21:16 h
Barron subió las escaleras de dos en dos. Dos empleados de seguridad de Lufthansa, con sendos uniformes oscuros, corrieron detrás de él. A pesar de la petición de McClatchy y a pesar de disponer de copias claras de las fotos policiales de Raymond, ni el servicio de seguridad de Lufthansa ni la policía aeroportuaria de paisano habían sido capaces de localizarlo entre los numerosos pasajeros. Ni tampoco habían querido actuar con una agresividad mayor, por miedo a alertarlo. Lo único que pudieron hacer fue buscar a un hombre de su talla y edad vestido con vaqueros, cazadora tejana y gorra de béisbol… y tal vez el pelo teñido de lila.
– Localicen al agente que le ha vendido el billete a Speer -dijo Barron al llegar arriba de las escaleras y dirigirse pasillo abajo, hacia el control de seguridad-. Que se reúna con nosotros en la puerta de embarque.
21:18 h
Raymond estaba en la cola del control de seguridad. Al llegar a la cinta transportadora, se quitó los zapatos como hacían el resto de pasajeros, luego los puso junto a su bolsa negra en la cinta y pasó por el arco detector de metal.
21:19 h
Raymond recogió los zapatos y la bolsa de la cinta, luego se calzó y se dirigió hacia la puerta de salida. Nadie del servicio de seguridad pestañeó siquiera.
21:20 h
Halliday cortó rápidamente hacia los carriles centrales del bucle del aeropuerto y aceleró en dirección a la terminal Bradley. Aparcó el coche metiendo el morro entre un taxi y un monovolumen Chevrolet con las luces rojas y amarillas de emergencia de su coche de camuflaje todavía parpadeando por el cristal de atrás. Al cabo de unos segundos entró en la terminal mientras se colgaba su placa dorada de detective del bolsillo de la chaqueta y sacaba la radio.
– John, soy Jimmy. Acabo de entrar -dijo, mientras cruzaba el vestíbulo principal y se dirigía hacia las escaleras mecánicas que llevaban a las puertas de embarque de la planta superior.
21:21 h
Con las luces de emergencia encendidas, uno detrás de otro, los coches de McClatchy/Polchak y Valparaiso/Lee aparcaron junto al de Halliday en el espacio que el Chevrolet acababa de dejar libre. En un instante, los cuatro detectives salieron de sus vehículos, los cerraron con varios portazos y entraron en el edificio mientras se colgaban las placas de detectives.
21:22 h
– Estamos aquí, Jimmy. -La voz de Red se oyó por la radio de Halliday.
– Planta superior, puerta veintidós. -Halliday medio andaba, medio corría mientras hablaba con Red. Lo acompañaban dos agentes uniformados de la policía aeroportuaria de Los Ángeles y un agente de seguridad de Lufthansa-. De momento no se ha encontrado a Speer.
21:23 h
Raymond guardaba cola detrás de veinte o más pasajeros que esperaban para abordar el vuelo 453, con unos cien o más pasajeros deambulando a su alrededor por el mismo motivo.
«Casi -pensó-, casi.»
Entonces oyó a alguien por delante de él que murmuraba sobre algo que sucedía y levantó la vista hacia el personal de Lufthansa a la entrada del avión, que hablaban entre ellos. De pronto no dejaban pasar a nadie. Por alguna razón, estaban reteniendo la cola. Detrás de él alguien protestó. Como si se tratara de la respuesta, el sistema de megafonía empezó a anunciar:
– Rogamos su atención, por favor. El embarque del vuelo de Lufthansa número 453 con destino a Frankfurt va a retrasarse unos minutos.
Un gruñido colectivo barrió el grupo de pasajeros y Raymond sintió un malestar repentino que lo golpeaba. Miró a su alrededor y vio a dos agentes de la policía aeroportuaria, altos y armados, a menos de cuatro metros de él, que vigilaban a la gente.
Dios, ¿podía ser que el retraso fuera por su culpa? Volvió a pensar en la policía y su eficiencia fría, casi asombrosa. ¿Cómo podían saberlo? ¿Era posible que hubieran descubierto la identidad de Speer y lo hubieran rastreado hasta allí? No, eso era una locura. Imposible. Tenía que tratarse de otro problema.
Miró pasillo abajo para ver si había más policía, pero en vez de eso, lo que vio fue a la joven agente de Lufthansa que le había vendido el billete abriéndose paso entre la gente y andando hacia él. La acompañaban dos hombres con traje oscuro.
Dios bendito…
Se volvió de espaldas, tratando de pensar qué debía hacer. Entonces lo vio y el corazón se le subió a la garganta. John Barron avanzaba decidido por entre los viajeros; un hombre y una mujer con los mismos trajes oscuros que los anteriores le acompañaban. Los tres buscaban a alguien.
Entonces vio también venir a los otros, aquellos hombres cuyas caras estaban grabadas en su memoria para siempre: los hombres del aparcamiento. Y por si le había cabido alguna duda, su cabecilla le parecía inconfundible: uno al que llamaban Red, o Lee, el enorme negro americano que lo había visitado en la cárcel para preguntarle sobre la Ruger.
A su alrededor todo el mundo protestaba, se quejaba por el retraso y se preguntaba qué estaba pasando. Él se mantuvo bien quieto, buscando la manera de escapar.
21:29 h
– ¿Hay algún rastro de él? -Red se acercaba a Barron. Lee lo acompañaba. Y con ellos iban la joven agente de billetes de Lufthansa y los dos agentes de seguridad de la aerolínea.
– No, de momento no. Y seguimos sin saber si se trata de Raymond. Al fin y al cabo, podría también tratarse del chico alemán, que podría haber decidido marcharse a casa.
Red miró a Barron a los ojos:
– Cierto -dijo, tranquilamente. Fue solamente un instante, pero Barron supo que Red no estaba de acuerdo con que hubiera hecho aquello por su cuenta.
De pronto Red miró al fondo, con los ojos enfocados más allá de la muchedumbre, y Barron supo que, como él, no creía que se tratara del chico alemán. Raymond estaba allí, en algún rincón.
Red miró a la joven vendedora de Lufthansa:
– ¿Hablaba alemán?
– Sí, con fluidez. -La chica miraba a la gente, igual que lo había hecho Red, igual que lo hacían todos ellos-. Era muy guapo, con el pelo de color lila.
Red se volvió hacia Lee:
– Que acordonen el pasillo detrás de nosotros. Vamos a pasear entre la gente. Que no salga nadie hasta que hayamos terminado. -Se volvió bruscamente hacia Barron-. A partir de ahora eres mi socio, ¿entendido?
– ¿Tu socio? -Barron se quedó atónito. En la brigada no había socios; todos eran intercambiables con cualquier otro de ellos. Ahora, de pronto, Red y él eran un equipo.
– Sí. Y esta vez quédate conmigo, no te vayas a tu…
¡Pum, pum, pum!
El retronar de los disparos se llevó lo que McClatchy iba a añadir a continuación.
– ¡Al suelo! -Barron empujó a la agente de Lufthansa al suelo mientras los detectives se abrían paso, empuñando sus armas.
Durante una milésima de segundo el tiempo se detuvo y todo quedo inmóvil. Entonces irrumpió Raymond, que apareció disparando por entre la gente, cruzando la zona de embarque en dirección al avión en una carrera a muerte.