Barron miró otra vez a Raymond, esposado al fondo del vagón. Luego un movimiento exterior le llamó la atención y vio a un hombre alto en uniforme de ferroviario salir corriendo de la locomotora y desaparecer de la vista. Era el maquinista.
– Dame una oportunidad, John. Quítame las esposas. -Raymond también había visto al maquinista.
– No.
De pronto Barron se acordó de su radio de policía. Estaba en su chaqueta, al otro lado del vagón. Se agachó y corrió a buscarla, pasando por el claroscuro blanco y negro como un arlequín.
Y ahí estaba, recuperando su chaqueta, sacando la radio y sintonizando el canal protegido de la brigada. Una fuerte ola estática recorrió el vagón, luego se oyó:
– John, ¿estás ahí?
La voz de Valparaiso sonó por el receptor. Sonaba relajado, hasta tranquilo.
Barron sintió cómo se le erizaban los pelos de la nuca. Miró afuera. Lo único que vio fueron las hileras de puertas iluminadas. Cruzó al otro lado pero no vio más que las siluetas oscuras de los vagones de mercancías y, detrás, lo que parecían ser más puertas iluminadas de almacenes. Entonces vio los faros de un coche que giraba al fondo de los edificios y que emprendía el camino irregular de gravilla entre las vías. Al cabo de un momento el coche se detuvo, las luces se apagaron y la puerta del coche se abrió. Durante un instante fugaz vio la silueta de Lee, que luego desapareció entre las sombras.
– ¿John? -La voz de Valparaiso volvió a irrumpir por la radio-. Estás en un almacén cerrado. Todo el edificio está rodeado por agentes uniformados. Podemos hacerlo fácil o difícil, ya sabes cómo van estas cosas. Entréganos a Raymond y te podrás ir; no te pasará nada. Aunque pensaras que tenías que denunciarlo, seguirás siendo tú solo contra cuatro. Sencillamente, te darán una pequeña baja por estrés.
– Miente -dijo de pronto la voz de Raymond desde el fondo del vagón.
¿O lo había imaginado?
Sonaba más cerca y Barron se preguntó si se había liberado de los dos juegos de esposas y había avanzado hasta el centro del vagón.
– Sólo danos a Raymond, John. ¿Por qué quieres hacernos venir a sacarte cuando no hay necesidad de hacerlo?
– Todo empezó en un tren, John, y acaba en un tren -volvió a decir la voz de Raymond.
Con la radio en una mano y la Beretta en la otra, Barron miró al fondo del vagón. Lo único que podía ver eran las rayas de cebra, negro azabache interrumpido por franjas de fuerte luz brillante. Sin embargo, aquella voz había sonado más cerca. Raymond venía hacia él, lo sabía.
6:36 h
Revólver en mano, Halliday asomó por entre las sombras cerca de una puerta con un 7 pintado en rojo al lado, y cruzó las vías hasta la parte delantera de la locomotora. A la izquierda podía ver a Lee avanzando junto a Valparaiso, y luego los dos se dirigieron hacia la puerta trasera del vagón.
Barron retrocedió a oscuras, escuchando. No oyó nada y se preguntó si se estaba equivocando.
– Hazlo fácil, ¿eh, John? -volvió a intervenir la voz de Valparaiso por su radio.
Barron miraba hacia las luces blanco y negro y las sombras que tenía delante. Escuchaba a Raymond incluso cuando levantó la radio.
– Marty -dijo.
– Te escucho, John.
– Bien. Que te den por culo.
6:37 h
Raymond oyó cómo Barron apagaba la radio. Estaba tumbado en el suelo y oculto de la luz, avanzando a gatas. Conservaba aposta una de las esposas colocada y mantenía la mitad libre en la palma de la misma mano. Un garrote perfecto para usar en el cuello de Barron cuando lo alcanzara. Se detuvo y escuchó. ¿Dónde estaba? No se oía ningún ruido, nada.
De pronto sintió el contacto del acero frío debajo de la oreja.
– Me parece que no lo has entendido, Gatillo Ray. Estoy intentando evitar matarte.
De pronto Barron se agachó a su lado.
– Inténtalo de nuevo y haré que te cojan.
Raymond sintió un hilillo de sudor junto al oído, donde estaba el revólver de Barron. De pronto Barron le cogió la esposa abierta y tiró de él, mientras con la Beretta lo tocaba debajo del mentón.
– ¿Quién cojones eres? -Los ojos de Barron bailoteaban bajo la luz reflejada.
– No lo adivinarías en tu vida -dijo Raymond, sonriendo con arrogancia-. Ni aunque vivieras dos vidas.
De pronto Barron tuvo un ataque de furia. Cogió a Raymond con fuerza y lo tiró de cabeza contra el pasamanos. Una vez. Dos. Tres veces. La nariz de Raymond empezó a sangrar y las gotas empezaron a mancharle la camisa. Entonces Barron tiró de él y lo miró a los ojos.
– ¿Qué es todo eso de Europa? ¿Y los hombres asesinados y Alfred Neuss y Rusia? ¿Qué coño son esas llaves de caja fuerte?
– He dicho que jamás lo adivinarías.
Barron lo acercó todavía más a éclass="underline"
– Ponme a prueba -dijo, en un tono lleno de amenaza.
– Las piezas, John. Las piezas que aseguran el futuro.
– ¿Qué piezas?
La sonrisa arrogante volvió a aparecer en su rostro. Sólo que esta vez fue más lenta y calculada:
– Eso lo tendrás que averiguar tú mismo.
– John… -la voz de Valparaiso pareció estar flotando en el aire-. ¿John?
Bruscamente, Barron volvió a poner la esposa libre por la muñeca de Raymond:
– Si te la vuelves a quitar te mato.
Barron buscó su móvil. Al menos sabía dónde estaban y todavía tenía a Dan Ford. Si podían aguantar lo suficiente, Ford podía traer a la prensa hasta aquí. Abrió el teléfono y esperó a que se encendiera. Pero no lo hizo. Lo volvió a intentar, en vano. Tal vez se hubiera quedado sin batería. Tal vez se le había olvidado…
– Maldita sea -masculló. Lo intentó de nuevo. Nada.
– Está muerto, John -dijo Raymond, mirándolo.
– Vale, está muerto, pero nosotros estamos vivos. Cuando yo te diga, salimos corriendo hacia el lado de la locomotora. Agachados y rápido, ¿vale?
– Vale.
– ¡Ahora!
79
6:48 h
Alguien en medio de la horda de periodistas de Union Station se enteró de la acción del almacén ferroviario a través de un escáner policial. Inmediatamente, Dan Ford trató de localizar a Barron en el móvil, pero lo único que consiguió fue que le saliera el contestador. Lo intentó otra vez pero no tuvo mejor suerte. Una llamada a un confidente de Robos y Homicidios de Parker Center confirmó lo que se había captado del escáner: Raymond Thorne tenía a Barron como rehén en un tren de Metrolink. La policía lo había desviado a una zona aislada de almacenes que ahora tenían acordonada. La 5-2 estaba al mando de la situación.
Normalmente, el trayecto en coche desde Union Station hasta los almacenes ferroviarios llevaba unos quince minutos. Ford lo hizo en nueve, más de cinco minutos por delante de la ola de cobertura mediática que él mismo había organizado.
Aparcó su Jeep Liberty en la calle y anduvo rápidamente bajo la llovizna, acercándose a la hilera de coches patrulla que tenía la zona acordonada. Cuando estaba a punto de alcanzarla el jefe Harwood apareció de pronto de entre la masa de uniformes, con un lugarteniente de rango a su lado. Harwood tenía las manos levantadas para que se parara.
– Nadie cruza esta línea, Dan. Y eso te incluye a ti.
– ¿John está aquí? -preguntó, señalando con un gesto de la cabeza hacia los inhóspitos almacenes que tenían frente a ellos.
– Raymond Thorne lo ha tomado como rehén.
– Lo sé, y la 5-2 está al mando.
– Cuando sepamos algo más habrá un comunicado a la prensa -dijo Harwood bruscamente, antes de dar media vuelta y volver al grupo de uniformados. Su lugarteniente miró a Ford antes de seguirle.
Dan Ford llevaba demasiado tiempo como periodista de asuntos policiales como para que se le escapara ningún gesto o mirada, hasta de aquellos hombres entrenados para ocultarlos. El hecho de que el propio Harwood estuviera allí y se hubiera acercado a hablar con él ya revelaba muchas cosas. Lo que Harwood había dicho tal vez fuera la versión oficial, pero era mentira. Ford sabía perfectamente que Barron tenía a Raymond bajo custodia y que su intención había sido llevarlo a Union Station. Pero entonces, de pronto, el tren fue desviado de la vía principal y detenido en un lugar oculto detrás de unos almacenes, con la 5-2 al mando y la policía impidiendo que nadie viera nada. Y el mismísimo jefe de policía salía ahora a hablar con el periodista que contaba con la mayor confianza de la policía para decirle que Barron se había convertido en rehén.
¿Por qué? ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué había pasado?
Había visto a la brigada llevarse a Raymond custodiado en el Mercury Air Center, y marcharse con él hacia las 4:20 de la madrugada. Luego, casi dos horas más tarde, hacia las 6:10, Barron le llamaba desde el tren para decirle que estaba solo con Raymond bajo custodia y le pedía que organizara un circo mediático para recibirlos cuando el tren llegara a Union Station. ¿Qué había pasado entre tanto? ¿Cómo y por qué llegó Barron a custodiar él solo a Raymond?
De pronto Ford empezó a pensar que algo terrible había sucedido en la brigada. Se acordó de lo raro que había estado John la noche que se encontraron en la cafetería, la noche en que Frank Donlan se suicidó. Cuando le preguntó sobre el tema, Barron le dio una versión casi literal de lo que Red había comunicado a los medios, que Donlan había conseguido ocultarse un revólver entre la ropa y que prefirió quitarse la vida antes que entregarse. Tal vez fuera verdad, tal vez no. Corrían rumores desde hacía años de que, en más de una ocasión, la 5-2 había abusado del significado de «hacer respetar la ley» y se habían ocupado ellos mismos de liquidar a un sospechoso detenido. Pero los rumores no habían sido nunca confirmados, y no conocía a ningún periodista, y menos él mismo, que hubiera profundizado en el tema.
No tenía manera de saberlo a ciencia cierta, pero, igualmente, tenía que preguntárselo: ¿y si los rumores fueran ciertos? ¿Y si la brigada se había cargado a Frank Donlan y Barron fue testigo y no supo qué hacer al respecto? Desde luego, Barron no se lo podía haber contado. No se lo podía haber contado a nadie. El asesinato de sus padres había dejado a Barron totalmente traumatizado. A raíz de este hecho, pasó de estudiar arquitectura del paisaje a obsesionarse con el derecho criminal y con los derechos de las víctimas. Si la brigada hubiera asesinado a Donlan, Barron estaría horrorizado. Y si tenían intención de hacer lo mismo con Raymond, entonces… De pronto, Ford se preguntó si éste era el motivo por el cual Barron lo había llamado desde el coche cuando se dirigía al aeropuerto internacional de Los Ángeles para contarle el asunto de Josef Speer/Raymond y abrirle las puertas de seguridad, porque temía que la brigada tuviera intención de matar a Raymond en el aeropuerto y quería que la presencia de alguien de la prensa les arruinara el plan. Y también lo llamó antes de llegar a LAX para darle información sobre el caso, tal vez incluso antes de que la brigada estuviera al tanto. ¿Qué le había dicho? «Que quede entre nosotros, sólo tú y yo hasta que lo sepamos seguro.» Sólo tú y yo, eso quería decir sólo Barron y él mismo, no los otros medios de comunicación, que sabía que serían mantenidos al margen si la 5-2 ya estaba allí o estaba a punto de llegar.
Pero fue una situación que nunca se dio porque Raymond mató a Red, una acción que por sí misma ya era motivo suficiente para eliminar a Raymond cuando lo tuvieran detenido. Si era eso lo que tenían planeado cuando se marcharon del Mercury Air Center y lo habían llevado a algún lugar para ejecutarlo, era muy posible que Barron hubiera reaccionado otra vez con horror y se negara a permitir que volviera a ocurrir. Si era eso lo que había ocurrido y si se las había apañado para arrancar a Raymond de las garras de la brigada y se lo había llevado al tren…
Era la única línea de pensamiento que tenía sentido y éste habría sido el motivo por el que Barron quiso que un circo mediático estuviera presente en Union Station a la llegada del tren, porque, como tenía planeado en el LAX, sabía que la brigada no actuaría delante de todo el mundo.
Si era eso lo que Barron había hecho, Harwood habría sido el primero en saberlo. Y si la historia le había dado a la 5-2 la libertad para hacer con la justicia lo que le diera la gana, el LAPD no iba a arriesgarse a hacerlo público ahora. No después de los años de escándalos y de comportamientos policiales poco éticos que habían salido a la luz. El resultado era que la maquinaria pesada del LAPD se había puesto a funcionar a fondo. Barron y su prisionero estaban aislados y ocultos, mientras el jefe de policía le contaba al mundo que Barron había sido tomado como rehén en vez de contar la verdad: que había sido arrinconado por sus propios compañeros por haber intentado proteger la vida del prisionero.
Ford volvió a mirar a Harwood entre el revuelo de uniformes. Entonces vio un coche conocido que llegaba. Estaba a unos cincuenta metros y avanzaba hacia la pared de coches patrulla bajo la fina lluvia. Corrió hacia él, con los pies resbalando sobre el suelo mojado. Al acercarse pudo ver que el cristal de atrás había saltado en pedazos. Luego vio a Polchak al volante. Alguien iba delante con él, pero no podía ver quién era.
– ¡Len! -gritó, mientras aceleraba el paso-. ¡Len!
Vio a Polchak que se giraba. Entonces el ejército de uniformes abrió un paso y Polchak condujo por en medio. Con la misma premura, el camino se iba cerrando detrás de él y los agentes uniformados se volvieron a mirar a Ford, mientras el agente al mando le hacía gestos para que retrocediera. Ford se detuvo y se quedó quieto bajo la lluvia, mientras se le empañaban los cristales de las gafas, se le mojaba la chaqueta y el humor y las esperanzas se le rompían como la nariz que le palpitaba de dolor bajo el vendaje. Poco importaba que se encontrara rodeado de policías, o que conociera a muchísimos de ellos personalmente, o que fuera el periodista de sucesos más prestigioso de Los Ángeles. John Barron estaba a punto de ser asesinado.
Y él no podía hacer nada por evitarlo.