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– No te necesito. Puedo ocuparme de mi propia vida. Y has dejado bien claro que no quieres tal responsabilidad.

– Y un cuerno no la quiero. No has oído lo último. -La miró a la cara frunciendo el entrecejo-. O no has querido oírlo. No te culpo, pero no me vengas con ésas. He vuelto a la escena, y estoy dispuesto a aceptar todas las responsabilidades que me dejes asumir. -Y añadió con aspereza-: Y la razón de que me quede aquí cuando Frankie empieza a tocar es que no puedo apartar los ojos de ti. Dices que la niña se da cuenta de las cosas. ¿Quieres que se dé cuenta de que quiero llevarme a su madre a la cama? No creo que esté preparada todavía para algo así, ¿no te parece?

– No, por supuesto que no. Frankie no se daría cuenta de que…

– Al principio, no. Pero deberías ser consciente de que, al final, se dará cuenta de todas las maneras. No puedo ocultarlo, y tú no lo haces mucho mejor. No, mientras ambos andemos suspirando por… ¿Por qué diablos no me dejas…? -Respiró hondo-. No quería decir eso. Se me escapó. -Kilmer empezó a bajar los escalones-. Creo que iré hasta el barracón antes de que realmente meta la pata. -Echó un vistazo por encima del hombro-. Pero es verdad, y ya sería hora de que hiciéramos algo al respecto. Si no tuviéramos que lidiar con esto, los dos nos tranquilizaríamos una barbaridad y funcionaríamos mucho mejor. -Hizo una pausa-. Estaré en el granero mañana por la tarde a las tres.

Grace se puso tensa.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Significa que sé que no querrás que me acueste contigo aquí, en la casa. No, con Frankie por medio. -Torció la boca-. Y no necesitamos una cama. Si no recuerdo mal, lo hacíamos allí donde encontráramos una superficie plana. Desde una zanja llena de barro a la mesa de la cocina de aquella pequeña cabaña en las afueras de Tánger. Nada era un obstáculo. -Se alejó antes de que Grace pudiera contestar.

«Nada era un obstáculo.»

Grace estaba temblando cuando lo observó atravesar el patio a grandes zancadas. La sencilla frase le trajo demasiados recuerdos, demasiados coitos desenfrenados, multitud de escenas enloquecidas… Dejar de pensar en ello. Sentía que su cuerpo estaba preparado, el hormigueo en las muñecas y las palmas de las manos. Tenía dificultades para respirar, y sentía los pechos hinchados y sensibles.

¡Dios mío!, lo deseaba.

Cilicio, le había dicho Donavan.

Tenía razón, había sido una tortura contemplar a Kilmer, observarlo, escucharlo y sofocar la necesidad sexual. ¡Por Dios, era una mujer! Era natural que tuviera deseos y necesidades; lo antinatural era impedir su satisfacción si a uno le perjudicaba hacerlo.

Acostarse. Pensó en ello; consideró las consecuencias.

No quería pensar; en ese momento, en ese preciso instante, quería seguir a Kilmer.

«No necesitamos una cama.»

Cerró los ojos. Resistirse. Si tenía tiempo, superaría aquella flaqueza. Al día siguiente se mantendría ocupada e impediría que Kilmer se metiera en su cabeza.

Al día siguiente.

El granero, al día siguiente a las tres.

Capítulo 11

Mientras se dirigía lentamente hacia el granero, Grace sintió el calor del sol en la espalda.

Aquello era un error.

No, no lo era.

O sí lo era, iba a cometerlo de todas maneras, pensó con imprudencia. Tras una larga y agitada noche dando vueltas y luchando consigo misma, había llegado a esa conclusión. Era una mujer madura y podía manejar un encuentro sexual. En esa ocasión, tenía la sensación de protegerse; aquello no tenía por qué significar más que la locura física que había existido entre ellos hacía tantos años. Aquel tiempo se le había hecho muy largo, y probablemente estuviera sufriendo alguna especie de retraimiento. Kilmer tenía razón, ambos funcionarían mejor una vez hubieran satisfecho aquella necesidad.

¡Por Dios!, no sabía si estaba actuando racionalmente. Pero cuando abrió la puerta del granero, sí supo que las rodillas le temblaban y pudo sentir que el rubor le ardía en las mejillas.

Penumbra. Olor a heno y caballos.

– Empezaba a temer que no fueras a venir. -Kilmer salió de las sombras-. Bueno, ya pasó. -Permaneció allí quieto, observándola.

¿Por qué no la tocaba?

Y entonces lo hizo.

Le puso la mano en el cuello. Grace sintió la dura y encallecida mano contra la suavidad del cuello. El pulso le brincaba en la fosa de la garganta. Se estremeció.

– Di que va todo bien -dijo él con aspereza-. ¡Por Dios!, dímelo.

Ella era incapaz de hablar. ¡Maldición!, si no podía respirar. De lo único que era consciente era de aspereza de la mano de Kilmer sobre la carne suave de su cuello.

– Grace.

– Calla. -Ella hundió la cara en su hombro-. Hazlo y nada más.

– ¡Joder, sí! -Le recorrió el cuerpo con las manos, frotando, acariciando, estrujando. Y al hacerlo, emitía unos leves sonidos salvajes, casi animalescos-. Bien. Eres tan…

– Y tú también. -Grace le estaba desabrochando la camisa para poder estar más cerca, piel con piel. ¡Señor!, había olvidado cómo olía. Un olor esencial y picante, y tan erotizante para ella como un afrodisíaco.

Él le había quitado la camisa y le estaba desabrochando el sujetador. Se lo quitó de un tirón y la arrastró al interior de uno de los compartimientos.

– Vamos. Ahora. Tengo que entrar en ti.

Grace apenas fue consciente del heno apilado en el compartimiento y cubierto con una manta antes de que la hiciera tumbar, mientras la desnudaba frenéticamente.

Desnuda otra vez contra él. La sensación…

Se arqueó hacia arriba, intentando contenerlo lo más posible.

– Sí. -Kilmer se movía entre los muslos de Grace-. Toma… déjame…

Ella estaba a punto de gritar.

Clavó las uñas en su hombro.

– Kilmer, esto es…

– Chist, no pasa nada. Todo va bien. Sólo déjame…

– ¿Dejarte? -Grace jadeaba-. No, déjame a mí. -Se puso de costado-. No puedo estar inmóvil. Tengo que…

– Lo que quieras. -Kilmer le apretó un punto en la base de su columna vertebral, y un escalofrío le recorrió el cuerpo-. Lo que…

– Una locura -susurró Grace mientras procuraba recuperar el resuello-. Pensé que sería diferente. Esperaba que fuera diferente, pero ha sido exactamente igual. Habría pensado que la edad le hacía a uno más sabio.

– El placer es sabiduría. No podemos vivir sin placer. -Kilmer la sujetaba por detrás, acariciándole el estómago con la mano-. Nos compensa de todos los malos momentos y permite que nos mantengamos cuerdos.

– No hay ninguna cordura en lo que acaba de ocurrir. -Grace intentó que no le temblara la voz-. Ha sido una locura. No logro entender por qué reacciono así contigo. Ocurre sin más.

Kilmer le besó suavemente en la sien.

– Doy gracias a Dios por ello.

– La química.

– Quizá.

– ¿Qué, si no?

– No tengo ni idea. Y no voy a destrozar algo fantástico sólo para ver cómo se recompone. Lo voy a aceptar y a disfrutar una barbaridad. -Le acarició el lóbulo de la oreja con la lengua-. Y te sugiero que hagas lo mismo.

– No somos iguales.

– Oh, eso ya lo había notado.

– Bastardo. -Grace le clavó los dientes juguetonamente en el brazo-. Quiero decir que las mujeres nos preocupamos. Somos así. No podemos disfrutar un polvo en un pajar sin pensar en las consecuencias. -Negó con la cabeza-. ¿Qué estoy diciendo? Fue así exactamente como fue concebida Frankie. Y entonces fui realmente cuidadosa, ¿verdad?

– También fue culpa mía.

– No. Tú me lo pediste, y yo me tumbé. Yo soy la única responsable, y no hay nada que exigirte.

– Ojalá hubiera deseado que fueras un poco más exigente cuando averigüé que estabas embarazada. Me sentí impotente. Quería hacer algo, y no había nada que pudiera hacer que no te pusiera en peligro. -Bajó la mano para acariciarle el vientre con la palma-. Pensaba mucho en ti, me preguntaba qué aspecto tendrías cuando el embarazo estuviera muy avanzado, qué se sentiría al acariciarte como te acaricio ahora.