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Dan Ford llevaba demasiado tiempo como periodista de asuntos policiales como para que se le escapara ningún gesto o mirada, hasta de aquellos hombres entrenados para ocultarlos. El hecho de que el propio Harwood estuviera allí y se hubiera acercado a hablar con él ya revelaba muchas cosas. Lo que Harwood había dicho tal vez fuera la versión oficial, pero era mentira. Ford sabía perfectamente que Barron tenía a Raymond bajo custodia y que su intención había sido llevarlo a Union Station. Pero entonces, de pronto, el tren fue desviado de la vía principal y detenido en un lugar oculto detrás de unos almacenes, con la 5-2 al mando y la policía impidiendo que nadie viera nada. Y el mismísimo jefe de policía salía ahora a hablar con el periodista que contaba con la mayor confianza de la policía para decirle que Barron se había convertido en rehén.

¿Por qué? ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué había pasado?

Había visto a la brigada llevarse a Raymond custodiado en el Mercury Air Center, y marcharse con él hacia las 4:20 de la madrugada. Luego, casi dos horas más tarde, hacia las 6:10, Barron le llamaba desde el tren para decirle que estaba solo con Raymond bajo custodia y le pedía que organizara un circo mediático para recibirlos cuando el tren llegara a Union Station. ¿Qué había pasado entre tanto? ¿Cómo y por qué llegó Barron a custodiar él solo a Raymond?

De pronto Ford empezó a pensar que algo terrible había sucedido en la brigada. Se acordó de lo raro que había estado John la noche que se encontraron en la cafetería, la noche en que Frank Donlan se suicidó. Cuando le preguntó sobre el tema, Barron le dio una versión casi literal de lo que Red había comunicado a los medios, que Donlan había conseguido ocultarse un revólver entre la ropa y que prefirió quitarse la vida antes que entregarse. Tal vez fuera verdad, tal vez no. Corrían rumores desde hacía años de que, en más de una ocasión, la 5-2 había abusado del significado de «hacer respetar la ley» y se habían ocupado ellos mismos de liquidar a un sospechoso detenido. Pero los rumores no habían sido nunca confirmados, y no conocía a ningún periodista, y menos él mismo, que hubiera profundizado en el tema.

No tenía manera de saberlo a ciencia cierta, pero, igualmente, tenía que preguntárselo: ¿y si los rumores fueran ciertos? ¿Y si la brigada se había cargado a Frank Donlan y Barron fue testigo y no supo qué hacer al respecto? Desde luego, Barron no se lo podía haber contado. No se lo podía haber contado a nadie. El asesinato de sus padres había dejado a Barron totalmente traumatizado. A raíz de este hecho, pasó de estudiar arquitectura del paisaje a obsesionarse con el derecho criminal y con los derechos de las víctimas. Si la brigada hubiera asesinado a Donlan, Barron estaría horrorizado. Y si tenían intención de hacer lo mismo con Raymond, entonces… De pronto, Ford se preguntó si éste era el motivo por el cual Barron lo había llamado desde el coche cuando se dirigía al aeropuerto internacional de Los Ángeles para contarle el asunto de Josef Speer/Raymond y abrirle las puertas de seguridad, porque temía que la brigada tuviera intención de matar a Raymond en el aeropuerto y quería que la presencia de alguien de la prensa les arruinara el plan. Y también lo llamó antes de llegar a LAX para darle información sobre el caso, tal vez incluso antes de que la brigada estuviera al tanto. ¿Qué le había dicho? «Que quede entre nosotros, sólo tú y yo hasta que lo sepamos seguro.» Sólo tú y yo, eso quería decir sólo Barron y él mismo, no los otros medios de comunicación, que sabía que serían mantenidos al margen si la 5-2 ya estaba allí o estaba a punto de llegar.

Pero fue una situación que nunca se dio porque Raymond mató a Red, una acción que por sí misma ya era motivo suficiente para eliminar a Raymond cuando lo tuvieran detenido. Si era eso lo que tenían planeado cuando se marcharon del Mercury Air Center y lo habían llevado a algún lugar para ejecutarlo, era muy posible que Barron hubiera reaccionado otra vez con horror y se negara a permitir que volviera a ocurrir. Si era eso lo que había ocurrido y si se las había apañado para arrancar a Raymond de las garras de la brigada y se lo había llevado al tren…

Era la única línea de pensamiento que tenía sentido y éste habría sido el motivo por el que Barron quiso que un circo mediático estuviera presente en Union Station a la llegada del tren, porque, como tenía planeado en el LAX, sabía que la brigada no actuaría delante de todo el mundo.

Si era eso lo que Barron había hecho, Harwood habría sido el primero en saberlo. Y si la historia le había dado a la 5-2 la libertad para hacer con la justicia lo que le diera la gana, el LAPD no iba a arriesgarse a hacerlo público ahora. No después de los años de escándalos y de comportamientos policiales poco éticos que habían salido a la luz. El resultado era que la maquinaria pesada del LAPD se había puesto a funcionar a fondo. Barron y su prisionero estaban aislados y ocultos, mientras el jefe de policía le contaba al mundo que Barron había sido tomado como rehén en vez de contar la verdad: que había sido arrinconado por sus propios compañeros por haber intentado proteger la vida del prisionero.

Ford volvió a mirar a Harwood entre el revuelo de uniformes. Entonces vio un coche conocido que llegaba. Estaba a unos cincuenta metros y avanzaba hacia la pared de coches patrulla bajo la fina lluvia. Corrió hacia él, con los pies resbalando sobre el suelo mojado. Al acercarse pudo ver que el cristal de atrás había saltado en pedazos. Luego vio a Polchak al volante. Alguien iba delante con él, pero no podía ver quién era.

– ¡Len! -gritó, mientras aceleraba el paso-. ¡Len!

Vio a Polchak que se giraba. Entonces el ejército de uniformes abrió un paso y Polchak condujo por en medio. Con la misma premura, el camino se iba cerrando detrás de él y los agentes uniformados se volvieron a mirar a Ford, mientras el agente al mando le hacía gestos para que retrocediera. Ford se detuvo y se quedó quieto bajo la lluvia, mientras se le empañaban los cristales de las gafas, se le mojaba la chaqueta y el humor y las esperanzas se le rompían como la nariz que le palpitaba de dolor bajo el vendaje. Poco importaba que se encontrara rodeado de policías, o que conociera a muchísimos de ellos personalmente, o que fuera el periodista de sucesos más prestigioso de Los Ángeles. John Barron estaba a punto de ser asesinado.

Y él no podía hacer nada por evitarlo.

80

7:12 h

Barron y Raymond estaban tumbados en el suelo de entre las vías, debajo del vagón de Metrolink, vigilando a Lee y Valparaiso que se les acercaban. Berettas en mano, los dos detectives avanzaban a tres metros el uno del otro y miraban hacia el interior del vagón. Barron no tenía ni idea de dónde se encontraban Halliday y Polchak. Lo más probable era que estuvieran en algún lugar, a oscuras, esperando y vigilando.

Lo que sí resultaba claro era que Lee y Valparaiso suponían que Barron y Raymond seguían dentro del vagón. Seguían acercándose. Cinco pasos más. Seis. Siete. Ahora los detectives estaban en mitad del vagón y sólo se les veían las piernas, de rodilla para abajo. Barron casi podía alargar el brazo y tocar los enormes zapatos de Lee.

– Ahora -susurró Barron, y él y Raymond salieron rodando de debajo del vagón por el lado opuesto al de los detectives. En un segundo se pusieron de pie y se echaron a correr en busca de la protección de los vagones de mercancías que había en el siguiente ramal, a unos siete metros de la otra vía.

Halliday los vio al pasar por delante de la locomotora. Sacó el revólver para disparar pero lo hizo demasiado tarde y erró el tiro; se le escabulleron por el manto oscuro, bajo un vagón de mercancías de la Southern Pacific, el cuarto vagón de una hilera de seis.

Barron vio como Halliday empezaba a acercarse hacia ellos desde la locomotora; luego vio a Lee que saltaba por encima del amarre entre el vagón Metrolink y la locomotora. Una décima de segundo más tarde Valparaiso apareció por el fondo del vagón. Iban separados unos doce metros y se les estaban acercando. Barron vio como Lee levantaba la radio.