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Saltó de la valla cuando los caballos piafaron a escasa distancia de su cabeza.

– ¡Papá!

Se volvió hacia Guillaume, que lo miraba fijamente con miedo… y una excitación febril. Durante un momento, le invadió la ira, que se desvaneció de inmediato. Guillaume era su hijo, y Marvot habría sentido la misma excitación sí hubiera sido su padre quien estuviera en peligro. El amor coexistía a veces con el deseo de que el que tenía el control fuera arrojado del trono. Era su propia naturaleza la que le había legado a Guillaume.

– Creíste que podía morir. -Le dio una palmada en el hombro a su hijo-. Yo no. Jamás. Nunca me derrotarán. Eso no ocurrirá. Acéptalo.

– Sólo pensé…

– Sé lo que pensaste. Siempre lo sé. -Volvió a mirar a la Pareja -. Pero creo que tienes que presenciar lo que significa la muerte. Sería una buena lección para ti. Te he protegido durante demasiado tiempo. Yo presencié mi primera muerte violenta cuando tenía tu edad. Un hombre joven hizo enfurecer a mi padre y tuvo que ser castigado. Mi padre no sabía que yo estaba despierto y mirando, pero lo averiguó más tarde y me preguntó cómo me sentía. Le dije que estaba orgulloso de él, orgulloso de su poder, orgulloso de que pudiera levantar la mano y aplastar a cualquiera que lo desobedeciera. Después de eso me sentí mucho más unido a mi padre. Él me envió a colegios magníficos y me dio una educación de la que cualquier erudito se sentiría orgulloso, pero jamás aprendí nada más importante que lo que aprendí aquella noche. -Seguía sin apartar la mirada de la Pareja -. Sí, decididamente necesitamos que aprendas algo.

Capítulo 8

La sangre no pararía…

No había tiempo para nada, excepto para seguir presionando la herida con la mano e intentar contener la hemorragia, pensó Donavan, saliendo como una flecha de entre los matorrales y saltando a las aguas poco profundas del río. Le pisaban los talones.

Iba a morir.

¡A la mierda! Aquél no era lugar para que un buen irlandés mordiera el polvo. Sigue adelante. Conocía una gruta detrás de la cascada que había a unos ochocientos metros de allí en la que podría esconderse. Había dado con ella en la primera semana de vigilancia en El Tariq.

Siempre que Marvot no conociera la existencia de la cueva. No estaba en su propiedad, aunque sí lo bastante cerca. Si la conocía, entonces Donavan sería atrapado como un zorro en una trampa.

Preocúpate de eso más tarde. Llega a la cueva, y una vez allí detén esta maldita sangre. Llama a Kilmer y cuéntale lo que ha ocurrido. Él acudiría o enviaría a alguien.

Si es que no era demasiado tarde…

– Se supone que tengo que ayudar con los caballos.

Grace dejó de cepillar a Samson y se dio la vuelta para ver a Luis Vázquez, que la sonreía abiertamente.

– Hola, Luis. ¿Cómo te ha ido?

– Bien. -Luis entró en el compartimiento y le quitó el cepillo de la mano-. A ti tampoco te ha ido mal. Vi a tu hija. Es muy hermosa.

– Sí, y si no recuerdo mal tú también tienes una hija. -Arrugó el entrecejo-. Tenía tres años… ¿Cómo se llamaba…?

– Mercedes. Es un ángel. -Le sonrió de buena gana por encima del hombro-. Pero ya es casi una señorita. Eso me da miedo.

– Ibas a volver a tu casa de Argentina cuando tuvieras dinero suficiente para montar un picadero. Sin embargo, estás aquí.

– Intenté irme a casa hace cinco años. -Se encogió de hombros-. No dio resultado. No acababa de encontrarme cómodo. Es difícil convertirse en comerciante después de haber trabajado con Kilmer. No había excitación ni tensión. Me aburría y me hice aburrido. Mi esposa se alegró de verme marchar. -Se rió entre dientes-. Ahora tenemos unos reencuentros fantásticos cada pocos meses, y no tenemos que aguantarnos el uno al otro durante el resto del tiempo. Una situación perfecta.

– ¿Y Mercedes?

– Yo soy un guerrero, un héroe. Le llevo regalos, le cuento historias y la deslumbro. Todos los hombres necesitamos ser un héroe para alguien. -Se apartó un paso del semental-. Éste es un animal magnífico. Tiene una buena figura.

– Sí. -Grace hizo una pausa-. ¿Ibas con Kilmer cuando robó a Cosmo?

Luis asintió con la cabeza.

– Fue aterrador. Pensé que Kilmer estaba fiambre. Fue una suerte que la bala rebotara en su cantimplora y se alojara en las costillas, y no en el corazón.

Grace se quedó inmóvil.

– ¿Recibió un disparo?

– ¿No te lo dijo? Cerraba la marcha, y uno de los hombres de Marvot disparó antes de que nos pusiéramos fuera de su alcance.

«La bala rebotó en su cantimplora y se alojó en las costillas, y no en el corazón.»

Grace tuvo un escalofrío. Tan cerca. ¡Joder!, podía haber muerto, y ella jamás lo habría sabido.

– No, no me lo dijo.

– Donavan estuvo riéndose de él durante un mes, diciendo que le habría estado bien empleado morir por robar a ese condenado burro. Kilmer no creía que fuera divertido; las pasó canutas para traer al burro hasta aquí.

– Puedo imaginármelo.

– Pero, si va a hacerse con la Pareja, tenía que tener a Cosmo. Y ahora te tiene a ti, Grace. Las cosas se le están empezando a aclarar.

– Él no me tiene -dijo ella fríamente, dándose la vuelta. Era una idiotez asustarse de esa manera. Kilmer vivía con la muerte todos los días de su vida; cuando había trabajado con él, ya había recibido varios avisos serios.

Pero aquello había sido distinto. Ella había estado allí, había compartido el peligro.

– No te ofendas -dijo Luis-. Pensé que era de lo que se trataba todo esto. Que íbamos a atrapar a ese bastardo de Marvot y quitarle la Pareja. Cuando te vi, supe que…

– ¡Luis! -Dillon estaba en la entrada del establo-. En marcha. Nos vamos. El helicóptero estará aquí dentro de diez minutos. Coge tu equipo.

– De acuerdo. -Al mismo tiempo que lo decía, tiró el cepillo y se dirigió a todo correr a la puerta-. Hasta luego, Grace.

Ella permaneció de pie observando, aturdida, mientras Luis desaparecía. ¿Cuántas veces había contestado ella a aquel grito y respondido de la misma manera? Pero aquel grito no debería haberse producido allí.

Allí no.

Salió del establo a grandes zancadas y se dirigió a la casa. El patio del establo estaba lleno de los hombres de Kilmer, que se movían, que reunían el equipo, aunque en silencio, rápidos y eficientes. Kilmer estaba en el porche hablando con Robert, y levantó la vista cuando ella subió los escalones. Le hizo un gesto a Robert, que desapareció en el interior de la casa.

– ¿Qué sucede? -Grace cerró los puños-. ¿Adónde vais?

– No os dejo sin protección -dijo Kilmer con tranquilidad-. He ordenado a Blockman y a cuatro más que se queden aquí. Estaré de vuelta en dos días, como máximo. Si no, te llamaré. Si surge algún problema, Blockman os llevará a ti y a Frankie a otra casa segura en las montañas, cerca de aquí, de la que ya le he hablado.

– ¿Qué sucede? -repitió Grace.

– Donavan ha caído. Sigue vivo, pero no sé cuánto tiempo aguantará así si no le saco de allí. Dice que ha perdido mucha sangre.

– Donavan -susurró Grace-. ¿Dónde?

– En El Tariq. O cerca. Los hombres de Marvot lo sorprendieron. Uno de los exploradores de Marvot debió localizarlo y volvió con los soldados.

– Pasarán horas antes de que llegues a El Tariq. ¿No puedes hacer que alguien más próximo vaya a buscarlo?

– No en El Tariq. El riesgo es demasiado elevado. Lo comprobé con Tonino, y las colinas son un hervidero de hombres de Marvot. -Consultó su reloj-. Llamaré cuando llegue a El Tariq, pero después de eso no tendrás noticias mías hasta que estemos de vuelta. Los hombres de Marvot pueden localizar la señal. Le dije a Donavan que no me volviera a llamar a menos que cambiara de posición. -Levantó la vista al cielo-. Ahí está el helicóptero. -Empezó a bajar los escalones-. No te preocupes, estaréis bien. He dado instrucciones para…