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Raymond colgó y giró por Gregory Way hacia Spalding Drive, donde había dejado el coche aparcado. Su plan era ir en el coche hasta uno de los parking de la terminal del aeropuerto internacional, dejar el coche allí y tomar un autocar-lanzadera hasta el mismo aeropuerto. Y luego confiar en el destino para poder llevar a cabo su charada y poder obtener el billete, pasar por el control de seguridad y embarcar en el vuelo de Lufthansa 453 como Josef Speer sin más problemas.

Llegó a Spalding y dobló la esquina, luego se detuvo. Dos coches de la policía local de Beverly Hills estaban aparcados en mitad de la manzana, con las luces del techo encendidas. En la calle y en las aceras había un grupo de gente mirando cómo unos polis de uniforme examinaban un coche aparcado. Su coche. El que llevaba el cadáver de Charles Bailey en el maletero.

Cerca de él había una mujer anciana enfrascada en una animada conversación con uno de los policías, mientras luchaba por sujetarse a la correa de un perrito que bailaba en círculos y ladraba sin cesar hacia el coche. De inmediato, otro policía volvió hasta su coche patrulla, sacó una herramienta y volvió a acercarse al coche de Bailey. Hizo palanca con la herramienta y abrió el maletero.

Al instante, un grito se levantó a coro al ver el cadáver que había en el interior. El perro ladró más fuerte y se puso a tirar de su correa con fuerza, provocando que la mujer casi perdiera el equilibrio.

Raymond siguió mirando unos segundos y luego se volvió y se marchó rápidamente en dirección contraria, hacia Wilshire Boulevard.

Depósito de cadáveres municipal de Los Ángeles, 14:15 h

John Barron estaba detrás de Grammie Nomura, observando cómo la mujer hacía su boceto. Grammie tenía sesenta y siete años, era americana de origen nipón, bisabuela, una gran bailarina y autora de unos de los cuadros paisajísticos más misteriosos que John había visto en su vida. Era también la mejor retratista profesional del LAPD y llevaba veinte años a su servicio. En ese período de tiempo había hecho más de dos mil retratos robot de gente buscada, y más o menos la mitad de desaparecidos o muertos, gente a la que la policía buscaba o trataba de identificar. Ahora estaba sentada frente el cuerpo mutilado de la víctima de homicidio del pelo lila, tratando de dibujar el aspecto que debía de haber tenido unas cuantas horas antes, cuando estaba todavía vivo.

– Dibuja dos, Grammie -le dijo Barron, mientras la mujer trabajaba en el boceto que sería mostrado por todos los canales de televisión de Los Ángeles tan pronto como lo completara-. Uno como si tuviera el pelo lila y otro como si no. Tal vez sólo se lo hubiera teñido estos últimos días.

Barron la siguió observando un rato más, luego se volvió para caminar arriba y abajo y dejarla terminar.

Descubrir la identidad de la víctima era la clave, y éste era el motivo por el que estaba aquí, presionando personalmente a Grammie. Mientras Raymond estuviera libre iría probando suerte, y Barron estaba decidido a cortar esa libertad lo antes posible echándole todo el dispositivo de prensa encima mientras trataban de identificar a la víctima, para luego atraparlo desde el otro lado, al instante en que usara la identidad de la víctima.

McClatchy dio también por buena la teoría del robo de identidad de Barron y mandó de inmediato un aviso a todas las comisarías de policía del sur de California de que su fugitivo podía estar disfrazándose de joven con el pelo lila y tratando de huir de la zona por cualquier medio posible. Luego procedió a ordenar que doblaran los efectivos de policía en los principales puntos de salida -aeropuertos, estaciones de tren y terminales de autobús- y a distribuir la foto de Raymond a todas las peluquerías, con la expectativa de que Raymond ya se habría hecho teñir el pelo para parecerse a la víctima o trataría de hacerlo en breve. Y por último, había mandado una orden tajante a todas las comisarías, desde San Francisco hasta San Diego, pidiendo que apartaran e identificaran a cualquier varón de raza blanca de edad comprendida entre quince y cincuenta años que llevara el pelo lila. «Ya se disculparán luego», acababa su orden.

– Detective -dijo Grammie Nomura, volviéndose hacia Barron-. Ese sospechoso al que buscan, se lo veo en todo lo que hace. Por su postura, por la manera en que camina arriba y abajo, por su ansiedad de que termine…

– ¿Qué es lo que ve?

– Que quiere atraparlo. Usted, personalmente.

– Sólo quiero atraparlo. Me da igual quién lo haga o cómo.

– Pues entonces créame y que sea así, y limítese a hacer su trabajo. Si deja que se le meta dentro acabará recibiendo un tiro.

– Sí, Grammie. -Barron sonrió.

– No se lo tome a la ligera, detective. Lo he visto otras veces, y llevo aquí muchos más años que usted. -Se volvió a mirar el dibujo-. Aquí, venga a ver esto.

Barron se le acercó por detrás. Estaba dibujando los ojos, llenándolos de brillo y de pasión, devolviéndole poco a poco la vida al chico asesinado. Verlo impresionó a Barron de tal manera que su desprecio hacia Raymond se hizo más intenso. La percepción de Grammie era correcta, pero su advertencia llegaba demasiado tarde. John quería detener a Raymond personalmente: ya lo llevaba debajo de la piel.

40

MacArthur Park, 15:10 h

Polchak estaba encorvado a la sombra de un arbusto, tratando de entender el sentido de todo aquello. Red estaba agachado un poco más abajo, escrutando el suelo donde había estado la víctima hasta hacía unos momentos. Hacía un buen rato que el cadáver había sido retirado por el cuerpo de forenses, y los de la policía científica se habían marchado también. Ahora ya sólo quedaban ellos dos, los detectives más veteranos de la 5-2 que reflexionaban sobre el terreno, como llevaban haciendo muchos años; como viejos perdigueros que husmean y tratan de entender lo que ha ocurrido y cómo. Y adonde puede haber ido el criminal después de hacerlo.

Red se levantó y cruzó con cautela hacia el otro lado:

– No hay ni ramas rotas, ni marcas en la tierra. Al chico no lo han arrastrado hasta aquí, ha venido voluntariamente.

– ¿Un encuentro homosexual?

– Puede ser. -Red siguió examinando el suelo. Lo que más deseaba era encontrar alguna pista que lo llevara hasta el lugar al que el asesino había ido después-. ¿Recuerdas el taxi? Pensábamos que Raymond estaba dentro y no estaba. A lo mejor el chico ha pensado que Raymond era homosexual porque él le ha inducido a pensarlo -dijo, mirando a Polchak.

– Subió en el Southwest Chief en Chicago. Tal vez fue él quien mató a los hombres de Chicago, pero tal vez no. Tal vez tuviera algo que ver con Donlan, pero tal vez no. Pero dejando todo esto de lado, iba en un tren que debía llegar a Los Ángeles a las 8:40 de un martes por la mañana. En cambio, llevaba un billete de avión a Londres para un vuelo del lunes que despegaba de Los Ángeles el lunes a las 17:40. Creo que es bastante lógico pensar que cogió el tren debido a la tormenta de granizo en Chicago. De lo contrario, habría llegado a Los Ángeles el domingo. Pero olvidémonos del día. El hecho es que estaba decidido a venir hasta aquí y con un arma considerable en su equipaje. ¿Por qué?

Justo en aquel momento sonó el teléfono de McClatchy y él lo sacó del bolsillo.

– ¿Cuál? -le dijo a Polchak, y luego abrió el móvil-. McClatchy.

– Hola, Red, soy G.R. -le dijo una voz animada-. ¿Cómo te va el día?

G.R. era Gabe Rotherberg, el jefe de detectives de la policía de Beverly Hills.