– Lo que me pasa, Roosevelt, es que en algún lugar, esta vieja puta ciudad nos ha engullido. Un hombre se olvida de la ley, se olvida de muchas cosas… como de quién cojones es. -Por un instante, Barron los miró a todos. Sus siguientes palabras surgieron en forma de susurro-. Lo que no entendéis es… que yo no soy capaz de cometer un asesinato.
Valparaiso se le acercó y tendió la mano:
– Dámelo a mí.
Barron retrocedió un paso.
– No, voy a entregarle.
– Dale la pistola, John -dijo Lee, poniéndose delante de Halliday.
Entonces John apuntó con el Cok al pecho enorme de Lee:
– He dicho que voy a entregarle, Roosevelt.
– No lo hagas -le advirtió Halliday.
Barron le ignoró.
– Poned todos las armas ahí encima.
Hizo un gesto hacia un banco de trabajo manchado de pintura que había cerca de la puerta.
– Estás acabado, John -dijo Polchak, acercándose desde detrás de Raymond.
Valparaiso avanzó también:
– Vas a hacer que te maten.
– Has sido el primero en llegar aquí, John. -Lee no prestaba atención a la pistola que le apuntaba al pecho-. Raymond tenía tu Cok. Para cuando hemos llegado, eras hombre muerto.
– Al menos Raymond así lo cree. -Polchak se acercó un poco más-. ¿Y qué hay de tu hermana, quién va a cuidar de ella? Tienes que pensar en estas cosas, John.
De pronto John levantó el arma, apuntando ahora a la entrepierna de Polchak.
– ¡Un paso más y te dejo sin cerebro!
– ¡Dios mío! -exclamó Polchak, dando un salto hacia atrás.
– Las pistolas en el banco. Roosevelt, tú primero.
Con la Beretta todavía en la mano, Lee permaneció donde estaba y Barron pudo ver cómo evaluaba la situación, preguntándose si era capaz de levantar el arma para disparar antes de que lo hiciera Barron. O incluso si Barron dispararía.
– No vale la pena arriesgarnos a que algo salga mal, Roosevelt -dijo Halliday en voz baja-. Haz lo que te pide.
– La Beretta, Roosevelt. Utiliza la mano izquierda. Dos dedos en la empuñadura, eso es todo -le ordenó Barron.
– Está bien. -Lee levantó el arma lentamente la mano izquierda y cogió el revólver de Barron de la derecha con dos dedos, luego se acercó al banco y la dejó.
– Ahora tú, Marty, de la misma forma. -Barron apuntaba ahora a Valparaiso.
Durante unos segundos, Valparaiso no hizo nada, luego sacó el arma lentamente de la funda y la puso en el banco.
– Ahora vete para atrás -dijo Barron con severidad. Valparaiso lo hizo y luego miró a Polchak y a Halliday.
Con cautela, Barron se acercó al banco, cogió su Beretta y se la metió en el cinturón.
– Y ahora tú, Jimmy. Del mismo modo, con dos dedos.
Halliday cruzó hasta el banco, sacó la Beretta y la dejó.
– Aparta -dijo Barron, y Halliday le obedeció-. Len.
Durante un momento muy largo Polchak no hizo nada. Luego miró al suelo y se encogió de hombros.
– Esto no está bien, John. No está nada bien.
Barron vio que Polchak se movía. Al mismo instante, Lee se volvió hacia el banco, haciendo un gesto hacia su Beretta. Barron saltó, le dio un fuerte golpe a Lee con el hombro y lo mandó de espaldas hacia Polchak.
Polchak cayó al suelo con Lee encima.
Barron giró con la Cok en la mano. Se oyó un solo disparo atronador. La luz de trabajo que había encima de Raymond explotó en pedazos y todo quedó a oscuras. Entonces Barron saltó disparado, encontró las esposas de Raymond y lo arrastró a oscuras hacia el exterior.
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Las ráfagas de Lee iluminaron el garaje detrás de ellos. Por todos lados salían despedidos trocitos de cristales y las balas saltaban por las maderas y el metal mientras Barron encontraba la puerta de salida.
¡Pum! ¡Pum!
Lee disparó hacia la puerta.
– ¡Me vas a dar, gilipollas! -gritó Polchak.
– ¡Pues quítate de en medio!
Barron y Raymond cruzaron la puerta rápidamente. Fuera, el aire era húmedo y seguía cayendo la fina lluvia, mientras el cielo justo empezaba a aclararse por el horizonte. Barron miró a los coches de camuflaje y entonces se dio cuenta de que no llevaba las llaves. Aquella reflexión fue casi demasiado larga.
– ¡Cuidado! -gritó Raymond, mientras Lee salía por la puerta. Con las esposas y todo, agarró a Barron por la chaqueta y lo arrastró detrás del segundo coche de camuflaje.
Lee disparó un par de veces a oscuras y sus balas rebotaron en el cristal de detrás del coche. Polchak iba justo detrás de él. Luego los seguían Valparaiso y Halliday.
Lee rodeó el coche rápidamente, con la Beretta sujeta entre las dos manos, dispuesto a disparar. Polchak se les acercó por el otro lado. Nadie.
– ¿Dónde coño…?
Entonces vieron el boquete en la verja de madera justo detrás del coche.
73
5:33 h
Barron mantenía a Raymond delante de él mientras salían a trompicones, medio cayendo por una pequeña y empinada bajada. Cuando llegaron abajo Barron levantó a Raymond a oscuras. Podían oír a los otros que se les acercaban, chocando contra la valla y empezando a descender. Entonces vieron un fuerte destello de luz y luego un segundo.
– No te apartes de mí, Raymond. -Barron lo agarró por las esposas y le arrastró hacia delante a ciegas-. Si tratas de escaparte, te mataré. Te lo juro.
Otro haz de luz pasó por delante de ellos y luego volvió.
¡Pum! ¡Pum!
Dos disparos rápidos retronaron detrás de ellos y las balas rebotaron cerca de sus pies. Enloquecido, Barron tiró de las esposas de Raymond y lo arrastró a un lado y al otro en zigzag, corriendo, saltando hierbajos y piedras por un terreno desigual y ahora resbaladizo por la fina lluvia que caía. Detrás de ellos, los haces de luz cortaban la oscuridad y de vez en cuando se oía algún disparo. Entonces Barron vio fragmentos de maquinaria de corrimiento de tierras que se levantaba ante ellos y arrastró a Raymond hacia allá.
A los pocos segundos, empapados de sudor y lluvia y respirando entrecortadamente, se protegieron detrás de un enorme bulldozer. A lo lejos oyeron el rugido gutural de un avión que despegaba. El cielo se aclaró un poco más y Barron miró a su alrededor, tratando de orientarse. Lo único que veía era barro y formas vagas de maquinaria pesada.
– No te muevas -le susurró a Raymond, antes de meterse en la cabina del bulldozer. Desde allí podía ver las luces a lo lejos de la terminal principal del aeropuerto de Burbank y se dio cuenta de que estaban en el otro extremo de una zona de obras al sur del mismo. Detrás de ellos había una zona abierta, de unos treinta metros de ancho, y luego un terraplén empinado coronado con una verja de cadenas. Detrás estaban las luces de la estación de cercanías Metrolink del aeropuerto.
Rápidamente saltó del bulldozer y aterrizó al lado de Raymond, a oscuras. Miró el reloj: eran cerca de las seis de la mañana, justo cuando empezaban a funcionar los trenes de la Metrolink. Miró a Raymond:
– Vamos a dar un paseo en tren.
74
5:47 h
En la penumbra vieron pasar a Polchak de largo y luego detenerse. Barron sabía que Lee estaría a su derecha o a su izquierda, con Valparaiso o Halliday siguiéndolos de cerca. El otro habría cogido uno de los coches y debía de estar dirigiéndose a la calle del otro lado de la zona de obras entre donde se encontraban y la estación Metrolink. Lo que estaban intentando era hacerlos salir del mismo modo que los perros cazadores harían para que un ave de caza saliera del matorral.
Si no los encontraban así, llamarían a un helicóptero y las unidades de patrulla, y probablemente hasta perros. Su argumento sería sencillo: Raymond se había escapado y se había llevado a Barron de rehén. Eso significaba que la fuerza contra ellos sería enorme y su captura, prácticamente segura.