En pocos minutos, unidades del LAPD se apostarían en Union Station y acordonarían toda la zona, y luego la brigada llegaría y tomaría el relevo. Una vez al mando, por muy enorme que fuera el ejército mediático que hubiera juntado Dan Ford, ninguno de los periodistas se podría acercar al lugar de la acción. Eso significaba que lo único que Barron podía hacer era esperar y rezar para que el tren llegara a Union Station antes que Lee, Polchak y los demás lo dedujeran y se adelantaran.
6:15
Barron notó como el tren empezaba a reducir cada vez más velocidad. Entonces se oyó el ruido agudo del timbre de aviso cuando el tren ya sólo se arrastraba, entrando en la estación de Burbank. Bajo la llovizna y la escasa luz pudo distinguir a unos veinte pasajeros que aguardaban en el centro iluminado del andén. Miró a Raymond. El asesino lo vigilaba, esperando a ver qué venía. Barron se preguntó en qué debía de estar pensando. El hecho de que no fuera armado y estuviera esposado en el enrejado de las maletas no quería decir mucho: como Barron sabía, ya había salido de unas esposas una vez. Y así fue como mató a los agentes del ascensor en el edificio del Tribunal Penal.
Y como siempre, calculaba bien su tiempo, observando, pensando, como ahora, el momento indicado para actuar. De pronto el pensamiento de Barron se centró en los nuevos pasajeros. Con ellos tendría que hacer lo mismo que había hecho con el grupo de la embarazada, identificarse como policía y ordenarles que subieran al vagón posterior.
Por la ventana podía ver cómo avanzaban hasta el fondo del andén. Entonces se oyó el chirrido del acero frotando acero cuando el maquinista tocó los frenos. Se oyó una ligera sacudida, el tren se detuvo y las puertas de pasajeros a medio vagón se abrieron hacia los lados.
6:16 h
Barron sostenía el Colt escondido a un lado y retrocedió, observando con cuidado, casi esperando que de pronto aparecieran Polchak y Valparaiso, encabezando al resto del grupo. Pero lo único que vio fueron pasajeros que entraban en los vagones de más atrás. Cinco segundos, diez. Miró a Raymond, luego más allá y a través de la puerta cerrada para ver el sólido casco de la locomotora justo detrás. Volvió a mirar las puertas de pasajeros. De momento no había intentado entrar nadie. Cinco segundos más y las puertas se cerraron. Sonó un silbido de la locomotora, se oyó el aullido de los motores diesel y el tren empezó a avanzar, tomando velocidad gradualmente. Barron suspiró aliviado. En cinco minutos llegarían a la parada de Glendale. Y luego, ya directamente, a Union Station, catorce o quince minutos. Trató de imaginarse el embrollo de medios de comunicación que Dan Ford habría organizado. Una horda de periodistas, paparazzi, cámaras y unidades de sonido invadiendo la estación y peleando por el espacio en el andén para captar de manera tan pública la llegada del infame Ray Gatillo Thorne cuando Barron lo sacara del tren. Entonces, y sólo entonces, podrían…
De pronto lo invadió el pánico. ¿Por qué no había intentado ningún pasajero subir al vagón en el que estaban ellos?
– ¡Maldita sea!
En un momento se sacó el Colt del cinturón y salió disparado hacia el final del vagón. Llegó a la puerta y arrancó la chaqueta que había usado para tapar la ventana y que no pudieran verlos.
– ¡Oh, Dios mío!
Lo único que se veía ahora eran las vías del tren. Los vagones de pasajeros ya no estaban. Los breves instantes en que estuvieron en la estación habían bastado para que alguien desenganchara los vagones. El tren estaba hecho ahora de sólo dos elementos: su vagón y la máquina.
6:18 h
77
– ¿Qué están haciendo? -le gritó Raymond mientras volvía por el pasillo.
– Cállate.
– Quítame las esposas, John, por favor.
Barron no le hizo ningún caso.
– Si podemos bajar del tren antes de que nos vean, John, puedo hacer que me vuelvan a mandar el avión al aeropuerto. Nos podemos ir todos. Tú, yo y tu hermana.
– ¿Mi hermana? -John reaccionó como si le hubieran dado un bofetón.
– No querrás dejarla atrás.
– Y tú moverías todos los hilos del planeta para sacarme de ésta…
– Piénsalo bien, John… tú la quieres. En realidad no podrías irte sin llevarla contigo, ¿no es cierto?
– ¡Cállate! -le gritó John, furioso. Ya era lo bastante grave que Raymond lo hubiera violentado entrando en su casa, pero, encima, ¿Rebecca? ¿Cómo coño se atrevía ni tan siquiera a pensar en ella? De pronto Barron recordó dónde estaba y qué estaba ocurriendo. Se volvió y miró por la ventana. Estaban pasando por una curva. Delante estaba la estación de Glendale. En pocos segundos estarían allí parados. Sacó el Cok de su cinturón y su otra mano tocó la Beretta. Su primera idea cuando vio que el tren había sido separado del resto de vagones fue llamar a Dan Ford y advertir a la prensa que había un problema con el tren. Pero no serviría de nada. Aunque Ford los hubiera reunido, estarían en Union Station y ahora sabía que su tren no llegaría nunca tan lejos. Adónde iba, tampoco lo sabía. La estación de Glendale se acercaba rápidamente, y detrás de ella había todo un entramado de desvíos y vías muertas adonde la máquina y su único vagón podían ser desviados.
– Dame una a mí -le dijo Raymond, mirando las armas.
Barron le miró.
– Nos matarán a los dos.
De pronto la locomotora soltó un fuerte gemido del motor diesel. En vez de aflojar la marcha, el tren tomó más velocidad. Barron se agarró al respaldo de un asiento para no caerse. Fuera, bajo la luz gris y húmeda del amanecer, vio pasar ante ellos la estación de Glendale. Esperaba encontrar a un grupo de pasajeros sorprendidos en vez del grupo desdibujado de uniformes y la media docena de coches patrulla en el parking. Entonces vio a Lee corriendo desde allí, mirando fijamente al vagón que se acercaba. Por unas décimas de segundo sus miradas se cruzaron y Barron lo vio levantar la radio.
Entonces pasaron de largo de la estación, con el tren corriendo como un fugitivo. Miró el río Los Ángeles y, detrás, los faros de los coches que abarrotaban la autovía del Golden State.
De pronto el tren aminoró la marcha y Barron tuvo que agarrarse al pasamanos para no perder el equilibrio. El tren redujo todavía más. Oyó un claro clunc-clunc mientras pasaban sobre una serie de desvíos y entonces el tren viró hacia un ramal. Vio otro ramal delante de ellos con almacenes a ambos lados. Pasaron sobre más desvíos y, luego, la poca luz de día que tenían antes se fundió del todo. Por unos segundos avanzaron a oscuras y el tren dio un tirón brusco y se detuvo. Al cabo de unos instantes el motor se apagó y todo quedó en silencio.
– ¿Dónde estamos? -dijo Raymond a oscuras.
– No lo sé.
6:31 h
78
Barron se metió el Cok en el cinturón y sacó la Beretta, luego recorrió el vagón mirando por las ventanas. Por lo que atinaba a ver, estaban debajo del techo o algún tipo de cubierta de un enorme almacén en forma de U que tenía andenes elevados por todos lados para facilitar la descarga de los vagones de mercancías. Arriba, unas puertas cerradas a la altura de la cabeza alcanzaban el andén y estaban iluminadas e identificadas individualmente con unos números grandes y de colores vivos, pintados en rojo, amarillo o azul. El reflejo de las luces se filtraba por las ventanas del vagón, dividiendo el espacio en zonas de brillo cegador y zonas de casi total penumbra.
Barron estiró el cuello. Fuera podía ver varios vagones de carga en el mismo ramal, detrás de ellos. Aparte de esto la zona estaba totalmente a oscuras. Habían pasado de la noche al día y ahora otra vez parecía ser de noche, todo en el espacio de apenas veinte minutos.