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De pronto Polchak se inclinó y quiso coger el arma. En el mismo instante, Barron se le acercó y le dio una patada. Toda la inercia de la misma impactó en la mandíbula de Polchak e hizo que su cuerpo se levantara. Por unos momentos se quedó colgando en el aire, luchando contra la gravedad; luego se le doblaron las piernas y cayó desparramado al suelo.

Barron se acercó lentamente y recogió el revólver de Polchak. Lo miró unos segundos y luego se lo dio a Halliday. Todo él estaba agotado, retorcido, acabado.

Polchak yacía en el suelo ante ellos, con los ojos abiertos y la respiración entrecortada.

– ¿Está bien? -preguntó Barron a quien quisiera responderle.

– Sí -asintió Lee.

– Me marcho a casa.

64

22:41 h

Barron llevó el Mustang más allá de las enormes buganvillas que bordeaban la entrada de coches y se metió en su plaza de parking. Le dolía todo; hasta quitarse el cinturón y salir del coche le resultaba una agonía. Subió el largo tramo de escaleras traseras, peldaño a peldaño. Dormir, sólo dormir, era lo único que pedía.

Con la llave todavía en la puerta, entró en casa y se metió en la cocina. El simple gesto de tocar el interruptor de la luz le representaba un esfuerzo, al igual que el acto de volverse a cerrar la puerta detrás de él. Respiró lenta y profundamente, una y otra vez. Tal vez las patadas de Polchak le hubieran roto alguna costilla, o tal vez sólo tuviera contusiones, no lo sabía.

Miró a través del rectángulo oscuro del recibidor que llevaba al resto de la casa. Le parecía que habían pasado dos años desde la última vez que estuvo en casa; y todavía más desde que había hecho algo relativamente normal.

Se quitó lentamente la chaqueta del traje y la echó por encima de una silla; luego se acercó al lavamanos para humedecer una toalla y limpiarse la sangre pegada de la boca y la nariz. Luego miró el contestador de su teléfono: había un 3 parpadeante. Tocó el botón de MENSAJES, el número cambió a 1 y oyó la voz de Pete Noonan, su amigo del FBI, a quien le había pedido que buscara en los bancos de datos de terrorismo si había información sobre Raymond.

«John, soy Pete Noonan. Lamento informarte de que no tenemos nada sobre tu amigo Raymond Thorne. Sus huellas no se encuentran en ninguno de nuestros archivos, ni nacionales ni internacionales. Y no hay ninguna información más sobre él. Sea quien sea, todavía no es de los nuestros. Seguiremos buscando. Ya sabes dónde encontrarme si necesitas algo más, de día o de noche. Siento mucho lo de Red.»

¡Bip! Acabó el mensaje y salió el número 2.

«John, soy Dan. Creo que tengo la nariz rota, pero estoy bien. Dentro de una hora estaré en casa. Llámame.»

¡Bip! Apareció el número 3.

John se volvió para colgar la toalla.

«Soy Raymond, John.»

Barron giró la cabeza como una bala y se le erizaron los pelos de la nuca.

«Lástima que no estés en casa. -La voz de Raymond sonaba tranquila y muy práctica, casi elegante-. Hay algo que deberíamos aclarar esta noche. Te llamaré dentro de un rato.»

¡Bip!

Barron se quedó mirando a la máquina. Su número no estaba en las páginas amarillas. ¿De dónde lo había sacado?

Cogió el teléfono rápidamente y marcó el número del móvil de Halliday. Sonó cuatro veces antes de que la voz grabada de la operadora le anunciara que el número marcado no estaba disponible. Barron colgó y llamó a Halliday a casa. El teléfono sonó pero no respondió nadie, ni le salió un contestador. Estaba a punto de colgar y probar con los otros, Lee o Valparaiso, cuando alguien respondió finalmente. Era una voz de niño:

– ¿Diga?

– ¿Está tu papá?

– Está con mi mamá. Es que mi hermano está vomitando.

– ¿Le puedes decir que se ponga al teléfono, por favor? Dile que es muy importante.

Se oyó un fuerte golpe cuando el niño dejó el teléfono. Se oían voces a lo lejos. Al final Halliday cogió el auricular.

– Halliday.

– Soy John. Siento molestarte, pero me ha llamado Raymond.

– ¿Cómo?

– Me ha dejado un mensaje en el con testador.

– ¿Y qué decía?

– Que quería volver a hablar conmigo esta noche. Que me llamará más tarde.

– ¿Cómo ha sabido tu número?

– Ni idea.

– ¿Estás solo?

– Sí, ¿por qué?

– Porque si ha conseguido tu número, también puede averiguar tu dirección.

Barron miró a su alrededor y otra vez al rectángulo oscuro delimitado por la puerta que llevaba de la cocina al resto de la casa. Tocó distraídamente el Colt que llevaba en la funda del cinturón.

– Estoy bien.

– Te pincharemos el teléfono. Si vuelve a llamar, intenta alargar la conversación todo el tiempo que puedas. Él mismo se meterá en la trampa. Te mando ahora mismo una patrulla de vigilancia, para que tengas protección en caso de que decida hacerte una visita.

– De acuerdo.

– Es listo. Tal vez sólo lo haya hecho para acojonarnos.

– ¿Cómo está tu hijo?

– La canguro le ha dado pizza. No sé cuánta se ha comido, pero la está sacando toda. Llevo diez minutos aguantándole la cabeza encima del retrete.

– Ve a cuidarle. Y gracias.

– ¿Estás bien? -La voz de Halliday sonaba sinceramente preocupada.

– Bueno, un poco dolorido.

– Red era el mejor amigo de Polchak.

– Lo sé.

– Veremos lo que nos depara esta noche. Dejaré mi radio y mi móvil encendidos. Intenta dormir un poco.

– Sí. Gracias.

Barron colgó y miró el teléfono; luego sus ojos se centraron otra vez en el contestador. Estaba a punto de apretar el botón, a punto de volver a escuchar el mensaje de Raymond, cuando lo oyó.

Un sonido, leve pero claro, había sonado por detrás del rectángulo oscuro que llevaba al resto de la casa. El edificio era antiguo, de la década de 1920. Había experimentado varias remodelaciones pero los suelos eran todavía del roble original y por algunos lugares crujían al pisar.

Crac.

Volvió a oír el ruido de antes, ahora un poco más fuerte, como si alguien viniera hacia la cocina desde las habitaciones. Barron sacó el Cok de su funda. En medio segundo había cruzado la sala y junto a la ventana, con la espalda apoyada a la pared.

Con el revólver levantado y listo para disparar, aguantó la respiración y escuchó. Silencio. Levantó la cabeza. Nada. Estaba cansado, hecho polvo por la paliza de Polchak y por el cúmulo de emociones. Tenía los nervios de punta. Tal vez estuviera imaginando cosas. Tal vez…

Crac.

¡No! ¡Allí había alguien! Justo al fondo de la puerta. De pronto hubo un movimiento en el recibidor. Barron saltó como una flecha. Su mano agarró una muñeca y la retorció hacia él para apuntar con su automática en toda la cara de…

– ¡Rebecca!

Con el corazón acelerado soltó a la muchacha y ella se encogió horrorizada.

– ¡Dios mío! ¡Perdona, cariño! Perdona.

Barron dejó el arma y se le acercó, abrazándola con ternura.

– No pasa nada -le susurró-. Todo va bien, todo va bien…

Se quedó en silencio mientras ella levantaba los ojos y le sonreía. A pesar del susto de muerte que le había dado, con el pelo negro recogido detrás de las orejas, vestida con su camiseta y sus vaqueros, parecía tan frágil y bella como siempre.

No podía oírle, pero él se lo preguntó de todos modos porque sabía que era capaz de leerle los labios, al menos lo suficiente para entender una pregunta sencilla.

– ¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza, escrutándolo.

– ¿Por qué has venido?

Ella lo señaló.

– ¿Por mí? ¿Cómo has venido?

– Bus -balbució ella.