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– Ahora estoy interesada. No voy a trabajar a ciegas como hice hace todos esos años. Tengo que tener todas las armas que pueda suplicar, pedir prestadas o robar. Y el conocimiento es un arma poderosa.

– Entonces, pregunta.

– ¿Qué le robaste a Marvot que lo provocó lo suficiente para perseguirme?

– Un mapa. Estaba metido en una bolsa muy elaborada con las cabezas de la Pareja bordadas en ella.

– ¿Qué clase de mapa?

– El mapa de un emplazamiento no detallado del Sahara. Diría que está a unos veinticuatro kilómetros del oasis donde Marvot acampaba con la Pareja.

– ¿Qué emplazamiento? ¿Qué hay allí?

– Algo que Marvot quiere desesperadamente.

– ¿El qué, maldita sea?

– El prototipo de un motor construido por un inventor británico hace unos quince años. Se llamaba Hugh Burton, y vivió en el Sahara la mayor parte de su vida adulta. Su padre era arqueólogo, pero él era ingeniero electrotécnico. Era un genio en su campo e igualmente hábil domando caballos. Sentía pasión por sus caballos, y tenía una pequeña cuadra cerca de Tánger. Acudían propietarios de toda Europa a contratarlo para que domara sus caballos.

– Vuelve a lo del motor.

– Todo es parte de lo mismo. Parece que las vocaciones del padre y del hijo se hicieron complementarias en algún momento.

– ¿Qué quieres decir?

– El padre de Hugh desenterró una batería de una antigua tumba egipcia. No era la primera vez que se había encontrado un artefacto semejante, pero éste era increíblemente eficiente. Hizo que los progresos realizados por Detroit en los motores sin gasolina pareciera un juego de niños. Hugh convenció a su padre de que no informara del hallazgo a las autoridades egipcias, y empezó a trabajar en la creación del motor perfecto. Un motor que acabaría con la dependencia del petróleo y revolucionaría la economía mundial.

– ¿Y tuvo éxito?

– ¡Oh, sí! Tardó unos siete años, pero lo consiguió. Luego lo llevó a Estados Unidos, uno de los mayores devoradores de gasolina del mundo. Hizo una demostración ante un escogido número de congresistas que estaban muy relacionados con los temas medioambientales. Los políticos quedaron impresionados, y empezaron a negociar los derechos con Burton. Entonces éste abandonó las negociaciones por completo y volvió al Sahara.

– ¿Por qué?

– Mientras estaba en Washington, su padre fue torturado y asesinado por Marvot. Éste se había enterado del descubrimiento y pretendía detener las negociaciones hasta que pudiera hacerse con el control del motor de Burton. ¿Te imaginas el poder que le daría el ingenio con los países petrolíferos de Oriente Medio? Si distribuía el motor en el mundo occidental, destruiría el cartel petrolífero. El oro líquido se convertiría en basura.

– Si Burton interrumpió las negociaciones, entonces Marvot consiguió lo que se proponía.

Kilmer negó con la cabeza.

– Burton quería a su padre, y bajo ningún concepto iba a permitir, después de aquel asesinato, que Marvot tuviera nada de lo que quería. -Hizo una mueca-. Marvot hizo una buena carnicería con el anciano. Y Burton perdió el juicio cuando lo vio.

– Entonces, debería haber llegado a un acuerdo con los enemigos de Marvot.

– A esas alturas Burton pensaba que el mundo entero era su enemigo. No quería tener nada que ver con nadie. Siempre había sido un bicho raro, y aquello bastó para que acabara como un cencerro. Hizo las maletas y se internó en el desierto. No se llevó gran cosa: el motor y varios de sus caballos.

– Y Marvot lo siguió.

– Sí, pero Burton había vivido en el desierto, conocía a la gente, y pudo desaparecer uniéndose a una tribu nómada. Había conocido al jeque Adam Ben Haroun en el colegio, en Inglaterra, y tenían aficiones comunes. La tribu del jeque también criaba puras razas árabes.

– ¿Cuánto tiempo permaneció con ellos?

– Estuvo cuatro años, antes de que Marvot diera con él. Pero Burton no tenía el motor. Lo había escondido en algún lugar del desierto.

– ¿Y Marvot no lo obligó a decirle dónde?

– No, Burton murió al intentar escapar. Pero Marvot consiguió sacarle alguna información mediante tortura antes de que lo mataran. Le dijo que había enterrado el motor en unas dunas cercanas al oasis, y que había amaestrado a la Pareja para que lo encontraran.

– ¿A la Pareja?

– Nacieron mientras Burton estaba huyendo; una yegua y un semental. Los domó para que sólo se dejaran montar por un jinete y mataran a cualquiera que intentara montarlos que no fuera él. Como es evidente, también les enseñó el camino hasta su mayor tesoro. Era un asunto complicado, porque los caballos fueron entrenados para que nunca se acercaran al alijo a no ser que estuvieran juntos. De esa manera, si alguien robaba uno de los caballos o lo mataba, nadie podría recuperar el motor.

– ¿Y ésa es la razón de que Marvot necesite encontrar a alguien que pueda montar a la Pareja?

– Tú los viste; es imposible montarlos. Marvot tenía dos opciones, o arriesgarse a matarlos o encontrar a alguien que fuese aceptado por los caballos. Probó con las drogas, hizo ir a un montón de amaestradores de caballos, pero, si montaban a uno de los dos, el caballo se quedaba inmóvil. O intentaba matar al jinete. Y no cejaban en su empeño. Uno de los dos caballos de la Pareja casi muere antes de que Marvot desmontara al jinete.

– Es extraño. No me puedo creer que Marvot se creyera todo eso.

– Oh, pues lo cree. No cree que Burton le mintiera mientras padecía la clase de tortura que le estaba infligiendo. Ha estado registrando el desierto por su cuenta durante los últimos diez años. Pero, sí, cree que la Pareja puede encontrar ese motor.

– ¿Y cómo averiguaste todo esto?

– He estado ocho años buscando respuestas. Donavan sonsacó parte de la información a algunos contactos suyos de Washington. Yo fui a buscar en el desierto y encontré la tribu nómada que ocultó a Burton. El jefe es un hombre muy interesante, aunque no es muy comunicativo. Después de estar viviendo con ellos durante unos seis meses, conseguí que confiaran en mí lo suficiente para hablar.

– ¿Y qué hay del mapa que robaste?

– Estaba en una bolsa que le quitaron a Burton cuando Marvot lo atrapó. Es muy impreciso. Probablemente, Burton lo hizo así a propósito. Tenía la Pareja; sólo necesitaba saber adonde llevarlos. En él se describe sólo la zona general de unos ciento veinte kilómetros donde Marvot ha estado buscando durante años. ¡Carajo!, ni te imaginas lo que es vérselas con unas dunas que cambian con cada tormenta de arena; el motor podría estar enterrado en cualquier parte. Ésa, quizá, fuera la razón de que Burton entrenara a la Pareja para encontrarlo. Temía no poder dar con él por sí mismo, pues con los años las marcas podían ser destruidas y desplazadas. -Se encogió de hombros-. Pero cuando le robé el mapa a Marvot, tenía esperanzas de conseguir algo más.

– ¿Y Marvot no podría utilizar algún tipo de antena o de detector de metal para localizar el motor?

– Uno pensaría que sí. Pero Burton debió de haber encontrado alguna manera de encubrir cualquier señal. No hay ninguna duda de que era un genio.

– Así que la única pista que le queda a Marvot son los caballos. No es de extrañar que se preocupe tanto por ellos.

– Considerando que podrían convertirlo en uno de los hombres más poderosos del mundo.

– Siempre que sea verdad que los caballos puedan conducir a alguien hasta ese motor. -Lo miró a los ojos-. ¿Crees que eso es posible?

Kilmer se encogió de hombros.

– El jeque me dijo que era verdad. Creo que estaría dispuesto a arriesgarme con el resultado si eso significara que a cambio me fuera a forrar de esa manera. Pero, bueno, no sé mucho de caballos. ¿Qué crees tú?

Grace arrugó el entrecejo.

– Sé que los caballos salvajes tienen cierto instinto que les impide volver a ciertas zonas durante el celo. Y está esa vieja historia sobre Dobbin, que siempre sabía el camino de vuelta a casa. El sentido que permite a los animales volver a casa es sin duda más agudo y está muchísimo más desarrollado que el nuestro. Mira todas esas historias de perros y gatos que encuentran el camino de vuelta a casa desde la otra punta de un continente. ¿Qué si pudo Burton entrenar a esos caballos jóvenes no sólo para hacerlo, sino para hacerlo sólo cuando estuvieran juntos? -Sacudió la cabeza-. No lo sé. Si era tan genial como dices, es posible. -Apretó los labios-. Pero debió de haber sido un hijo de puta sin entrañas si enseñó a esos caballos a odiar a todos, excepto a él.