Выбрать главу

– Bueno -volvió a exclamar. Finalmente, las cosas empezaban a salirle bien.

Una última mirada al espejo, un ajuste del sombrero y la corbata y se dirigió a la puerta. De pronto se detuvo, al decidir que, por prudencia, era mejor echar un último vistazo por la ventana. Pero, al hacerlo, se quedó petrificado. Fuera había un coche estacionado en doble fila del que John Barron salía en aquel preciso instante. Lo acompañaban dos de los detectives del LAPD que estaban en el aeropuerto y en el garaje en el que mataron a Donlan. Con ellos, y guiándolos hasta el edificio, iba la arrogante encargada de la joyería de Alfred Neuss.

10:19 h

60

Los cuatro desaparecieron de su vista, debajo del edificio. Obviamente, la encargada debía de tener la llave del apartamento o no los estaría acompañando. Eso significaba que era sólo cuestión de minutos, incluso de segundos, que llegaran a la puerta de entrada. No tenía tiempo para tratar de disimular que había estado allí. De prisa, Raymond entró en el baño y miró por la ventanita al callejón de atrás, preguntándose si tenían alguna patrulla de policía apostada en la parte posterior del edificio. Al parecer no era así.

En un instante cruzó la cocina, salió por al puerta trasera y bajó las escaleras. Al llegar abajo se sacó la Beretta del cinturón y abrió la puerta. Un camión grande de basura bloqueaba parcialmente el callejón mientras dos operarios recogían los cubos de los edificios. Por el otro lado había pista libre hasta la calle. Con la Beretta sujeta a un costado, Raymond abrió la puerta y se dirigió directamente al lugar donde estaba el coche. Tranquilamente apretó el botón del mando de las llaves que desconectaba la alarma y abría las puertas y se metió en el coche. En un momento el motor del Mercedes se puso en marcha y Raymond dio marcha atrás para meterse en el callejón. El camión de la basura estaba ahora más cerca, pero todavía le quedaba espacio para hacer la maniobra.

Hizo marcha atrás hasta donde pudo, luego puso el cambio de marchas en Drive y pisó el acelerador. El coche salió hacia delante… pero inmediatamente pisó el freno. Un segundo camión de la basura acababa de meterse desde el otro lado del callejón, dejándolo atrapado entre los dos.

10:23 h

Greta Adler era la mujer que quedaba al mando de la joyería Alfred Neuss cuando no estaban ni Neuss ni su esposa, y fue ella quien abrió la puerta del apartamento.

– Gracias -dijo Barron-. Ahora, por favor, espere aquí. -Miró a Lee y Polchak y luego sacó el Cok Double Eagle de la funda de su cintura y entró en el piso. Lee y Polchak iban justo detrás de él.

Recibidor. Un pequeño despacho con ordenador. Sala de estar. Dormitorio. Cocina. Puertas abiertas, armarios revisados. Allí no había nadie.

– Inspeccionémoslo con más detalle. -Lee entró en la cocina, Polchak en la habitación.

Barron se guardó el arma y volvió a la puerta principal.

– Entre, señora Adler -le dijo.

– Señorita Adler -le corrigió ella mientras lo obedecía.

Greta Adler reconoció la foto de Raymond al instante en que Barron se la mostró, en la joyería. Había estado allí el día antes por la tarde, les dijo.

– Dijo que buscaba al señor Neuss y pareció sorprendido, hasta asombrado, cuando le informamos de que no estaba aquí sino en Londres.

– ¿Conoce el señor Neuss a Raymond Thorne? -preguntó Barron.

– No lo creo.

– ¿Había visto usted alguna vez a Raymond Thorne?

– No.

– ¿Ni había oído tampoco mencionar su nombre al señor o a la señora Neuss?

– No.

– ¿Les dijo el motivo por el que quería ver al señor Neuss?

– No le di la oportunidad -la mirada de Greta se endureció-. Por la manera en que iba vestido, lo que quería era que saliera de la joyería lo antes posible, de modo que, sencillamente, le dije que los señores Neuss estaban en Londres. Lo cual es cierto.

– La foto de Raymond ha estado saliendo por televisión y también ha aparecido en la portada de Los Ángeles Times -dijo Barron con incredulidad-. ¿No la ha visto?

– No veo televisión. -Greta levantó la nariz-. Y tampoco leo el Times.

10:27 h

Con la ansiedad reflejada en el rostro y la Beretta en la mano, Raymond mantenía la mirada clavada en la entrada trasera del edificio de apartamentos, convencido de que Barron y sus compañeros aparecerían por ella como un tifón en cualquier momento. Pero no tenía nada que hacer. Los camiones de la basura seguían bloqueando el Mercedes entre ellos mientras sus conductores se enzarzaban cara a cara en una discusión en español por una deuda de dinero.

10:28 h

Lee salió de pronto de la cocina mirando a Greta Adler.

– ¿Cuándo se marcharon los Neuss a Londres?

– El martes por la tarde.

– ¿Tienen hijos, o hay alguien más que pueda haber estado en el apartamento?

– No, los Neuss no tienen hijos, y no hay nadie que pueda haber estado aquí. No son ese tipo de gente.

– ¿Viajan muy a menudo? ¿Puede ser que dispongan de una persona que les cuide el apartamento cuando no están?

– No, viajan más bien poco. De hecho, casi nunca. No tienen por qué tener a alguien que cuide del piso en su ausencia. Y si lo tuvieran, me habrían informado.

Lee miró a Barron:

– Alguien ha estado aquí, y de eso no hace mucho. En la encimera de la cocina hay gotas de agua, y en el fregadero hay un vaso todavía mojado.

Polchak salió de la habitación en aquel instante.

– Ha sido Raymond.

– ¿Cómo? -Barron y Lee levantaron la vista al mismo tiempo.

– Hay unos vaqueros en el suelo del armario como los que llevaba en el aeropuerto cuando disparó a Red. Y también una gorra y una cazadora de Disneylandia.

Lee miró a Polchak:

– ¿Y qué te hace pensar que son de Raymond y no de Neuss?

– El señor Neuss se dejaría torturar antes de ponerse unos vaqueros -intervino Greta Adler-. Y lo mismo se puede decir de la ropa de Disney.

– Eso no quiere decir que sean de Raymond.

– No lo eran -dijo Polchak-. Apuesto la paga de un año a que originariamente pertenecían a Josef Speer. En la etiqueta pequeña pone que los vaqueros están comprados en unos grandes almacenes de Alemania.

Raymond abrió la puerta del Mercedes de un manotazo, se metió la Beretta en el cinturón, debajo de la chaqueta, y se acercó a los hombres enfrentados.

– Soy médico -dijo en un español apresurado-. Es una emergencia. Por favor, aparte el camión.

No le hicieron ni caso y siguieron discutiendo.

– ¡Es una emergencia, por favor! -dijo, con más severidad.

Finalmente, el conductor del camión que bloqueaba la salida a la calle lo miró:

– Sí -dijo, a regañadientes-. Sí.

Y con una mirada muy dura hacia el tipo con el que había estado discutiendo, se metió en su camión y dio marcha atrás. Raymond anduvo doce pasos y entró de nuevo en el Mercedes, puso la marcha y lo hizo avanzar impaciente, esperando a que el callejón quedara libre.

Barron y Polchak bajaron rápidamente las escaleras de atrás. Lee iba detrás de ellos y llamó por radio a la policía de Beverly Hills para que les mandaran refuerzos. Los dos hombres se detuvieron al pie de las escaleras y sacaron sus revólveres. Barron miró a Polchak, éste asintió con la cabeza y salieron en estampida por la puerta.

De inmediato se detuvieron. El callejón estaba vacío excepto por los dos camiones municipales de recogida de basuras, con sus dos chóferes que seguían en el medio enzarzados de nuevo en la misma discusión.