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Isabel Kersoff vivía en una sinuosa calle a dos manzanas de los muelles. Era una casa aceptable, pensó Mark Tonino cuando llamó a la puerta principal con los nudillos. Limpia y recién pintada, y con una puerta roja que le confería cierto aire moderno.

No hubo respuesta.

Volvió a llamar. Podría ser que Hanley le hubiera dado dinero, y la mujer hubiera abandonado la casa, eufórica por su éxito.

Siguió sin haber respuesta.

Aunque no estuviera allí, eso no significaba necesariamente que no hubiera información que valiera la pena tener. Podría haberse dejado documentos, cartas y números de teléfono.

Sacó sus llaves maestras y tuvo que hacer dos intentos antes de conseguir abrir la puerta.

Tonino encendió su bolígrafo linterna y entró en el salón. Había un pequeño escritorio contra la pared. Lo revisó cuidadosamente. Nada, excepto facturas impagadas y folletos de cruceros. Era evidente que Kersoff había tenido grandes sueños y ningún dinero.

Y pudiera ser que su esposa no guardara ninguna información valiosa en el cajón de un escritorio. Según la experiencia de Tonino, las mujeres eran más ingeniosas escondiendo tesoros. Escondían las cosas en los congeladores o en las barras huecas de las cortinas.

Primero el dormitorio. Había más sitios para…

¡Vaya, mierda!

Buscó su móvil.

– Donavan, ha sido una pérdida de tiempo. Está muerta.

– ¿Cómo?

– Maniatada y degollada. -Tonino dirigió el haz de su linterna sobre la cara de la mujer-. Cortes, muchos cortes en la cara y en el tronco. Algo asqueroso. Hanley pasó mucho tiempo con ella. Es evidente que no quiso colaborar. ¿Qué hago?

– Sal de ahí.

– ¿Quieres que siga mirando por la casa?

– No, no estaría muerta si hubieran conseguido lo que querían. Hanley la habría conservado viva. -Donavan hizo una pausa-. ¿La han matado hace mucho?

– No soy forense, pero supongo que hace unas doce horas, si asumimos que fue Hanley.

– Entonces, Marvot ha sabido durante casi un día entero lo que la esposa de Kersoff estaba vendiendo. Eso no es nada bueno. Borra tus huellas y elimina cualquier otra prueba que delate tu presencia ahí, y vuelve para aquí. Tengo que llamar a Kilmer.

Capítulo 7

– Doce horas -repitió Kilmer-. Puede que eso no cambie nada. Si la filtración de Kersoff era alguien de la CIA, a Marvot no le serviría de nada, siempre que en Langley no haya nadie que disponga de información sobre Grace.

– Siempre y cuando sea así -repitió Donavan.

– Están al margen. Grace rompió con ellos.

– Pero siguen teniendo contactos con el FBI. ¿Y qué es lo que impide al FBI tirar de los hilos con los polis locales para obtener información?

– Nada. -Y en esos días se suponía que el FBI y la CIA tenían que ser más colaboradores. Kilmer no había tenido muchos indicios de tal cosa, pero ésa podría ser una situación diferente. El Congreso podía alentar una sorprendente unidad cuando los senadores se ponían a hablar de recortes presupuestarios-. Haré que Blockman se encargue de ello. Todavía no ha conseguido nada, pero hace tan sólo un par de días que ha ocurrido.

Donavan guardó silencio durante un momento.

– ¿Le vas a decir algo de esto a Grace?

– ¿Para qué? ¿Para que se preocupe aún más por algo sobre lo que no puede hacer nada de inmediato?

– No creo que a Grace le guste que se le esconda información sobre algo que puede afectarle a ella o a la niña.

– A Grace no le está gustando nada lo que está sucediendo. Por eso seré yo quien decida hasta que me traigas algo a lo que pueda hincarle el diente.

– Serás afortunado si ella no te hinca el diente a ti. Te llamaré cuando tenga más noticias. -Colgó.

Donavan tenía razón; Grace no agradecería que se le ocultara nada, ni siquiera en aras de la protección. Bueno, a la mierda con ello. En el pasado se había visto obligado a permanecer al margen y permitir que Grace sufriera enormes castigos y privaciones. Ya no se iba a desentender. Haría lo que…

Música.

¿La radio? No, eran unos acordes vacilantes y delicados.

Kilmer miró su reloj: la 1.40 de la madrugada, y la música procedía del porche delantero. Atravesó el salón y se detuvo en la puerta mosquitera para mirar.

Frankie estaba sentada delante de su teclado. Llevaba puesto un vestido de franela blanco y unas peludas zapatillas rosas, y mostraba una intensa expresión de concentración mientras se inclinaba sobre el instrumento. A su lado había una linterna de bolsillo, pero no la estaba utilizando.

Debió de sentir que estaba allí, porque volvió la cabeza con rapidez.

– ¿Mamá?

– No. -Kilmer abrió la puerta y salió al porche-. ¿Sabes qué hora es, Frankie?

La niña suspiró.

– Me has pillado. Al menos, no eres mamá. No quise despertarla. Domar un caballo siempre la agota.

– ¿No podría esperar esto hasta mañana?

La pequeña negó con la cabeza.

– A veces, la música no para sin más porque se haga de noche y sea hora de irse a la cama. Y ésta pertenece a Charlie; no quería perderla.

– Entiendo. -Sí, sólo una niña normal. No-. Pero estoy en un pequeño aprieto. No creo que tu madre quisiera que estuvieras aquí fuera, sola, a estas horas. Y hace mucho frío. ¿Qué haría ella si te encontrara aquí? ¿Haría que te fueras a la cama?

– No, por eso he salido a escondidas después de que se quedara dormida. -Puso mala cara-. Se quedaría aquí conmigo hasta que estuviera lista para entrar. Entiende de música. -Arrugó el entrecejo-. ¿Vas a decirle que bajé aquí?

– No. -Kilmer sonrió-. Y puede que yo no entienda de música ni de domar potros salvajes, pero soy bastante bueno haciendo guardia. ¿Supón que me quedó ahí dentro, en el salón, hasta que estés preparada para subir?

La expresión de Frankie se iluminó.

– ¿No te entrará sueño?

Kilmer negó con la cabeza.

– De todas maneras, nunca me acuesto hasta bien entrada la noche. Sería agradable sentarme ahí dentro, relajarme y escuchar cómo tocas.

La niña lo miró con recelo.

– ¿De verdad?

– De verdad -respondió él solemnemente.

– Vale. -Frankie se volvió a inclinar sobre el teclado-. Gracias, Jake…

– No hay de qué. -Entró en la casa, agarró un chal de felpilla del sofá y se lo llevó a Frankie-. Pero, como parte del acuerdo, tienes que abrigarte. No estás en Alabama, y las noches aquí son frías incluso en agosto.

– Sí, ya me he dado cuenta. -La pequeña dejó que la envolviera en el chal, pero no apartó la vista del teclado-. Gracioso…

Kilmer permaneció de pie mirándola. Estaba tan absorta que dudó que lo oyera. Con el pelo rizado y el vestido suelto tenía el aspecto de una niña pequeña de cualquier película de Shirley Temple. Sin embargo, no había nada de infantil en la intensidad que la embargaba. Las pestañas le ensombrecían las mejillas sedosas, y Kilmer no le pudo ver los ojos, que Robert le había dicho que tenían la misma forma que los suyos.

¿Se parecería a él aunque sólo fuera un poco?

¿Y qué si era así?

A él… le gustaba la idea.

Asno estúpido. Se giró y abrió la puerta mosquitera. Segundos después se dejó caer en el sillón situado cerca de la puerta. Se relajó y cerró los ojos.

Y escuchó a Frankie crear su música.

La Pareja corría hacia ella. El pelaje blanco de los animales refulgía como plata bajo la luz de la luna. Sus ojos azules resplandecían violentamente mientras atravesaban como centellas el campo.

Querían matarla.

Tenía que permanecer inmóvil, se dijo Grace. Si se daba la vuelta e intentaba salir corriendo, la perseguirían y la pisotearían con saña. Esa mañana los había visto matar a pisotones a un mozo de cuadra, cuando el hombre se había dejado llevar por el pánico y había salido corriendo para salvarse.