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– ¡La gorra de los Dodgers! ¡Está en el finger! -Poco tiempo había permanecido junto a Red. Barron gritaba mientras corría en medio de la confusión general. La gente corría, gritaba, empujaba y berreaba, todos tratando de salir de allí. Por encima de todos ellos flotaba el olor acre de la pólvora.

Barron esquivó a un cura que corría en dirección contraria. Al mismo tiempo vio a los de seguridad de Lufthansa cerca del finger:

– ¡Cierren el avión desde dentro!

Red corría detrás de él, abriéndose paso entre la confusión. Pistolas en mano, Polchak y Valparaiso, Lee y Hallyday hacían lo mismo, todos ellos acercándose al finger.

Detrás de ellos, el cura estaba arrodillado junto a los dos policías aeroportuarios que habían estado más cerca de Raymond; dos policías a los que había doblegado a la velocidad de la luz y por total sorpresa, lo mismo que hizo con los agentes del ascensor en el edificio del Tribunal Penal. Primero le quitó el arma sin miramientos de la pistolera al primero y cuando reaccionó le disparó a bocajarro; luego le metió dos balas en la cara al segundo cuando trataba de protegerlo. Entonces, con la pistola todavía levantada, saltó por entre la masa atolondrada y corrió hacia el finger que llevaba hasta el avión. Fue en aquel instante fugaz cuando él y Barron se cruzaron la mirada.

Barron se apostó bruscamente a la entrada del finger. Con la Beretta levantada con las dos manos, al estilo militar, escrutó cuidadosamente el túnel medio en penumbra. Estaba vacío. Al instante notó una presencia detrás de él. Se volvió rápidamente. Era Red. Tenía una actitud solemne, fría, desprovista de emoción.

– Ya entiendes lo que va a pasar cuando lo atrapemos.

Barron miró a McClatchy un milisegundo; luego sus ojos miraron más allá, buscando a Dan Ford. Si estaba, no lo vio. Volvió a mirar a Red y supo que tenía que olvidarse de Ford.

– Lo entiendo -dijo, y luego, de pronto, se volvió y se adentró en el finger con la pistola por delante.

Bajo la suave luz podía ver el pasillo que viraba a la izquierda cinco metros más adelante. ¿Cuántas veces había pasado por un pasillo igual con la mente despreocupada? Sencillamente siguiendo a los demás pasajeros para abordar el avión sin pensar en quién más estaba allí, a la vuelta de la esquina, esperando a matarle cuando llegara.

– Aquí McClatchy. -Red seguía siendo su sombra y hablaba en voz baja por su radio-. Ponme con seguridad de Lufthansa.

Barron avanzó hacia la curva, con el corazón acelerado y el dedo en el gatillo de la Beretta. Esperaba encontrar a Raymond justo allí, al doblar la esquina, y estaba preparado para disparar al instante de verlo.

– McClatchy -volvió a decir Red-. ¿Está el sospechoso en el avión?

Barron contó a tres y dobló la esquina.

– ¡No! -gritó de pronto y saltó hacia delante-. ¡Está fuera!

Al fondo del finger había una puerta abierta. Barron corrió hacia ella, se detuvo al alcanzarla, luego tomó aire y la cruzó. Se encontró arriba de la escalerilla exterior justo cuando Raymond empujaba una puerta de servicio a ras del suelo y corría al interior de la terminal.

Barron bajó la escalerilla a la carrera. Detrás de él podía ver a Red saliendo de la puerta mientras ladraba órdenes a la radio.

Abajo cruzó el asfalto y luego se detuvo rápidamente al llegar a la puerta por la que Raymond se había colado. Volvió a tomar aire y la abrió fácilmente para entrar en un vestíbulo bien iluminado por fluorescentes de techo. Avanzó. Justo enfrente, había una puerta a la izquierda. Tomó aire de nuevo. La abrió y se quedó inmóvil. Era una cafetería para empleados. Había varias mesas volcadas, media docena de empleados tumbados en el suelo, con las manos en la nuca.

– ¡Policía! ¿Dónde está? -gritó Barron.

De pronto, Raymond se levantó desde detrás de una mesa volcada, justo delante de una puerta al fondo.

¡Pum, pum, pum!

La automática del policía asesinado bailó entre sus manos.

¡Pum, pum! Barron respondió y se echó al suelo. Rodó y volvió a levantarse, preparado para volver a disparar. La puerta estaba abierta, Raymond había desaparecido.

En un segundo Barron la había cruzado y bajaba por otro pasilloa toda velocidad. De pronto, una puerta al fondo se abrió de golpe y apareció Halliday, Beretta en mano.

– ¡Por aquí no ha entrado! -gritó Halliday.

Barron vio una puerta entreabierta a medio pasillo, entre los dos, y corrió hacia ella. Llegó el primero, se detuvo en seco y luego la cruzó para encontrarse en otro pasillo. Más abajo oyó un disparo, luego otro.

– ¡Dios mío!

Ahora corría con todas sus fuerzas. Con los pulmones encendidos, empujó una puerta al fondo. Era la zona de equipajes. Había un empleado de maletas muerto en el suelo delante de él; otro estaba de rodillas y sangrando, tres metros más allá.

– ¡Por allí! ¡Ha salido por allí! -El encargado herido señaló una cinta transportadora que llevaba las maletas hacia la Terminal.

Apartando maletas, cajas y bolsas, Barron se metió en la cinta.

¡Pum! ¡Ping!

Barron oyó el disparo y el eco. Al mismo tiempo notó algo que pasaba rozándole a pocos centímetros de la cabeza. Entonces se encontró subiendo por la cinta. Seis metros más adelante estaba Raymond, agachado entre equipajes. A estas alturas ya había perdido la gorra de los Dodgers y Barron se dio cuenta de que llevaba la cabeza rapada al cero.

¡Pum, pum!

Barron disparó. La primera bala impactó en una maleta grande al lado de la cabeza de Raymond. La segunda falló totalmente. Entonces vio a Raymond que se levantaba sobre una rodilla para disparar. Barron se echó al suelo esperando oír el disparo atronador, pero en vez de esto oyó un clic metálico. Luego lo oyó una vez más, y otra. Algo fallaba en el arma de Raymond.

Barron avanzó, al tiempo que se echaba a un lado, preparado para disparar. Pero era demasiado tarde: Raymond había desaparecido de su vista. Lo oía abriéndose camino por la cinta transportadora, apartando equipajes por el camino.

La cinta era estrecha y estaba diseñada para transportar maletas, no personas, pero si Raymond podía viajar en ella, también podía hacerlo Barron. Se embutió la Beretta en el cinturón, luego se agachó y empezó a subir, colándose entre dos bolsas grandes de golf. Un segundo, dos. Volvió a agacharse cuando la cinta pasaba por debajo de unos conductos eléctricos. Luego viró bruscamente a la izquierda y tuvo que agarrarse a una de las bolsas para no perder el equilibrio. De pronto se encontró a Raymond encima, que había caído como una rata enorme de la estructura de soporte de la cinta que había arriba. En un instante tuvo a Barron agarrado del cuello y levantó la automática atascada como si fuera un martillo.

Barron esquivó el golpe y luego le propinó un puñetazo en la cabeza. Lo oyó gritar y agarró la camisa de Raymond con la otra mano, tirando de él para darle otro puñetazo. Al hacerlo, Raymond volvió a levantar la automática. El movimiento fue rápido, corto y muy fuerte. El golpe le cayó a Barron en toda la oreja, y por un instante brevísimo perdió el mundo de vista. Entonces la cinta transportadora cedió debajo de ellos y cayeron los dos dando tumbos, uno tras otro, con maletas entre ellos. Un segundo más y volvían a estar en la cinta de maletas. La cabeza de Barron se despejó y vio muchas caras. De gente que gritaba y le decía cosas, pero él no entendía qué, ni por qué. De pronto se dio cuenta de que estaba de espaldas. Buscó la Beretta en el cinturón con la mano pero ya no estaba.