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– No son vaqueros -repitió Frankie de forma concluyente-. Y no son soldados. Pero por su aspecto parecen una mezcla de ambas cosas.

– No, son hombres que saben cómo protegernos. Así es como se ganan la vida. Puedes confiar en ellos. Te los presentaré hoy más tarde.

Frankie asintió con la cabeza.

– Pero ahora no. Tengo que sentarme y trabajar en el teclado.

– Por supuesto. Iré hasta el establo y me cercioraré de que saben cuidar adecuadamente de los caballos. -Grace levantó la mano-. Excepto de Gypsy. Tú y ella parecías llevaros bien esta mañana.

– Sí. -Frankie respondió con aire ausente mientras abría la puerta mosquitera-. Hasta luego, mamá.

– ¡Bueno! -En ese momento, Frankie no estaba prestando mucha atención a nada; estaba concentrada en la música. Grace la veía ya jugando mentalmente con las notas que se agolpaban en su cabeza-. Más tarde.

Kilmer estaba subiendo de nuevo los escalones del porche.

– ¿No vino Donavan?

– Te dije que estaba vigilando a Marvot.

– ¿Has tenido noticias de él últimamente?

– Desde que estamos aquí, no. Eso podría ser una buena señal. Le llamaré esta noche si no recibo noticias. -Estudió a Grace-. Estás preocupada por él.

– Siempre me gustó Donavan. Me salvó la vida una vez en Libia.

– ¿En serio? -Kilmer arqueó las cejas-. Nunca me lo dijo.

– No era asunto tuyo. Era algo entre nosotros dos.

– Si eso puso en peligro la misión, era asunto mío, ¿no?

– Vete al infierno.

Kilmer sonrió.

– Por lo que veo, la puso en peligro. Tendré que hablar con Donavan.

– ¡Por Dios!, fue hace nueve años.

– Donavan siempre sintió debilidad por ti.

En el equipo de Kilmer no se alentaban las amistades, pero era difícil no establecer lazos cuando tu vida dependía de los demás.

– No creo que puedas decir eso. Cuando me uní a ti, hiciste que Donavan me pusiera a prueba hasta que caí rendida.

– Y acabaste bien curtida. Me sentí orgulloso de ti.

Y su orgullo por ella lo había significado todo para Grace. Había estado decidida a hacer lo que fuera, a ejercitar su cuerpo hasta el límite de sus fuerzas, a conseguir su aprobación. ¡Dios santo!, qué ingenua había sido.

– Era joven y tonta. Pensaba que hacerlo bien por ti significaba algo. Supongo que padecía un caso de adoración mayúsculo.

– Lo sé.

– Bastardo engreído.

– ¿Por qué crees que hice que Donavan trabajara contigo? Nos habríamos acostado a la segunda noche de tu llegada si me hubiera encargado de tu entrenamiento yo mismo. ¡Mierda!, desde el momento en que te vi, me morí de ganas de tocarte. Sólo estaba siendo puñeteramente ético. -Se apartó-. Dio lo mismo. La cosa acabó de la misma manera una semana después. No soy de los que se resisten a ese tipo de tentaciones durante mucho tiempo.

Grace lo observó alejarse. Siempre le había gustado la manera de moverse de Kilmer, con todos los músculos respondiendo grácil y coordinadamente. En ese momento fue incapaz de apartar la vista. ¡Dios santo!, estaba ocurriendo de nuevo. Podía sentir el hormigueante calor en las palmas de las manos, la dificultad para respirar, el impulso de salir tras él y tocarlo.

Kilmer la miró por encima del hombro.

– Yo también -dijo él en voz baja-. ¡Joder! ¿No es así?

Grace abrió los labios para hablar y los volvió a cerrar de inmediato. Giró sobre sus talones y entró en casa.

Una vez dentro, se paró e intentó recuperar el resuello. ¡Por Dios!, no quería eso. Tenía una vida buena y equilibrada con Frankie. No quería zambullirse en aquel piélago de sensualidad que le había reportado un único y preciado bien. El resto había sido locura, una necesidad animalesca que la había hecho dudar de su fuerza de voluntad y su fortaleza. Había querido darlo y cogerlo todo sin que le preocuparan las consecuencias.

Ya no era así. Debía a Frankie una madre que tuviera la fuerza para combatir aquella debilidad que la había concebido. Y no estaba segura de si sería capaz de hacerlo sí permanecía allí, cerca de Kilmer. Necesitaba tiempo para levantar sus defensas.

¡Joder!, ¿y cuánto tiempo necesitaba?, pensó con repugnancia. Había tenido nueve años, y la barrera que había construido había sido derribaba en cuestión de unos cuantos días. Entonces, empieza de nuevo y no te acerques ni pienses en Kilmer ni en su aspecto ni en como se mueve ni…

Mantenerse ocupada. Tenía un caballo que domar. El rucio le permitiría prestar atención a otra cosa además de a sus sentimientos.

Y si no le prestaba atención, sería el semental el que la domaría a ella.

– Qué chico tan guapo eres -dijo Grace en voz baja acariciando con suavidad al rucio-. Has tenido una vida fantástica, ¿verdad? Corriendo y levantando tus pezuñas sin que nadie se atreviera a tocarte. Ojalá pudiera dejar que siguieras así. No hay nada más hermoso que un caballo en estado salvaje. Sólo con mirarte, mi corazón rebosaría de alegría. Pero la vida no es siempre buena para los caballos. Estarás más seguro si aprendes a llevarte bien con nosotros. Puedes fingir que es un juego. Haz lo que queremos que hagas durante un ratito todos los días. Luego puedes volver a hacer lo que te plazca. ¿Te parece justo?

El rucio se apartó de ella.

– Quizá no sea tan justo. Pero así es como tiene que ser. Y me aseguraré de que estés a salvo y seas feliz. Todavía no te hemos puesto un nombre. ¿Qué te parece si te llamo Samson? Era un tipo fuerte, y tampoco quería que lo domesticaran. Pero tú serás más listo que él. -Grace dio un paso hacia el caballo y le acarició el hocico-. Ahora escúchame, y te contaré lo que vamos a hacer los dos juntos. ¿Sientes lo mucho que deseo que seas feliz? Ya lo sentirás, Samson. Ya lo sentirás…

– Pensé que ella iba a domar al caballo -Robert se acercó hasta detenerse al lado de Kilmer en la cerca del corral-. La he estado observando desde el porche, y no ha hecho nada más que estar junto al animal y mirarlo.

Kilmer se sintió molesto. Podía permitir que Blockman estuviera allí, pero no tenía por qué gustarle la situación. Y no quería tenerlo revoloteando alrededor cuando intentaba concentrarse en Grace y el semental.

– Está haciendo algo. -No apartó la mirada de ella, que estaba delante del caballo, moviendo los labios con palabras que él no podía entender a esa distancia-. ¿Nunca antes habías visto cómo se doma un caballo?

Robert negó con la cabeza.

– No soy del tipo bucólico, precisamente. Nunca fui a la granja, excepto cuando me invitaban a comer. Sé que Charlie pensaba que Grace era una especie de sacerdotisa hechicera en lo concerniente a los caballos.

– Hombre inteligente. -Kilmer trepó a la valla y pasó la pierna por encima de la barra superior. Paciencia. Había sido él quien había decidido llevar a Blockman allí. Ahora tendría que aceptarlo y apechugar con ello-. La he visto en una o dos sesiones verdaderamente asombrosas. Los caballos parecen comprenderla.

– ¿Significa eso que no corcoveará?

Kilmer negó con la cabeza.

– Ella dice que eso es muy raro. Todos los caballos odian que se les restrinja su independencia. Pero si el caballo y ella han llegado a un entendimiento antes de que los monte de verdad, el proceso se acorta mucho.

– ¿Entendimiento?

Kilmer se encogió de hombros.

– Pregúntale a ella.

– Si no vamos a ver ningún fuego artificial, ¿por qué estás aquí?

Kilmer guardó silencio durante un instante.

– Porque si hay fuegos artificiales, el rucio podría matarla. Tengo que estar aquí. -Miró a Robert desafiante-. ¿Y por qué estás tú aquí?

– Para lo mismo -Robert apretó los labios-. Pero no estaba seguro de que el rucio supusiera realmente una amenaza. Grace siempre parece muy segura de sí misma rodeada de caballos.