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El tiempo, si hasta ahora había sido crucial, ahora lo era todo. Bill Woods bajaría la escalerilla detrás de ellos, furibundo, preguntándose qué demonios estaba pasando. La policía aprovecharía aquel momento para hacer su avance, y cuando lo hiciera Raymond abriría fuego con su Ruger, mataría a todos los que pudiera y, en ese proceso, provocaría el máximo caos posible. Décimas de segundo más tarde se agacharía bajo el tren, cruzaría las vías hacia el otro andén y bajaría a la estación.

Una vez allí, se perdería entre las manadas de gente de su interior, se colaría por la salida más concurrida y saldría con todos los demás. Entonces se evaporaría como el humo del terrible pandemonio que acababa de crear y desaparecería por entre el enorme entramado de calles de la ciudad que tenía delante. Mientras estuviera en hora y mantuviera la cabeza fría, su plan funcionaría. Lo sabía.

10

8:20 h

John Barron vio la puerta de delante del vagón y al revisor que entraba. Deteniéndose, miró a los pasajeros y durante un instante brevísimo detuvo la mirada en Valparaiso, en el asiento que tenía enfrente. Luego dio media vuelta y salió por la misma puerta por la que había entrado.

8:22 h

Barron miró a la joven de su lado. Seguía absorta en lo que sonaba por sus altavoces y casi no se daba cuenta de que él estaba allí. Miró hacia atrás y vio a Halliday al fondo del vagón; luego se volvió y vio a Valparaiso en el asiento de delante. Respiró y se recostó, tratando de relajarse, con una mano apoyada en el regazo y la otra justo debajo de la cazadora, apoyada en el mando de la Beretta automática que llevaba en la pretina.

8:25 h

– Jo, otra vez, Ray, lo siento. -Frank Miller se levantó de nuevo y se apretujó para pasar frente a Raymond hacia el pasillo. Era la segunda vez que se levantaba en los últimos veinte minutos para ir al baño, al fondo del vagón. La última vez se disculpó abiertamente, reconociendo que tenía un problema de vejiga. Y entonces Bill Woods le dijo que a él lo habían operado un par de veces de tumores en la vejiga y le recomendó que fuera al urólogo lo antes posible, pero Miller lo desautorizó diciendo que él estaba bien, que era el viaje tan largo en tren lo que le provocaba irritación. Esto último le hizo pensar a Raymond que tal vez estaba en lo cierto al sospechar que el peluquín de Miller era una indicación de que estaba enfermo. Tal vez no hubiera estado en Chicago por negocios, sino para recibir tratamiento, y la referencia a los tumores de Bill Woods no hubiera hecho más que empeorar las cosas.

De nuevo pensó en la importancia del reloj en la estación, lo cronometrado que tendría que salir todo una vez allí. Eso le hizo temer, como le había ocurrido antes, que fuera cual fuese el problema de Miller, éste le causara algún tipo de inconveniente a la salida del tren.

8.27 h

El Chief redujo todavía más su velocidad.

11

Union Station

McClatchy esperaba debajo de Lee y Polchak, vigilando cómo la actividad en el andén y alrededor de ellos empezaba a animarse. En esos momentos, la cantidad de gente que esperaba la llegada del Soutwest Chief ya subía a cincuenta personas o más, y minuto a minuto iban llegando más. Cualquier aglomeración complicaba las cosas, y cuanto más grande, mayor el potencial de que algo se torciera.

Miró hacia las vías y luego empezó a volverse para buscar con la mirada los coches patrulla que se escondían más allá de la valla de cadena; de pronto, apretó la mandíbula. Una tropa de niñas excursionistas empezaba a subir la rampa desde la estación hasta el andén.

Había al menos una docena, niñas de diez u once años con sus uniformes de excursionistas recién planchados. Dos mujeres, también vestidas de uniforme, las acompañaban. La situación ya era lo bastante tensa de por sí, pero si se juntaba un grupo de chicas excursionistas con un asesino inestable saliendo de un tren y que podía ser presa de los nervios y empezar a disparar, entonces ¿qué?

– Las ocho y veintinueve. -Lee se le acercó a recordarle la hora, pero su atención estaba centrada en el grupo de niñas, preocupado como Red-. Tenemos once minutos escasos.

Polchak se les acercó, mirando a las chicas y luego a Red:

– ¿Qué hacemos?

– Sacadlas de aquí ahora mismo.

8:30 h

– Dentro de diez minutos llegaremos a Union Station. El Southwest Chief entrará por la vía doce. Diez minutos.

El sistema de megafonía del tren emitió un mensaje grabado y el Chief aminoró la marcha hasta avanzar muy despacio. Casi de inmediato, la gente se levantó y empezó a bajar su equipaje de los estantes, y Raymond comenzó a hacer lo mismo. Luego vio al policía joven levantarse en mitad del vagón y hacer lo propio, bloqueando el pasillo justo cuando Miller volvía del baño. El policía sonrió, dijo algo y se volvió a deslizar hasta su asiento, dejando pasar a Miller. Al tiempo que lo hacía el revisor entró por la puerta de delante y se quedó en el pasillo, cerca de Valparaiso. Por un momento Raymond se quedó petrificado, sin saber qué hacer. Necesitaba el rifle pero no podía acceder a él sin bajar su bolsa. Estaba rodeado de gente que todavía recogía sus cosas, así que no había motivo para que él no hiciera lo mismo.

De pronto se levantó e iba a coger su bolsa cuando Miller lo detuvo:

– No lo haga -le susurró, y luego se inclinó hacia los Woods, en voz baja y tono apremiante-: He oído hablar a los del ferrocarril. Creen que hay una bomba a bordo. No saben en qué vagón. Van a detener el tren antes de que lleguemos a la estación.

– ¿Cómo? -Raymond se quedó atónito.

– Cundirá el pánico entre los pasajeros -dijo Miller, con el mismo tono dramático-. Tenemos que alcanzar la puerta ahora mismo para poder ser los primeros en bajar. Dejen su equipaje, déjenlo todo.

Cuando se levantó, la cara de Bill Woods estaba blanca como la cera.

– Corre, Vivy, vámonos. -Su voz estaba empañada de miedo y ansiedad.

– Vamos, Raymond, rápido -lo apremió Miller mientras los Woods salían al pasillo delante de ellos. Raymond lo miró y luego levantó la vista hacia su maleta. Lo último que quería era dejarla atrás.

– Mi bolsa.

– Olvídela -dijo Miller rápidamente, al tiempo que lo agarraba del brazo y le forzaba a seguir a los Woods-. Esto no es ninguna broma, Raymond. Si eso explota, saltamos todos en pedazos.

8:33 h