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O quizá sí, y había optado por ignorarlo. Robert sabía que a ella le gustaba que él fuera su amigo, y probablemente no quisiera arriesgar aquella relación por otra de naturaleza inestable y menos apacible. Bien sabía Dios que la vida de Grace había sido lo bastante inestable y violenta antes de que llegara allí. Cuando él había leído su informe, había tenido problemas para relacionar a la Grace que conocía con aquella mujer. Bueno, excepto por el hecho de que ella no había tenido muchos problemas para humillarlo durante sus ejercicios físicos. Era una mujer fuerte y habilidosa, y había ido directamente a la yugular. ¿Quién sabía? Quizá fuera aquel atisbo de peligrosidad la razón de que la encontrara tan interesante.

Había llegado a su todoterreno y pulsó el control remoto para abrir la puerta. Charlie tardaría veinte minutos en llegar a casa. Le daría otros cinco minutos para entrar y lo llamaría, y…

Un gran sobre marrón reposaba sobre el asiento.

Robert se puso rígido. «¡Mierda!» No tenía ninguna duda de que había cerrado el todoterreno.

Echó un vistazo por el aparcamiento. Ningún sospechoso. Pero quienquiera que hubiera puesto el sobre en el asiento había tenido toda la noche para hacerlo.

Levantó el sobre lentamente, lo abrió y extrajo el contenido.

Una foto de dos caballos blancos de perfil.

Ambos tenían los ojos azules.

– Mami, ¿puedo entrar? -Frankie estaba parada en la puerta del dormitorio de su madre-. No puedo dormir.

– Pues claro. -Grace se incorporó y dio unas palmaditas en la cama junto a ella-. ¿Qué sucede? ¿Te duele el estómago? Te dije que no comieras aquel último trozo de pizza.

– No. -Frankie se acurrucó debajo de las colchas-. Sólo me sentía sola.

Grace la rodeó con el brazo.

– Entonces me alegro de que hayas venido. Sentirse sola hace daño.

– Sí. -Frankie guardó silencio durante un instante-. Pensaba que quizá tú probablemente te sientas sola demasiado a menudo.

– Cuando tú no estás cerca.

– No, me refiero a qué pasa con eso del amor, el matrimonio y todo ese rollo de la televisión. ¿Soy un estorbo, verdad?

– Tú nunca estorbas. -Grace se rió entre dientes-. Y te prometo que no me pierdo nada de todo ese «rollo». Estoy demasiado ocupada.

– ¿Lo dices en serio?

– Por supuesto. -Rozó la sien de Frankie con los labios-. Es más que suficiente, cariño. Lo que tengo contigo y con Charlie me hace muy, muy feliz.

– A mí también. -Frankie bostezó-. Sólo quería que supieras que no me importaría si decidieras que tú…

– A dormir. Mañana tengo que domar a un caballo de dos años.

– Vale. -Frankie se acurrucó más contra su madre-. He vuelto a oír la música. Me voy a levantar temprano e intentaré tocarla al piano.

– ¿Algo nuevo?

Frankie volvió a bostezar.

– Mmm. Por ahora es sólo un susurro, pero se hará más fuerte.

– Cuando estés preparada, me encantaría oírlo.

– Aja. Pero sólo es un susurro…

Frankie se quedó dormida.

Grace se movió con cuidado para cambiarla de postura, de manera que se recostara sobre la almohada con más comodidad. Debería haberla enviado de vuelta a su cama, pero no estaba dispuesta a hacerlo. Frankie era tan independiente que ya apenas necesitaba de los abrazos de Grace, y ésta iba a disfrutar ese momento. No había nada más delicioso que el leve y cálido peso de un hijo amado.

Y bien sabía Dios que no había una criatura más querida que aquella que tenía entre sus brazos.

Era extraño que Frankie hubiera empezado a preocuparse por la soledad de Grace. O quizá no fuera tan extraño. La niña era más madura de lo que correspondía a su edad y extremadamente sensible. Grace confiaba en haberla convencido de que tenía suficiente con aquella vida en la granja. Le había dicho la verdad. Se mantenía tan ocupada que no había sitio para preocuparse del sexo o de cualquier otra relación íntima. Aunque una relación no hubiera representado una amenaza, no estaba dispuesta a dejarse arrastrar a aquella vorágine de sensualidad que casi la había destruido. Cuando había concebido a Frankie, estaba absolutamente inmersa en una obsesión física que le había hecho olvidar todo lo que debía haber recordado. Eso no podía volver a suceder. Por su hija, debía mantener la cabeza fría.

La lluvia golpeaba contra la ventana, y el rítmico sonido sólo aumentó la placidez que la envolvía. Deseó que no tuviera final. Al diablo con el caballo que tenía que domar al día siguiente. Se iba a quedar tumbada allí con Frankie saboreando el momento.

– ¿De qué diablos va esto? -preguntó Robert cuando se puso al habla con Les North en Washington-. ¿Caballos? Este país está lleno de caballos, y hasta ahora nadie había forzado mi coche para dejar una foto de ellos en el asiento.

– ¿Ojos azules?

– Los dos. ¿Qué es…?

– Ve a la granja, Blockman. Inspecciónala y comprueba que todo está en orden.

– ¿Y despertarla? La he visto a ella y a la niña esta noche. Están bien. Quizá sólo sea una broma. No soy la persona más popular del pueblo. No soy un baptista sureño y no tengo nada que ver con los caballos, su alimentación o su bienestar. Eso garantizará que siga siendo un intruso.

– No es una broma. Y no se trata de ninguno de tus vecinos. Ve para allí. Procura no asustarla, pero asegúrate de que todo está en orden.

– Llamaré a Charlie a su móvil para comprobar que no hay problemas. -Robert guardó silencio un instante-. Es un asunto serio, ¿verdad? ¿Vas a contarme por qué estás furioso?

– En efecto, es algo serio. Puede que se trate de la razón por la que has estado aparcado en su puerta todos estos años. Sal para allí y gánate el sueldo.

– Voy para allá. -Robert colgó el teléfono.

North pulsó el botón de desconexión y se sentó en actitud pensativa.

¿Una advertencia? Quizá. Y si era una advertencia, ¿quién era el autor?

Masculló una maldición. Que Kilmer apareciera después de todos aquellos años era el peor de los escenarios. Habían llegado a un acuerdo, ¡carajo! No podía aparecer de buenas a primeras y sumir todo el montaje en el caos. Si hubiera un problema, Blockman no podría manejarlo.

Tal vez aquello no fuera tan malo. Quizá él no estuviera en Tallanville. A lo mejor había contratado a alguien para que dejara la foto.

Y los cerdos volaban. Aunque aquella advertencia no hubiera sido entregada en persona, Kilmer no era hombre que fuera a permitir que otro manejara una situación peligrosa en la que estuviera involucrada Grace Archer.

No tenía más remedio que llamar a Bill Crane, su superior, y decirle que probablemente Kilmer estuviera de nuevo en escena. ¡Mierda! Crane era uno de los nuevos chicos maravillosos que habían llegado después del 11 de septiembre. Apostaría lo que fuera a que ni siquiera sabía que Kilmer existía.

Bueno, estaba a punto de enterarse. North no iba a comerse aquella patata caliente él solo. Despierta al chico maravilloso y haz que vea qué puede hacer con Kilmer.

Marcó rápidamente el número de teléfono y esperó con maliciosa satisfacción a oír el timbrazo que despertaría a Crane con una sacudida.