Empapado por la lluvia, Marten se volvió de espaldas al puente y se puso a andar hacia su hotel. En su cabeza, si todo iba bien y lo aceptaban en el programa de la universidad, estaba decidido. En muy poco tiempo, la ciudad y las calles que ahora estaba recorriendo se convertirían en su hogar.
15
Domingo 7 de abril. 6:02 h en Manchester, 9:02 h en Moscú
Hoy era… 7 de abril/Moscú.
Marten estaba en calzoncillos y camiseta delante de la tele en su habitación, cambiando ansiosamente de canal -BBC1, BBC2, ITV1, Sky, CNN-. Lo que veía no era más que las típicas noticias de relleno de domingo por la mañana. El tiempo, un poco de deportes, noticias de interés general -por ejemplo una tienda en la que vendían bollos del tamaño de un coche, una pareja que se había casado en una carrera de caballos, un perro que se había quedado atascado en un váter- salpicado de comentarios varios, discusiones políticas sobre el estado del mundo y servicios religiosos varios. Si Moscú estaba sufriendo algún atentado, nadie hablaba de ello. De hecho, ni Moscú ni Rusia fueron mencionados para nada. Si había que fiarse de las principales cadenas de televisión, en ningún lugar del mundo parecía haber sucedido nada inmediatamente noticiable.
7:30 h
Marten ya se había duchado y vestido y volvía a estar delante de la tele. Seguía sin haber ocurrido nada.
9:30 h
Nada de nada.
10:30 h
Nada. Cero. Calma absoluta.
Londres, el mismo 7 de abril. 18:15 h
Marten había vuelto a dar una vuelta por la universidad con Clem. Habían tenido un almuerzo más bien formal con un par de profesores colegas y luego tomó el tren de las 13:30 de vuelta a Londres, que llegó a la estación de Euston un poco después de las 17:30. Desde allí tomó un taxi hasta el Hampstead Holiday Inn y, una vez en su habitación, encendió de inmediato el televisor. Estuvo diez minutos cambiando de un canal al otro y seguía sin haber noticias de Moscú.
Se cambió rápidamente de ropa y se fue a la Balmore, donde una animada Rebecca le pidió ansiosa novedades sobre su visita a Manchester y todo lo que allí había ocurrido. Cuando le habló sobre la ciudad, y la gente a la que había conocido y la casi seguridad con que Clem pensaba que sería aceptado en el programa de la universidad, se mostró encantada. Y luego le contó quién era realmente Clem y quién era su padre y cuál era su rango social, y la muchacha se rio e hizo broma y se comportó como si fuera una colegiala. Saber que Clem ostentaba realmente un título y se la podía llamar lady Clementine le daba la sensación de que trataba con la realeza.
– Es el tipo de vida -dijo, con cierta nostalgia- en la que la gente como nosotros solamente puede soñar.
Poco después llamaron a Rebecca para cenar y Marten se marchó. Entonces, como lo había hecho en Manchester, se puso a andar, a andar y a andar. Esta vez prestaba poca atención a la ciudad. Su mente estaba centrada en Rebecca, en él mismo, en Clem y en cómo iba a ser el futuro. Y pensaba en la logística de toda la situación y en cuánto tiempo podría permitirse pagar por el cuidado de Rebecca y por su universidad antes de tener que ponerse a trabajar.
«Las piezas.»
De pronto, el sonido de su propia voz interior lo sobresaltó y se detuvo, cuando apuntaba el anochecer, para mirar a su alrededor, inquieto por la voz e inseguro de dónde se encontraba. Rápidamente, se dio cuenta de adonde lo había llevado su paseo. La casa del número 21 de Uxbridge Street.
«Las piezas», volvió a decir la voz.
De manera instintiva se ocultó de las miradas detrás de un árbol grande. Aunque Gene VerMeer hubiera vuelto a Los Ángeles, podía tener a agentes de la Scotland Yard vigilando la casa y el jardín y, entre otras cosas, haber dado su descripción diciendo que se trataba de alguien con quien le gustaría mucho hablar.
Sin embargo, miró a un lado y al otro de la calle y no vio a nadie, ni siquiera un coche aparcado. Y la propia casa estaba vacía. Una casa que, al igual que las llaves de la caja fuerte, la embajada rusa, el Penrith's Bar, I.M., el avión fletado y el 7 de abril en Moscú, había resultado ser como un callejón sin salida. Un globo pinchado; nada más que aire.
Marten vigiló un rato más y luego, de pronto, se volvió y se marchó. La voz había vuelto a ser como una lucha interior, algo en él que trataba de mantener aquel asunto vivo.
«Raymond está muerto -se dijo, enfrentándose a la voz-, y el asunto en el que estuvo implicado también murió con él. Tres intentos y basta, señor Marten. Acéptalo y sal adelante con tu maldita vida. Clem te lleva en el buen camino. Ve con ella y olvídate de lo otro. Porque, te guste o no, la verdad del asunto es que, cualquiera que fuera el significado de "las piezas", ya no queda nada de ellas. Cero. Nada de nada.»
16
El día siguiente, lunes 8 de abril, Nicholas Marten solicitó formalmente su admisión al programa de posgrado de la facultad de Urbanismo y Paisajismo de la Universidad de Manchester; con una carta de recomendación -y estaba seguro, la intervención personal- de lady Clementine Simpson. El jueves 25 de abril fue aceptado. El sábado 27 de abril llegó a Manchester en tren y, con la ayuda de Clem, el lunes 29 de abril encontró un pequeño loft amueblado en Water Street con vistas al río Irwell. Aquel mismo día firmó el contrato de alquiler y se instaló. El martes 30 de abril empezó las clases.
Todo sucedió a ritmo muy rápido, con facilidad y sin obstáculos, como si, de alguna manera, el Cielo le hubiera suavizado el camino y lo hubiera mandado de cabeza a su nueva vida. A medida que avanzaban las semanas y se iba instalando, siguió escribiendo pequeñas anotaciones en el diario que empezó cuando llegó a Londres. La mayoría eran notas excepcionalmente breves y que giraban alrededor del mismo tema: «Ni rastro de las piezas, sin voces, ninguna presencia de Raymond en absoluto.»
El 21 de mayo, a poco más de siete semanas de su llegada a Londres, la psiquiatra de Rebecca, la doctora Maxwell-Scot, fue trasladada a un nuevo centro de rehabilitación llamado Jura que la clínica Balmore había abierto hacía poco en Neuchâtel, Suiza.
Jura, una enorme mansión a orillas del lago Neuchâtel, aplicaba un programa experimental diseñado para enrolar a no más de veinte pacientes a la vez y construido sobre la idea de combinar las sesiones de psicoterapia aceleradas con una serie rigurosa de actividades al aire libre. Se trataba de una situación que la doctora Maxwell-Scot consideraba ideal para Rebecca, por lo cual recomendó que la muchacha la acompañara a Suiza. Ante la actitud entusiasmada de Rebecca, Marten asintió.
La segunda semana de junio Marten hizo su primera visita a Jura. Aunque la doctora le había advertido de la fragilidad todavía subyacente de su hermana y le había sugerido que hasta el recuerdo más vago del pasado podía servir de detonante de sus memorias más oscuras y provocarle una regresión al terrible estado en el que se hallaba antes, encontró a Rebecca, tal vez un poco insegura y todavía afectada por cambios de humor frecuentes, pero más entusiasmada, independiente y fuerte de lo que la había visto desde su gran avance. Además, cualquier duda que hubiera podido tener sobre el propio centro Jura -se había imaginado un lugar austero, una institución tipo asilo- quedó inmediatamente despejada. Jura era una finca espléndida y muy bien gestionada rodeada de varias hectáreas de viñedos, con unos jardines cuidados que alcanzaban casi un kilómetro hasta la orilla del lago Neuchâtel. Rebecca disponía de una gran habitación privada con vistas tanto al jardín como al lago, con una perspectiva impresionante de los Alpes a través del agua. Era como si Rebecca, que había venido a curarse, hubiera sido plantificada en medio de un balneario magnífico, imposiblemente caro.