– Forma parte de lo estipulado en la donación del benefactor que ha cedido las instalaciones -le explicó la doctora- que el tratamiento en este centro no suponga ningún gasto para los pacientes o sus familias.
– ¿Y quién es el benefactor? -preguntó él directamente, y la doctora Maxwell-Scot le dijo que no lo sabía. La fundación era muy grande y las donaciones provenían a menudo de individuos muy ricos que, por un motivo u otro (algunos tenían a familiares ingresados allí) preferían permanecer en el anonimato. Era algo que Marten comprendía y estaba dispuesto a aceptar, y eso le dijo a Maxwell-Scot, diciéndole que se trataba de un regalo que él y Rebecca agradecían y apreciaban sobremanera.
A finales de junio, Marten fue a París a visitar a Dan y Nadine Ford, para celebrar que Ford había sido ascendido a la delegación parisina del Los Ángeles Times. Se trataba de un ascenso que Nadine había promovido con fuerza, aunque con mucho tacto, a través de su contacto con la esposa del jefe de corresponsales del Times en Washington, una mujer a la que le daba clases de francés casi desde el primer día de su llegada a Washington. Se instaló para pasar un fin de semana largo en el pequeño apartamento que la pareja tenía en la rue Dauphine, en la Rive Gauche.
La primera noche, Marten y Dan Ford dieron un largo paseo por la orilla del Sena, durante el cual Marten le preguntó a Ford si había alguna novedad sobre la intervención del LAPD en el caso Raymond, y si seguían enfrascados en la investigación. La respuesta de Ford fue que, por lo que sus compañeros del Los Ángeles Times sabían, todo el caso Raymond había sido aparcado. «Por parte del LAPD, del FBI, de la CIA, la Interpol, hasta los rusos. No queda ni una chispa entre las cenizas», le dijo. VerMeer volvía a cumplir su turno regular en Robos y Homicidios y Alfred Neuss volvía a hacer negocios como siempre en Beverly Hills y seguía defendiendo su versión de no tener ni idea de lo que Raymond Oliver Thorne había querido de él.
Finalmente Marten le preguntó si sabía cómo estaba Halliday, y lo único que Ford pudo decirle fue que seguía en el departamento de Tráfico del Valle, lo cual quería decir que seguía trabajando pero que su cargo consistía ahora en poco más que repartir multas de tráfico. Básicamente, había sido degradado y mandado a pastar. Un buen golpe para un detective de élite de la 5-2, y a un puesto del que no había recuperación posible; al menos, no para él. Y Halliday tenía todavía treinta y pocos años.
Más tarde se detuvieron en una brasserie a tomar una copa de vino, y en una mesa apartada Ford le dijo a Marten que había algo que tenía que saber.
– Gene VerMeer tiene ahora su propia página web. Es muy graciosa. Se llama puñosypuños.com.
– ¿Y…?
– Apuesto a que ha pedido información sobre John Barron media docena de veces durante los últimos seis meses.
– ¿Quieres decir que vino a Londres buscándome a mí?
– No me puedo meter dentro de su cabeza, Nick. -Ford llevaba tiempo programando el nombre Nick Marten en su mente y en la de Nadine. Para ellos, Nick Marten era Nick Marten y lo había sido siempre-. Pero es un cabrón brutal y malicioso que se ha propuesto vengar a la brigada. Quiere encontrarte, Nick, y cuando lo haga te matará antes de decirte hola.
– ¿Por qué me lo dices ahora?
– Porque tiene la web y porque tiene a muchos colegas que simpatizan con él. Y porque no quiero que lo olvides.
– No lo olvidaré.
– Estupendo.
Ford se quedó mirando a Marten. Estaba advertido y eso bastaba. De pronto sonrió y cambió de tercio, empezando a preguntarle con actitud de chaval sobre su estilo de vida bohemio como estudiante, y en especial, riéndose de su romance clandestino con una de sus profesoras, la no muy recatada lady Clem.
A primera hora del día siguiente Nicholas, Dan y Nadine cogieron un tren en la Gare de Lyon y emprendieron una excursión de un día hasta Ginebra y luego hasta Neuchâtel para visitar a Rebecca en Jura. Fue una visita breve pero feliz que restableció la relación de Rebecca con Dan y Nadine Ford, y que además les permitió a todos maravillarse ante lo mucho que habían cambiado sus vidas en tan poco tiempo.
A mediados de julio Nicholas Marten fue a visitar de nuevo a Rebecca, esta vez acompañado de Clem como miembro de la fundación. Lo que encontró fue a una Rebecca todavía más recuperada que antes. Por primera vez aparentaba a la bella joven de veinticuatro años que era. Las dudas y los cambios de humor de antes habían desaparecido. Parecía brillante, atlética y saludable y, como la doctora Maxwell-Scot descubrió por primera vez en Londres y ahora le estaba ayudando a desarrollar, tenía muy buena aptitud para los idiomas y disfrutaba aprendiendo a leer y hablar lenguas extranjeras.
Estuvo bromeando con su hermano juguetonamente, soltándole expresiones en francés, en italiano, e incluso en español. Marten no sólo estaba encantado ante su agilidad mental, sino que estaba muy ilusionado. Y, como su visita anterior con Dan y Nadine Ford, fue un encuentro cálido, feliz y divertido.
A mediados de agosto Clem volvió a Jura para resolver asuntos de la fundación y se quedó sorprendida al encontrar a Rebecca en el lago, a solas, y de paseo con una familia suiza.
Gerard Rothfels era director general de operaciones europeas de una empresa internacional de diseño y mantenimiento de viaductos con sede en Lausana. Hacía poco tiempo que se había mudado con su familia -su esposa Nicole y sus niños pequeños, Patrick, Christine y Colette- desde Lausana a Neuchâtel, a menos de media hora en coche, porque quería separar su vida familiar del ambiente de trabajo.
Rebecca había conocido a los Rothfels unas semanas antes en la playa y, casi de inmediato, ella y los niños se habían quedado encandilados. A los pocos días, y a pesar de que sabían que era paciente del centro Jura, Rebecca -con el consentimiento de la doctora Maxwell-Scott- fue invitada a su magnífica residencia del lago. Muy pronto empezó a visitarlos tres veces por semana, visitas que dedicaba a jugar con los niños y a comer con la familia. De manera gradual, y bajo la supervisión vigilante de la madre, los niños fueron confiados a, su cuidado. Era la primera vez que Rebecca asumía una responsabilidad real desde la muerte de sus padres, y se lo tomó con mucho entusiasmo. Toda la situación recibió el aplauso de la doctora Maxwell-Scot, y Marten fue informado de la misma por lady Clem a su regreso.
A principios de septiembre Marten volvió a Jura y fue invitado a casa de los Rothfels, donde Rebecca pasaba cada vez más tiempo y donde, confiaba Gerard Rothfels, empezaba a sentirse cada vez más como en familia. Esperaban que, en algún momento, se quedara a vivir con ellos para cuidar de los niños como au pair a tiempo completo.
Y como Jura estaba muy cerca y Rebecca podía seguir asistiendo a sus sesiones con su doctora, a finales de septiembre se trasladó. Aquel traslado no sólo subrayaba los enormes progresos que había hecho y le daba una buena dosis de autoconfianza, sino que además le proporcionaba un beneficio adicional. En su empeño por dar a sus hijos una formación completa, los Rothfels empleaban a profesores particulares varios días a la semana para darles lecciones de piano y de idiomas, y Rebecca fue invitada a compartir ambas enseñanzas. El resultado fue una iniciación a la disciplina de la música clásica y un progreso notable en su dominio de los idiomas.
Para Nicholas y Rebecca los cambios en el último medio año habían sido extraordinarios. Ambos habían ganado madurez, curación e independencia. Para Nicholas había el placer añadido de que su relación con Clem, aunque por necesidad, era secreta para todo el mundo menos para Rebecca; Clem se había convertido no sólo en su mejor amiga, sino también en la de su hermana. Eso les daba a los tres una comodidad casi de familia que les aportaba calidez, cariño y una sensación que sólo era capaz de recordar muchos años atrás, cuando él y Rebecca eran niños.