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12:05 h
GATILLO RAY VUELVE A ESCAPARSE, anunciaban al mundo las agencias de noticias de Internet. El Mercedes de Alfred Neuss había sido hallado y, de nuevo, Beverly Hills estaba sumido en un estado de casi toque de queda mientras la policía uniformada y de paisano, acompañada de perros y helicópteros, barrían una zona de más de siete kilómetros cuadrados.
La prensa estaba encantada. Los residentes, la comunidad empresarial y los políticos ya estaban hartos. Para todos, el resultado era el mismo: la policía de Beverly Hills acababa de sumarse a la policía de Los Ángeles y a la brigada 5-2 como primeros aspirantes al título de «payasos de la década».
Mientras permanecía en el recibidor del piso de Alfred Neuss vigilando cómo la policía científica de Beverly Hills registraba el hogar del joyero de arriba abajo, a Barron no le importaba lo que dijera la prensa ni lo que pensaran los políticos. Los policías no eran ningunos payasos. El problema era que Raymond era un tipo increíblemente atrevido, y astuto hasta un extremo maníaco. Había ido al apartamento de Neuss porque sabía que estaba vacío. Era el único lugar con el que podía contar para descansar y refugiarse y confió en que allí no le encontrarían. Y si había ido a Los Ángeles para encontrarse con Neuss, posiblemente también para asesinarle, de lo cual estaban casi seguros, ¿qué mejor lugar para esconderse que el hogar de la propia víctima? Entonces le habían sorprendido y huyó, vestido con la ropa de Neuss, conduciendo su vehículo y dejando los principales interrogantes en el aire.
¿Quién era Raymond Oliver Thorne? ¿Y qué estaba haciendo?
Todos le habían escuchado hablar inglés con un acento perfectamente americano, pero también se dirigió con un español impecable a los chóferes de los camiones de la basura y le soltó un Dasvedanya a Barron en la rampa de equipajes cuando estaba a punto de dispararle. Dasvedanya significa «adiós» en ruso, lo cual significaba que al menos conocía una palabra, y tal vez muchas más, en ruso. Un empleado medio del hotel Bonaventure afirmó que lo había oído conversar en alemán con Josef Speer. Y también la agente de billetes de Lufthansa les dijo que «Speer» hablaba alemán con fluidez.
Además, los hombres a los que asesinó en Chicago eran rusos, y el nombre de Alfred Neuss había sido hallado en su agenda junto a una lista de ciudadanos ruso-americanos. Cuando le preguntaron sobre el asunto, Greta Adler declaró sencillamente desconocer el motivo por el cual su nombre se encontraba en aquella lista. Según su conocimiento, su único contacto con los sastres era que una vez utilizó sus servicios en Chicago y luego pidió que le mandaran la factura a la joyería. En cuanto a su propio patrimonio, el señor Neuss nunca lo había mencionado. De modo que, fuera cual fuese su relación con Neuss o con las víctimas de Chicago, de momento nada ayudaba a responder al enigma de quién era el pistolero políglota. ¿Un sicario internacional? ¿Un mafioso ruso? ¿Algún tipo de terrorista solitario con relaciones desconocidas? Y seguían sin tener manera de comprobar si tenía algún vínculo previo con Donlan.
Esas complicaciones no sólo enfurecían, sino que frustraban a Barron y le hacían plantearse todavía más preguntas. ¿Por qué había matado a los dos sastres de Chicago? ¿Y cuál era la explicación de los hombres torturados y asesinados en San Francisco y México D.F.? ¿Qué había venido a hacer Raymond a Los Ángeles? ¿Qué significado tenían las llaves de la caja fuerte? ¿Tenían alguna importancia los nombres, lugares y fechas anotados en su agenda?
Lunes 11 de marzo, Londres.
Martes 22 de marzo, Londres.
Miércoles 13 de marzo, Londres-Francia-Londres.
Jueves 14 de marzo, Londres. Con la breve leyenda escrita en ruso debajo -Embajada rusa/Londres- y luego, en inglés, Í.M. en el Penrith's Bar, High Street, 20:00 h.
Viernes 15 de marzo. Uxbridge Street, 22.
Domingo, 7 de abril. Con la barra después del 7 y la palabra, también escrita en ruso, la nota decía: 7 de abril/Moscú.
Y finalmente, ¿cómo cuadraba un joyero rico, respetado y de Beverly Hills desde hacía muchos años como Alfred Neuss en todo aquello?
Estaba claro que ellos lo ignoraban, pero tal vez Alfred Neuss supiera explicárselo. En estos momentos la policía metropolitana de Londres estaba intentando localizarle, y cuando lo hiciera era probable que el hombre tuviera una respuesta, o al menos pudiera arrojar cierta luz sobre lo que estaba ocurriendo. Pero de momento, nada de aquello contribuía a aclarar el paradero actual de Raymond. Ni cuáles eran sus planes. O quién caería herido, o tal vez muerto, cuando volviera a atacar.
12:25 h
Barron salió del recibidor para cruzar la cocina y bajar otra vez al callejón donde Polchak y Lee estaban trabajando con los detectives de Beverly Hills. Mientras bajaba se acordó de algo. Gracias a Greta Adler, Raymond sabía adonde había ido Neuss. Si se les volvía a escapar y conseguía salir de Los Ángeles, lo siguiente que sabría de él sería a través de una llamada de la Scotland Yard que les comunicaría que Alfred Neuss había sido hallado muerto.
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12:35 h
Raymond permanecía en silencio en el asiento de atrás del taxi, mientras el vehículo dejaba Olympic Boulevard por Bundy Drive, de camino al aeropuerto de Santa Mónica.
Había cogido el Mercedes de Neuss para ir al aeropuerto por sus propios medios, pero cuando apenas salía del callejón pensó que la mujer de la joyería de Neuss sabría qué coche tenía su jefe y de qué color. En pocos minutos se darían cuenta de que faltaba de su plaza de parking y ordenarían la alerta, de modo que cualquier intento de recorrer más que unas pocas manzanas, y desde luego de ir desde Beverly Hills a Santa Mónica con el intenso tráfico de mediodía equivaldría a pintar sus puertas de naranja fosforescente con las letras Fugitivo buscado dentro.
Por ese motivo decidió aparcarlo a medio kilómetro del apartamento de Neuss, cerrarlo y tirar las llaves a una alcantarilla. Al cabo de cinco minutos, vestido con el traje ocre de Neuss y su sombrero panameño, había cruzado Rodeo Drive y se metía en el elegante vestíbulo del hotel Beverly Wilshire. Dos minutos más y se encontraba en la entrada de vehículos trasera, esperando mientras un portero le pedía un taxi. Y sesenta segundos más tarde ya estaba sentado en el asiento trasero del taxi.
– Al Beach Hotel de Santa Mónica -le dijo al taxista en inglés, pero fingiendo un fuerte acento francés-. ¿Sabe dónde está?
– Sí, señor -dijo el taxista, sin mirarlo-. Ya lo conozco.
Al cabo de veinte minutos se bajó del taxi frente al lujoso hotel de playa de Santa Mónica y entró en el vestíbulo. Cinco minutos más tarde salía por una puerta lateral y paraba un taxi en la acera.
– Al aeropuerto de Santa Mónica -dijo, ahora fingiendo acento español.
– ¿Habla usted español? -le preguntó el taxista hispano.
– Sí -dijo Raymond-, sí.
12:40 h
El taxi salió de Bundy Drive y se metió por una calle estrecha que corría junto a una verja de cadenas con avionetas privadas estacionadas al otro lado. Pasaron de largo de un desvío y luego el taxista se metió por el siguiente, hacia la terminal del aeropuerto.
El taxi redujo la velocidad a medida que se acercaban y Raymond se incorporó, mirando hacia la terminal y a las aeronaves estacionadas en el asfalto de más atrás. Parecían avionetas civiles, de hélices. No se veía ningún jet entre ellas. Ni tampoco ninguna de ellas parecía indicar que se trataba de un chárter. Consultó el reloj y se preguntó si el avión que Jacques Bertrand le mandaba venía con retraso o si había habido algún problema de comunicación, o mecánico, con el propio avión.