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Iris Johansen

La Huida

Título originaclass="underline" On the run

Traducción: Martín Rodríguez Courel Ginzo

© Copyright 2005 by Johansen Publishing LLLP

Capítulo 1

El Tariq, Marruecos

– ¡Atrapad a ese cabrón! No tiene escapatoria.

¡Y un cuerno!, pensó ferozmente Kilmer, mientras lanzaba el jeep colina arriba pisando a fondo el acelerador. No tenía la más mínima intención de dejar que lo atraparan después de haber llegado tan lejos.

Una bala le pasó silbando junto a la oreja y astilló el parabrisas.

Demasiado cerca. Se estaban acercando.

Pisó el freno y aminoró la velocidad del jeep.

Al llegar a una curva de la carretera dio un volantazo, se preparó y se arrojó a la cuneta, cayendo en una zanja llena de arena y barro.

¡Cojones, qué daño!

Hizo caso omiso.

Rodó de costado y se abalanzó sobre los matorrales, viendo cómo el jeep se alejaba sin control y viraba hacia el borde de la carretera. Con un poco de suerte, pensarían que le había alcanzado el disparo, y no se pararían a analizar la razón de que el vehículo pareciera descontrolado.

Ya sólo tenía que esperar que apareciera el camión que lo perseguía.

No tuvo que esperar mucho. El camión Nissan dobló la curva haciendo un ruido infernal. Dos hombres en la cabina; tres, en la trasera descubierta. El hombre a la derecha de la trasera, el del fusil. Apuntaba de nuevo hacía el jeep.

Dejar que se acerquen un poco más…

Pasaron por su lado.

¡Ahora!

Salió de entre los matorrales y lanzó la granada que había sacado de la mochila.

Cuando la granada alcanzó el camión y explotó, él cayó al suelo. Una segunda explosión hizo temblar la tierra cuando el depósito de la gasolina del camión explotó.

Levantó la cabeza. El camión se había convertido en unos restos llameantes y ennegrecidos; el humo ascendía en espirales hacia el cielo.

Y se estaría viendo a kilómetros de distancia.

¡Muévete!

Se levantó de un salto y empezó a correr hacía el claro que se abría en lo alto de la colina.

Tardó cinco minutos en alcanzarlo, y ya estaba oyendo el rugido de vehículos detrás de él, cuando irrumpió en el claro donde se escondía el helicóptero. Donavan empezó a hacer girar los rotores en cuanto vio a Kilmer.

– ¡En marcha! -Kilmer se abalanzó hacia el asiento del pasajero-. Mantente alejado de la carretera antes de dirigirte al sur. Podrías recibir un balazo en el depósito del combustible.

– Por la explosión, pensé que te habrías ocupado de ese problema. -Donavan despegó-. ¿Granada?

Kilmer asintió con la cabeza.

– Pero puede que haya más de un camión esta vez. Lo primero que harán es comprobar la caja fuerte, y cuando vean ese humo, alertarán a todos los hombres del recinto.

– Sí, ya veo. -Donavan silbó al ver abajo, en la carretera, la columna de camiones-. Y uno de ellos tiene un lanzamisiles tierra-aire. Deberíamos largarnos de este espacio aéreo antes de que nos localicen. ¿Lo conseguiste?

– Oh, sí. -Kilmer clavó la vista en la bolsa de terciopelo bordada y adornada con lentejuelas que colgaba de la cadena de oro que había extraído de su riñonera. Los ojos azul zafiro de los dos caballos, cuyas imágenes estaban grabadas en la bolsa, volvieron a relucir ante él. Mortales; tan bellos y tan mortales. Ese día había matado ya a siete hombres sólo para apoderarse de ellos. ¿Por qué no se sentía victorioso? Quizá porque se daba cuenta de que probablemente aquellas vidas serían sólo el principio del caos que se avecinaba-. Sí, Donavan, lo conseguí.

Tallanville, Alabama

– Háblale, Frankie -dijo Grace mientras acariciaba el hocico del caballo-. Cuando llegues al obstáculo, inclínate sobre él y dile lo que quieres que haga.

– Y rehusará de todas las maneras -Frankie puso mala cara-. Puede que a ti te entiendan los caballos, pero yo soy un cero a la izquierda para ellos.

– Eso no lo sabes hasta que lo intentas. Darling sólo intenta imponerte su voluntad. No puedes permitir que te domine.

– Me trae sin cuidado, mamá. No tengo que ser la jefa. SI Darling fuera un teclado en lugar de un caballo, puede que quisiera imponer mi autoridad, pero yo… -Miró a Grace fijamente a la cara y suspiró-. De acuerdo, haré lo que dices. Pero me va a tirar.

– Sí lo hace, entonces cae bien, tal y como te enseñé. Y luego vuelve a montarlo. -Hizo una pausa-. ¿Es que no sabes cuánto miedo me da hacerte caer? Pero te encanta montar a caballo, y fuiste tú quien escogió participar en este espectáculo. Me trae sin cuidado si ganas o no, pero tienes que estar preparada para cualquier eventualidad.

– Lo sé. -Una sonrisa iluminó el rostro de Frankie-. Y ganaré. Mírame. -Espoleó al caballo bayo e hizo que rodeara el cercado al galope. Gritó por encima del hombro-: Pero ayudaría si le dijeras eso a Darling.

Parecía tan pequeña sobre aquel caballo, pensó Grace con angustia. Frankie iba vestida con unos vaqueros y una camisa roja a cuadros que hacía que el pelo rizado que se alborotaba por fuera del casco pareciera negro a la luz del sol. Tenía ocho años, pero siempre había sido baja para su edad y parecía más pequeña.

– Es sólo una niña, Grace. -Charlie se había acercado hasta pararse junto a ella en la valla-. No seas tan dura con ella.

– Seria dura con ella si la dejara ir por la vida sin prepararse. -Cuando vio que Frankie empezaba a acercarse al obstáculo, masculló una oración-, No puedo protegerla durante toda su vida. ¿Y si no estoy cerca? Tiene que aprender a sobrevivir.

– ¿Como aprendiste tú?

– Como aprendí yo.

Darling estaba casi encima del obstáculo.

No rehúses. No rehúses, muchacho. Llévala a salvo al otro lado. Darling titubeó, se levantó en el aire y salvó el obstáculo.

– ¡Impresionante! -Grace bajó de la valla de un salto, mientras Frankie gritaba regocijada y se dirigía hacia ella al galope-. Te dije que podrías hacerlo. -Cuando Frankie se bajó de la silla, Grace la cogió en brazos y la hizo trazar un círculo en el aire-. Eres increíble.

– Sí, bueno. -Su cara se iluminó con una sonrisa-. Quizá no seas la única susurradora de caballos de la familia. -Miró a Charlie por encima de Grace-. Ha estado guay, ¿eh?

Él asintió con la cabeza.

– Y yo que pensaba que tanto tocar el piano te estaba estropeando para cualquier trabajo decente. -Una sonrisa maliciosa le iluminó el rostro curtido por el sol-. Puede incluso que intente buscarte un trabajo para el verano limpiando los establos de la granja de Baker.

– Ya tengo bastante con lo que he de limpiar aquí. -Frankie cogió las riendas de Darling y empezó a conducirlo hacia la verja-. Y tú me perdonas mis prácticas de piano. Pero no creo que el señor Baker lo hiciera; le gusta la música country.

– Después de que te hayas ocupado de Darling, dúchate y cámbiate de ropa -dijo Grace-. Tenemos que estar en clase de judo dentro de una hora.

– Está bien. -Frankie se quitó el casco y se alborotó el rizado pelo con la mano-. Robert prometió llevarnos a comer pizza después, Charlie. Vendrás, ¿no?

– No me lo perdería por nada del mundo -dijo él-. Y si logras convencer a tu madre, incluso encerraré a Darling por ti. -Hizo una mueca-. Olvídalo. Ya me están echando el mal de ojo por interferir en tus responsabilidades.

– Ella es así, -Frankie condujo el caballo hacia el establo-. Pero no me importa. Me gusta poner cómodo a Darling. Es una forma de compensarle por lo bien que me lo hace pasar.

– Como tirarte al suelo.