De pronto a Barron se le revolvió el estómago. ¿Y si lo de Danny no había funcionado? ¿Y si Ford estaba demasiado cansado o demasiado atontado por los antiinflamatorios para ni siquiera haberse dado cuenta? ¿Y si estaba aquí, con toda la ingenuidad, sólo porque Barron le había pedido que viniera, como Raymond había previsto? Si era así, eso añadía otro eslabón de horror al asunto, porque si algo fallaba Raymond no vacilaría ni un segundo en matar a Ford.
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Barron estaba a punto de volverse y decirle a Raymond que Ford no estaba y que probablemente no iría, cuando la puerta del Liberty se abrió y Dan salió del vehículo con su americana azul, pantalones de algodón, las gafas de pasta apoyadas sobre la nariz vendada, todo, excepto que ahora llevaba una gorra de golf para protegerse de la llovizna.
Raymond se incorporó de repente y miró por encima del respaldo.
– Párate aquí.
Barron pisó el freno y se detuvo a unos veinte metros de donde estaba Ford, en la puerta de entrada.
– Llámalo al móvil. Dile que vas a recogerlo y luego conduce hasta la pista para esperar a un vuelo de llegada. Dile que hablarás con la policía.
Barron miró la avioneta oscura que estaba estacionada al fondo, al otro lado de la verja. No había ni rastro de personal de tierra ni de ningún mecánico. Ni un alma visible. El reloj del salpicadero marcaba las 4:10. Tal vez no hubiera ningún avión que lo viniera a recoger. Tal vez Raymond estuviera haciendo algo totalmente distinto.
– Tu Gulfstream se ha retrasado, Raymond. ¿Qué pasa si no viene?
– Vendrá.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque está aquí.
Raymond señaló hacia la pista de aterrizaje mientras los focos de un avión que descendía aparecían a través de la llovizna al fondo de la pista. A los pocos segundos un Gulfstream IV tocaba el suelo.
Oyeron el estridente gruñido de los motores mientras el piloto frenaba, giraba al fondo de la pista y luego volvía en dirección a la Terminal, cortando con los focos una franja a través de la brumosa oscuridad.
Raymond se deslizó un poco más abajo del asiento mientras el avión se acercaba, con el chirrido ensordecedor de sus motores y sus luces iluminando el Mustang como si fueran miles de antorchas.
Luego, bruscamente, las luces se desviaron mientras el pequeño jet giraba y se detenía al fondo de la puerta. El piloto cerró los motores y el rugido se desvaneció.
– Llama a Ford y haz exactamente lo que te he dicho.
– De acuerdo. -Barron cogió el móvil y llamó.
Vieron que Ford se tapaba la boca para toser antes de sacarse el móvil del bolsillo de la chaqueta y responder.
– Aquí, John -dijo Ford, tosiendo de nuevo.
– Danny… -la voz de Barron quedó un instante suspendida en el aire, después de llamar de nuevo a Ford por aquel nombre que odiaba, tratando de advertirle de que algo iba mal y de darle la oportunidad de salir corriendo de allí.
– Recuerda los e-mails programados, John. Díselo -dijo Raymond.
– Yo… -Barron vaciló.
– Díselo.
Barron sintió el frío acero del cañón del Cok contra el lóbulo de la oreja.
– Danny, tú y yo vamos a recibir el Gulfstream que acaba de aterrizar. Voy a acercarme hasta ti con el coche. Cuando esté a tu lado, limítate a abrir la puerta y a subir. Yo hablaré con los polis.
Ford cerró el teléfono y les hizo gestos para que avanzaran hacia él.
– ¡Venga! -lo apremió Raymond.
Barron no se movió.
– Tienes los e-mails en la lista de salida, Raymond. ¿Para qué lo necesitamos a él?
– Para que el policía que llevas dentro no aparezca de pronto y te haga decirles algo a tus amigos cuando les pidas que abran la puerta.
Dan Ford les volvió a hacer gestos para que avanzaran. Al mismo tiempo se abrieron las puertas del coche patrulla y los dos agentes de uniforme salieron. Miraban el Mustang, al parecer preguntándose qué hacía su conductor y qué había estado haciendo tanto tiempo allá parado.
– Hora de marcharnos, John -dijo Raymond en voz baja.
Barron vaciló otro momento y luego avanzó con el coche.
Barron podía ver a Dan Ford claramente con la luz de los faros mientras se acercaba a la puerta. El periodista dio un paso hacia ellos, luego se detuvo y les dijo algo a los policías, señalando el coche.
Ya casi estaban, faltaban unos diez metros.
– Cuando llegues a la puerta -dijo Raymond-, baja la ventanilla lo justo para que la policía te vea con claridad. Diles quién eres y quién es el señor Ford. Diles que estáis aquí para recibir al Gulfstream que acaba de aterrizar. Puedes añadir que tiene que ver con la investigación del caso Raymond Oliver Thorne.
Barron aminoró y se detuvo, observando cómo los uniformados se les acercaban por la izquierda y Dan Ford por la derecha. Ford iba un paso por delante de ellos, tal vez dos, con la cabeza gacha para protegerse de la lluvia.
Luego Ford llegó y abrió la puerta del copiloto. Al mismo tiempo, el agente de más cerca abrió la puerta del conductor. Barron oyó un grito de alarma de Raymond. Al mismo instante vio la cara de Halliday, luego sonó una explosión atronadora y el destello más breve que había visto en su vida.
70
4:20 h
Con los oídos zumbando, medio cegado, Barron sintió cómo unas manos lo sacaban del coche a rastras. Desde algún lugar le pareció oír a Raymond gritando. El resto era un sueño.
Recordaba vagamente ver a Lee detener un coche de camuflaje y a un Polchak alerta pero obviamente todavía resacoso, disfrazado de Dan Ford, esposando a un Raymond atónito y metiéndolo en el asiento de atrás del mismo. Había otro coche, y Halliday con el uniforme azul de un poli de patrulla le ayudaba a entrar en el asiento del copiloto mientras le preguntaba si se encontraba bien. Luego se oyó el sonido de los portazos y el coche en el que se encontraba se alejaba con Halliday al volante.
Barron no estaba seguro de cuánto tiempo había pasado, pero poco a poco el zumbido de sus oídos se fue amortiguando y el brillo punzante de la granada de luz empezó a atenuarse de sus ojos.
– Dan os ha llamado -se oyó farfullar.
– Tan pronto como te colgó el teléfono llamó a Marty a casa -dijo Halliday, sin quitar el ojo de la carretera-. No nos has dado demasiado tiempo.
– No era exactamente yo quien mandaba el horario. -Barron sacudió la cabeza, tratando de aclararla, ordenando sus ideas-. El coche de Dan estaba allí. ¿Y él, dónde está?
– En la terminal, probablemente hablando con el SWAT. Los hemos traído por si las moscas. Si estaba Raymond no íbamos a dejarle escapar otra vez.
– No. -Barron desvió la mirada. Estaba totalmente oscuro y los dos coches avanzaban pegados a través del tranquilo barrio residencial justo al este del aeropuerto.
Valparaiso había sido el otro agente uniformado de la puerta de seguridad. Y con la chaqueta azul, los pantalones de algodón, la nariz vendada, las gafas de pasta y la gorra de golf, Polchak se parecía lo bastante a Dan Ford como para hacerse pasar por él en medio de la llovizna y la oscuridad. Barron supo que por eso había tosido por el teléfono. Si Barron le hubiera reconocido la voz tal vez habría reaccionado, y entonces quién sabe lo que Raymond habría hecho. Al final, habían hecho lo que la 5-2 hacía siempre: aprovechar una oportunidad de manera rápida, atrevida y decisiva. Y a pesar de toda la inteligencia y osadía de Raymond, funcionó.
– Jimmy -la voz de Valparaiso sonó de pronto por la radio de Halliday.
Halliday la cogió del asiento a su lado:
– Dime, Marty-Vamos a parar a tomar café.
– Bien.
– ¿Café? -dijo Barron, mirando a Halliday.