio del Tribunal Penal y se imaginaba el drama de sus hijos y de sus familias. No era capaz, después de todos aquellos años, de quitarse de la cabeza el asesinato de sus propios padres. Además, había otra cosa. Algo que ahora mismo pensó, mientras soportaba el calor y la contaminación del mediodía enfrentado a aquella congregación periodística con toda su parafernalia electrónica que lo enfocaba: que todo aquello que había ocurrido con Raymond era culpa suya. Él había sido el agente al mando de su arresto; él fue quien estuvo en Parker Center permitiendo que Raymond le tomara el pelo, como si éste supiera desde el principio lo ocurrido con Donlan y lo hubiera puesto contra las cuerdas para que le mostrara su verdadero estado mental, lo cual no hizo más que confirmar sus sospechas. Barron lo tenía que haber comprendido en aquel momento, tendría que haber sabido calibrar lo calculador y peligroso que era Raymond y haber hecho algo al respecto; como mínimo, advertir a los agentes que lo custodiaban de que estuvieran especialmente alerta. Tendría que haberlo hecho, pero no lo hizo. En vez de eso, explotó ante la astucia de Raymond, con lo cual le reveló a aquel asesino todo lo que necesitaba saber.