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– ¿De qué estás hablando?

– Cásate conmigo.

Ella lo miró de hito en hito.

– ¿Qué?

– Podríamos dormir en la misma cama. No más granero.

– No me voy a casar con alguien sólo para poder tener relaciones sexuales con él.

– ¿Por qué no? Sí nos cansáramos el uno del otro, o tú te hartaras de mí, podrías mandarme a paseo. ¿No es eso lo que quieres? -Hizo una pausa-. Y le gusto a Frankie. Creo que me aceptaría.

– ¿Y hacer entonces que se desmorone cuando nos abandones?

– Nunca la abandonaría. Y nunca te volvería a abandonar a ti. Si alguien abandonara a alguien, serías tú a mí. Hay una diferencia, y me aseguraría de que ella la supiera. ¿Lo pensarás?

Ella negó con la cabeza.

Kilmer se encogió de hombros.

– No pensé que estuvieras preparada. Todavía te queda demasiado resentimiento por haber criado sola a Frankie.

– Te dije que eso no es verdad.

– Yo creo que sí. Con independencia de lo mucho que te repitas que no me culpas, tiene que haber un poco de resentimiento. No pasa nada. Ya buscaré la manera de arreglarlo.

Ella volvió a negar con la cabeza.

– Entonces, lo dejaremos como está. -Kilmer se hizo a un lado para que Grace lo precediera en la escalera del porche-. Pero en lugar de mejorar, esto empeorará. Puedes apostar por ello.

– Es hora de acostarse, Frankie. -Grace se levantó de la silla-. Son casi las diez.

– De acuerdo. -La niña puso mala cara-. Pero odio irme a la cama. Menuda pérdida de tiempo.

Donavan se rió.

– Me recuerdas a mi amigo Kilmer, aquí presente. Siempre teme perderse algo si duerme más de unas pocas horas.

– ¿De verdad? -Frankie lo miró-. ¿Es eso cierto, Jake?

El aludido asintió con la cabeza.

– Definitivamente, somos almas gemelas.

Grace había oído quejarse a su hija por tener que irse a la cama cientos de veces. Nunca había relacionado aquella aversión con la de Kilmer. ¿Se parecía Frankie a él, o se trataba tan sólo de la preocupación de una niña por perderse algo?

– Almas gemelas o no, mañana por la mañana tendré que sacarte a rastras de la cama. Kilmer ya está crecidito. -Apuntó tajantemente hacia la puerta con el pulgar-. Muévete. Subiré enseguida.

– Te acompañaré. -Donavan se levantó con cierta dificultad-. Así podrás ayudarme a que no me caiga por esas escaleras.

Frankie se colocó inmediatamente a su lado y le entregó la muleta.

– No debes caerte. Eres tan grande que probablemente me esmagarías. -Puso la otra mano de Donavan en su hombro-. Apóyate en mí.

– Eso haré. -El hombre le sonrió mientras atravesaba la habitación-. Y procuraré no esmagarte. ¿Eso qué es, un híbrido de aplastar y espachurrar?

– Creo que sí. -Frankie arrugó el entrecejo por la concentración, mientras le ayudaba a caminar hacia las escaleras.

Grace los siguió hasta el pasillo y se quedó observando mientras subían al piso de arriba. Parecían estar haciéndolo muy bien, y resultaba conmovedor ver juntos a la niña pequeña y al gigante.

– No pasa nada, Grace -dijo Donavan-. Ella cuida de mi. -Sonrió a Frankie-. Podría contratarte hasta que pueda volver a mantenerme en pie.

La niña sacudió la cabeza.

– Estoy demasiado ocupada. Y la verdad es que no me necesitas. Sólo estás un poco rígido de estar sentado toda la noche.

– Me alegro de que tu diagnóstico sea tan positivo -murmuró Donavan-. Entonces, Kilmer me pondrá a trabajar de nuevo de aquí a nada.

– Te enviaré a Luis para que te ayude a desnudarte -dijo Grace.

– Puedo hacerlo solo. Como dice Frankie, estoy superando la etapa de necesitar ayuda para todo.

Grace los vio desaparecer por el pasillo. Era tan diferente la vida para Frankie ahora; no tenía nada que ver con la existencia que había llevado antes de llegar allí. Kilmer, Donavan, Blockman e incluso varios de los hombres de Kilmer estaban con ella constantemente. Nunca tenía la oportunidad de estar sola. No era una situación ideal, pero no estaba tan mal.

Se dio la vuelta y volvió al salón.

Robert había entrado en la habitación y estaba hablando con Kilmer. Se interrumpió cuando vio a Grace.

– Hola. ¿Acostaste a Frankie?

– No. Subiré dentro de unos minutos.

– Entonces sólo diré buenas noches. -Robert empezó a dirigirse a la puerta-. Hasta mañana.

– Espera. -Lo miró con el entrecejo arrugado-. ¿Qué sucede, Robert?

– Todo marcha bien.

Desvió la mirada hacia Kilmer.

– ¿Qué me estáis ocultado?

– Es evidente que nada -dijo Kilmer-. Aunque estaba esperando. Díselo, Blockman.

Robert se encogió de hombros.

– Mi amigo Stolz, de Langley, cree que está estrechando el cerco sobre el hombre que vendió tu posición a Kersoff. Se trata de un gurú de la informática llamado Nevins, y Stolz cree que está negociando de nuevo.

El pánico hizo que a Grace le diera un vuelco el corazón.

– ¿Qué?

– Tranquila -dijo Kilmer-. No tiene nada que vender. No tiene ni idea de dónde estamos.

– Entonces, ¿por qué diablos estaría negociando?

– ¿Una traición? -sugirió Robert-. Stolz no está seguro. Pero Nevins ha estado trabajando en algo durante días en su ordenador. Dice que es un trabajo para North, pero él tiene sus dudas.

– ¿Crees que North nos está siguiendo el rastro?

– Eso no tiene lógica -dijo Kilmer-. Fui extremadamente cauteloso.

– Stolz vio parte de un número en el ordenador de Nevins antes de que borrara la pantalla. Operaciones 751. Intentó acceder más tarde, pero no le salió nada.

– No vamos a dejarlo pasar sin verificar -dijo Kilmer-. Te haré saber lo que sea en cuanto demos con algo.

– ¿Eso harás? -preguntó Grace con frialdad-. No me habríais dicho ni una palabra de no haber interrumpido vuestro téte-a-téte.

– Lo admito -dijo él-. Pero no culpes a Blockman. Fue decisión mía. No es una amenaza clara, y no quería preocuparte.

– Fue una mala decisión. Quiero saber todo lo que averigüéis. -Grace le sostuvo la mirada-. Y de ahora en adelante, mejor sería que fuera así.

Kilmer asintió con la cabeza.

– Lo será. Sé cuando estoy tentando a mi suerte.

– Bien. Entonces, no lo vuelvas a hacer. -Grace se dio la vuelta y se dirigió a la puerta-. Buenas noches, Robert.

– Buenas noches. -Robert salió apresuradamente de la habitación.

– Buenas noches, Grace -Kilmer estaba ignorando la evidente omisión-. Que duermas bien.

– Dormiré muy bien. No hay problema.

Él se rió.

– Mentirosa.

Ella miró hacia atrás para verlo salir al porche. Bastardo gallito. No, gallito no. Él tendría que estar en coma para no saber cómo reaccionaba ante él. Aun estando furiosa con él, la carga sexual entre ellos seguía siendo la misma y continuaba interfiriendo en el sueño, los pensamientos y en todas las actividades diurnas.

«Cásate conmigo.»

La propuesta la había dejado atónita, primero, y le había infundido pánico después. Porque durante los primeros segundos, las palabras habían provocado que la alegría y la esperanza la desbordaran. Absolutamente irracional, sin el menor atisbo de pragmatismo. Sin embargo, la alegría había estado ahí.

Había llegado a su dormitorio, y se paró en el exterior de la puerta para recuperar la tranquilidad antes de enfrentarse a su hija. Parecía que esos días tenía que estar haciendo eso constantemente. Ocultar su miedo, ocultar su aventura con Kilmer, esconder sus preocupaciones sobre el futuro.

Frankie se estaba metiendo en la cama cuando Grace abrió la puerta.

– Hola, mamá. -Se tapó con la colcha y apoyó la cabeza en la almohada-. Creo que Donavan va a poder caminar sin esa muleta dentro de poco, ¿no te parece?