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Fue una pregunta que inevitablemente los llevó sin vacilar y en cuestión de minutos a su habitación del Holiday Inn.

11

15:52 h

Ahora, al menos por el momento, ya no estaban empapados en sudor. La ducha los había refrescado, pero también en ella habían vuelto a hacer el amor… después de haberlo hecho tres veces en el espacio de unos cuarenta minutos en la enorme cama del Holliday Inn. Ahora yacían desnudos en la media penumbra que proporcionaban las cortinas cerradas, mientras miraban alternativamente al techo y el uno al otro y él jugueteaba con alguna parte del cuerpo de ella. Ahora mismo un pezón. Los pechos de Clem eran realmente grandes, como ella ya le había avanzado: su sujetador tenía cuatro corchetes y él apenas alcanzaba a rodearle un pecho con las dos manos. Lo que más le gustaba a Nicholas, o lo segundo, eran las areolas alrededor del pezón. No sólo eran grandes sino que se llenaban de pequeños bultitos cuando las rozaba con la lengua. El efecto, por supuesto, no hacía más que estimularlo de nuevo y provocarle una nueva erección, el tamaño y pulso de la cual lo sorprendía… era del estilo que los policías llamaban «polla de venas azules». Pero, más allá de todo esto -y a pesar de que ahora le costaba separar la lujuria y pasión del genuino afecto que ambos compartían-, lo que encontró fue un ser humano distinto a todo lo que había conocido hasta entonces. Una mujer lista, cariñosa, divertida y, algunas veces, descaradamente grosera. Como en la bañera, donde jugaron y se rieron y se enjabonaron el uno al otro, y donde ella se arrodilló para tomarle todo el pene dentro de la boca hasta casi llevarlo hasta el clímax, y cuando estaba a punto, se levantó en medio de la cascada de vapor y se volvió, levantando el culo y diciéndole:

– Móntame por detrás, Nicholas, oh, móntame.

A lo cual, por supuesto, él accedió encantado.

Ahora, tumbado a su lado, con las sábanas todavía mojadas por la humedad de sus cuerpos, se preguntaba si ella se habría creído su explicación cuando al principio empezaron a desnudarse y él le habló de las heridas que tenía en el muslo, el hombro y el antebrazo. Era una explicación que llevaba preparada desde antes de venir a Londres, consciente de que alguien podía sospechar si se desnudaba en un gimnasio o precisaba ver a un médico, o en el caso de tener la suerte que había tenido hoy, de acabar en la cama con una mujer atractiva.

Después de la universidad, según le contó, quería ingresar en la facultad de Derecho pero, debido al estado de Rebecca, tuvo que buscarse un trabajo normal. Tenía un amigo que trabajaba en televisión y entró a trabajar como lector en una pequeña productora. Más tarde se convirtió en productor asociado y estuvo en el plato de una comedia de acción cuando uno de los especialistas cometió un error y provocó la explosión de una pequeña bombona de gas. Trocitos de metralla se le clavaron en varias partes del cuerpo y lo tuvieron hospitalizado varios días. La indemnización resultante de la compañía de seguros fue cuantiosa y le había permitido llevar a Rebecca a la clínica Balmore, que era algo que quería hacer desde hacía tiempo, pero nunca hasta entonces se había podido permitir estar tanto tiempo sin trabajar.

– Y ahora, ¿qué harás? -Clem se dio la vuelta y lo miró, como si también ella hubiera estado pensando en lo que le había contado-. ¿Te matricularás finalmente en Derecho?

– No -sonrió aliviado. Le había creído, o al menos, eso parecía-. Es algo… -escogió sus palabras con cuidado- que ha dejado de interesarme.

– Y entonces, ¿qué vas a hacer?

– No lo sé.

De pronto se incorporó, se apoyó en un codo y lo miró directamente.

– ¿Cuál era tu sueño antes de que tuvieras que responsabilizarte de Rebecca? ¿Qué te habría gustado hacer en la vida?

– ¿Sueño?

– Sí. -Sus ojos brillaban con intensidad.

– ¿Qué te hace pensar que tenía un sueño?

– Todo el mundo los tiene.

Nicholas Marten la miró. Miró la manera en que ella esperaba la respuesta, como si le importara realmente lo que había dentro de él.

– ¿Cuál era tu sueño, Nicholas? -insistió, sonriendo tranquilamente-. Dímelo.

– Te refieres a… ¿qué quería hacer con mi vida?

– Sí.

12

– Jardines.

Clementine Simpson, totalmente desnuda en la habitación de Nicholas Marten del Hampstead Holiday Inn a las cuatro en punto de la tarde, lo miró con curiosidad.

– ¿Jardines?

– Desde niño me he sentido fascinado por los jardines formales. No tengo ni idea del porqué. Me sentía atraído por lugares como Versalles, las Tullerías de París, los jardines de Italia y de España. La magia espiritual -sonrió con ganas- de los diseños orientales, en especial en lugares como Ryotan-Ji, el templo Zen de Hikone, en Japón, o Katsura Rikyu, en Kyoto. Ayer estuve paseando por los jardines de Kensington. Asombrosos.

– ¿Katsura Rikyu?

– Sí, ¿por qué?

– Cuéntame más cosas.

– ¿Porqué?

– Sólo hazlo.

Marten se encogió de hombros:

– Empecé en la universidad, en el Cal Poly, el instituto politécnico en San Luis Obispo (está en la costa de California, entre Los Ángeles y San Francisco), a estudiar paisajismo, y… -Se detuvo, pensando que no podía hablar del asesinato de sus padres ni del motivo por el cual pidió el traslado a UCLA, porque eso llevaría a lo sucedido más tarde. Rápidamente retomó el hilo y prosiguió-: Rebecca estuvo compartiendo conmigo un apartamento en el campus. Cuando se puso enferma decidimos que el mejor lugar para ella era Los Ángeles, de modo que me trasladé a UCLA para estar cerca de ella. Elegí Filología Inglesa porque, en aquel momento, era la especialidad más fácil a la que acceder. Pero en mis años júnior y sénior me las arreglé para cursar asignaturas optativas en la facultad de Arte y Arquitectura. -Sonrió, para cubrir la transición y con la esperanza de que ella no hiciera preguntas. Al mismo tiempo se dio cuenta de que también sonreía por los buenos recuerdos que conservaba de sus estudios-. Cursos con nombres como Elementos del diseño urbano, o Teorías de la arquitectura del paisaje. -Se recostó y miró al techo-. Me has preguntado lo que hubiera hecho. Aquí lo tienes: aprender a diseñar y construir este tipo de jardines formales.

De pronto Clem se inclinó encima de él, mirando hacia abajo, con sus grandes tetas rozándole el pecho:

– Te estás quedando conmigo -dijo, fingiendo indignación, divertida, pero con un tono que demostraba que estaba muy intrigada.

– ¿Cómo?

– Que te estás quedando conmigo, que lo sabes todo de mí.

Marten se apartó, como si compartiendo con ella sus sueños más íntimos hubiera hecho algo malo.

– Apenas hace un día y medio que te conozco, ¿cómo podría saberlo todo de ti?

– Venga hombre, me tomas el pelo.

– No, no te tomo el pelo.

– Pues entonces, ¿cómo sabes que me dedico a eso?

– ¿Qué es a lo que te dedicas?

– A eso.

– ¿A qué?

– A los jardines.

– ¿Qué?

– La clínica forma parte de mi trabajo voluntario anual, pero mi ocupación a tiempo completo es como profesora de Proyectos urbanos y rurales en la Universidad de Manchester, en el norte de Inglaterra. Es decir, que estoy implicada en la formación de gente que quiere convertirse, entre otras cosas, en arquitectos paisajistas.

Marten se la quedó mirando:

– Ahora eres tú quien se está quedando conmigo.

– No, es la verdad.

De pronto Clementine Simpson se levantó de la cama y entró en el baño. Cuando salió iba envuelta en una toalla.

– UCLA. La Universidad de California en Los Ángeles, ¿no?

– Sí.

– ¿Y tienes una licenciatura en Inglés con asignaturas optativas en arquitectura del paisaje?