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¿Dejarla ganar? ¿Qué pasaría si…?

Grace empezó a correr a toda velocidad. Sí que pasaría. Tenía que ser honrada con Frankie y no permitir que dudara jamás de su honestidad. Algún día, su hija la dejaría atrás, y entonces el triunfo sería el más dulce de todos para ella…

– Va a llover. -Grace levantó la cabeza hacia el cielo nocturno. Ella y Robert Blockman se habían detenido en el exterior del aparcamiento a esperar a Charlie y Frankie, que estaban terminando de jugar al billar en la sala de juegos anexa a la pizzería-. Siento cómo se acerca.

– En el parte meteorológico han dicho que se espera un tiempo seco como un hueso durante los próximos dos días. -Robert se apoyó en la puerta de su todoterreno-. Agosto suele ser un mes seco.

– Esta noche va a llover -repitió ella.

Robert se rió entre dientes.

– Lo sé. ¿A quién le importa lo que diga el hombre del tiempo? Puedes sentirlo. Tú y tus caballos. Probablemente, ellos también estén asustados.

– Yo no estoy asustada. Me gusta la lluvia. -A través de la ventana estaba observando como su hija golpeaba la bola con el taco-. Y a Frankie, también. A veces salimos a cabalgar juntas bajo la lluvia.

– A mí, no. Yo soy como los gatos. Me gusta estar seco y calentito en casa cuando hay humedad.

Grace sonrió. Robert se parecía más a un oso que a un gato, pensó. Frisaba los cincuenta años, pero era grande y corpulento, llevaba el pelo al rape y tenía unas facciones irregulares, inclusión hecha de una nariz aguileña que había sido rota alguna vez en el pasado. Siempre le decía que se parecía más a un boxeador profesional que a un profesor de artes marciales.

– Oh, creo que podrías sobrevivir a un paréntesis de mal tiempo. ¿Cómo te ha ido la semana, Robert? ¿Algún nuevo cliente?

– Un par. Tal vez los hayas visto esta tarde, cuando viniste al gimnasio. Acababa de inscribirlos. Dos chicos cuyo padre, que es camionero, cree que deberían ser tan duros como él. -Hizo una mueca-. No tendrán que aprender mucho. Podrías encargarte de su papá con una mano atada a la espalda. Carajo, si hasta Frankie podría destrozarlo. Ninguna astucia. A veces, me pregunto por qué no levanto el campamento y me voy a algún sitio lejos de estos palurdos sureños reaccionarios y cotillas.

– Creía que te gustaba Tallanville.

– Y me gusta. La mayor parte del tiempo. Vivir con lentitud me atrae. Es sólo que de vez en cuando me harto. -Desvió la mirada hacia Frankie-. ¿Por qué no la traes mañana y dejas que les enseñe algunos pocos movimientos a esos chicos?

– ¿Y por que debería de…? -Grace lo miró frunciendo el entrecejo-. ¿A qué viene esto, Robert?

– A nada.

– Robert.

Él se encogió de hombros.

– Es sólo que oí a ese camionero imbécil mascullarles algo a sus hijos cuando llegaste con el coche. Incluso después de ocho años en esta ciudad, siguen hablando de ti y de Frankie.

– ¿Y qué?

– Es sólo que no me gusta.

– Frankie es ilegítima, e incluso hoy en día siempre habrá alguien que quiera que todos sigan sus normas. En particular, en una ciudad pequeña como ésta. Se lo expliqué a Frankie, y lo entendió.

– Yo no. Y tengo ganas que arrearle un puñetazo a alguien.

Grace sonrió.

– Yo también. Pero los niños son mucho más abiertos que sus padres, y Frankie no está sufriendo. Excepto por mí.

– Apuesto a que ella también tiene ganas de atizarle un puñetazo a alguien.

– Ya lo hizo, y tuve una charla con ella. -Grace negó con la cabeza-. Así que no vamos a permitir que le zurre la badana a ninguno de tus clientes sólo para que tú te sientas mejor.

– ¿Y qué hay de lo de hacer que te sientas mejor?

– Satisfacer la ignorancia y la intolerancia no me haría sentir mejor. Y podría ponerle las cosas difíciles a Charlie. Puede ponerse muy a la defensiva, y no es un hombre joven. No voy a correr el riesgo de que le hagan daño.

– Sabe defenderse. Es un viejo zorro correoso.

– No va a tener necesidad de defenderse. No por lo que a mí y a Frankie respecta. Ha hecho demasiado por nosotras, para pagárselo de esa manera.

– Ha sido más bien un toma y daca. Tú también has hecho mucho por él.

Ella negó con la cabeza.

– Él me recogió y le dio un hogar a Frankie. Lo único que hice fue ayudar para conseguir que la granja siguiera dando beneficios. Lo habría hecho de todas formas.

– No creo que Charlie tenga ningún motivo para arrepentirse.

Grace guardó silencio durante un instante.

– ¿Y qué pasa contigo?

Robert levantó las cejas.

– ¿Qué?

– Llevas ocho años aquí. Dijiste que tienes tus malos momentos cuando te hartas de la vida de la pequeña ciudad.

– Tendría mis malos momentos aunque viviera en París o Nueva York. Todo el mundo tiene sus momentos de descontento.

– Yo no.

– Pero tú tienes a Frankie. -Bajó los ojos hacia ella-. Y nosotros también. Nunca he lamentado que me enviaran aquí para echarte un ojo. Para todos nosotros eso es lo primordial. Se trata de Frankie, ¿no es así?

La niña estaba levantando su taco, la cara encendida, los ojos negros relucientes de alegría, mientras hablaba con Charlie.

– Sí -dijo Grace en voz baja-. Se trata de Frankie.

– ¿Qué tal si conduzco yo hasta tu casa? -Robert abrió la puerta del coche de Charlie-. Vas un poco achispado.

– Estoy dentro de la ley. Sólo he tomado dos copas. Y no necesito que ningún mequetrefe me haga de chófer.

– ¿Mequetrefe? Me halagas. Estoy demasiado cerca de los cincuenta. -Sonrió abiertamente-. Vamos. Habrás tomado sólo dos copas, pero te tambaleabas un poco cuando te levantaste de la mesa. Déjame conducir.

– Mi camioneta conoce el camino de casa. -Puso mala cara-. Como el viejo Dobbin. -Puso en marcha el motor-. Si te hubiera ganado esa última partida, podría dejarte que me llevaras a casa por todo lo alto, pero me reservo ese derecho para nuestra próxima ronda. -Sonrió-. Esta vez estuve cerca. La próxima semana serás derrotado.

– Limítate a tener cuidado.

– Siempre tengo cuidado. Tengo mucho que perder estos días. -Charlie inclinó la cabeza, escuchando-. ¿Ha sido eso un trueno?

– No me sorprendería. Grace dijo que esta noche iba a llover. ¿Cómo carajo lo puede saber?

Charlie se encogió de hombros.

– Una vez me dijo que era una cuarterona de cheroqui. Tal vez lo lleve en los genes. -Hizo un gesto de despedida con la mano mientras salía del aparcamiento marcha atrás.

Robert titubeó, mirando fijamente cómo se alejaba. Charlie parecía estar conduciendo bien, y hasta su granja casi todas las carreteras eran secundarias. Le llamaría cuando hubiera tenido tiempo de llegar a casa, sólo para tranquilizarse. Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia su coche.

Había sido una buena noche, y le embargaba una cálida satisfacción. Si aquello no formara parte de su trabajo, habría disfrutado de aquellas noches con Grace, Frankie y Charlie. Eran lo más parecido a una familia que había tenido nunca. Cuando aceptó aquel destino, jamás había soñado que duraría tanto, y a esas alturas, se sentiría decepcionado si se acabara.

Si es que se iba a acabar alguna vez, pensó con arrepentimiento. Se le había dicho que Grace Archer era demasiado importante para ellos como para correr ningún riesgo con su seguridad. El hecho de que a él le hubieran mantenido allí durante ocho años y en aquel inmundo pueblucho, no hacía más que confirmar ese hecho.

No es que no hubiera corrido aquel riesgo aunque ella fuera considerada menos importante por la agencia. Grace se había convertido en una misión personal. ¡Maldición!, le gustaba. Era una mujer inteligente y fuerte, y nunca dejaba que nada se interpusiera en su camino cuando iba detrás de algo. También era una mujer condenadamente atractiva. Le sorprendía encontrarla atractiva. Siempre le habían gustado las mujeres pizpiretas y melosas, y su primera esposa había entrado de lleno en esa categoría. Grace no tenía nada de pizpireta ni de melosa. Era alta, delgada y garbosa, con un pelo castaño, corto y rizado que le enmarcaba la cara, grandes ojos color avellana, labios gruesos y una osamenta cenceña y elegante que resultaba más interesante que convencionalmente bonita. Sin embargo, la seguridad que tenía en sí misma, su fortaleza contenida y su inteligencia le atraían. Se había tenido que refrenar en varias ocasiones, pero Grace estaba tan absolutamente absorta en su hija y en la vida que se había forjado en la granja de Charlie que dudaba que ella se hubiera dado cuenta siquiera.