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Capítulo 2

Los neumáticos de la camioneta de Charlie traquetearon sobre los tablones sueltos del viejo puente cuando empezó a atravesar el río. Hacía tiempo que quería arreglar aquellos tablones…

Casi estaba en casa.

Encendió la radió cuando una canción de Reba McEntire empezaba a sonar. Siempre le había gustado esa cantante. Una señora preciosa. Una voz preciosa. Tal vez la música country no fuera tan profunda como las cosas que Frankie escribía, pero le hacía sentirse bien. No había razón para que no pudieran gustarle las dos cosas.

La lluvia salpicaba con fuerza los cristales del coche, y Charlie puso los limpiaparabrisas a todo trapo. No tenía necesidad de lidiar con la lluvia además de con el colocón. Envejecer consume. Dos copas y ya estaba grogui. Antes era capaz de beber hasta que todos sus amigos se caían al suelo y seguir con la suficiente lucidez para…

Su móvil sonó, y tardó un minutó en sacarlo del bolsillo. Robert. Sacudió la cabeza y sonrió mientras pulsaba el botón.

– Estoy bien. Ya casi estoy en casa, y te agradeceré que no me trates como a un viejo chocho…

Había algo tirado en la carretera justo delante.

¡La luz!

Grace seguía sin dormir cuando su móvil sonó sobre la mesilla de noche.

¿Charlie? No había oído su camioneta, y a veces se quedaba con Robert, si había bebido demasiado.

– ¿Mamá? -murmuró adormilada Frankie.

– Tranquila, cariño. No pasa nada. -Pasó el brazo por encima de su hija y cogió el teléfono-. ¿Charlie?

– Salid de ahí, Grace.

Robert.

Se incorporó muy erguida en la cama.

– ¿Qué sucede?

– No lo sé. Y no hay tiempo para explicaciones. North me dijo que fuera para ahí, y estoy de camino. Pero podría llegar demasiado tarde. Salid de la casa.

– ¿Y Charlie?

Robert guardó silencio un instante.

– Estaba de camino. Hablé con él hace unos pocos minutos, pero lo perdí. Creo que ha ocurrido algo.

– ¿Qué? Entonces tengo que ir a encontrar…

– Ya lo encontraré yo. Tú y Frankie salid de ahí.

– ¿Qué pasa? -La niña estaba sentada en la cama-. ¿Charlie se encuentra bien?

¡Oh, Dios!, Grace esperaba que sí, pero tenía que confiar en Robert. Ella debía cuidar de Frankie.

– Encuéntralo, Robert. Y si me obligas a hacer salir a Frankie sin motivo con esta tormenta, te estrangularé.

– Ojalá sea sin motivo. Mantente en contacto. -Robert colgó.

– ¿Y Charlie? -susurró Frankie.

– No lo sé, cariño. -Grace apartó la colcha de un tirón-. Ve a tu habitación y ponte las zapatillas de deporte. No enciendas la luz, y no te molestes en vestirte. Cogeremos un chubasquero en el vestíbulo de abajo.

– ¿Por qué…?

– Frankie, no hagas preguntas. No tenemos tiempo. Sólo confía en mí y en lo que te digo. ¿De acuerdo?

La niña titubeó.

– De acuerdo. -Se levantó de la cama de un saltó y salió corriendo de la habitación-. Seré rápida.

Qué bendición de niña. La mayoría de niños que fueran despertados de golpe en mitad de la noche estarían tan asustados que ni siquiera podrían actuar.

Grace se dirigió al armario empotrado y sacó su mochila del estante superior. Había hecho aquella mochila hacía ocho años, y actualizaba su contenido periódicamente. Confiaba en que las ropas que había metido para Frankie siguieran sirviéndole…

Estaba abriendo la caja de seguridad que había metido en la mochila cuando Frankie volvió corriendo a la habitación.

– Bien. Fuiste muy rápida. Ve a la ventana y comprueba si sigue lloviendo tanto.

Mientras Frankie cruzaba la habitación, Grace sacó la pistola y el puñal y, junto con los papeles que había colocado en la caja ocho años antes, los metió en el bolsillo delantero de la mochila, donde se podría echar mano de ellos con facilidad.

– Puede que esté lloviendo con menos fuerza. -Frankie estaba mirando por la ventana-. Pero está tan oscuro que es difícil ver… ¡Ah! Alguien se acerca por el patio con una linterna. ¿Crees que es Charlie?

No era Charlie. Él conocía su granja al milímetro y no necesitaría una linterna.

– Vamos, cariño. -Grace la agarró del brazo y le hizo bajar las escaleras-. Vamos a salir por la puerta de la cocina. No hagas el menor ruido.

Un ruido de metal contra metal en la puerta delantera. Grace respiró profundamente; había abierto demasiadas cerraduras con palanqueta como para no reconocer el sonido.

Había cambiado las endebles cerraduras de Charlie al llegar allí, pero un experto no tardaría mucho tiempo en hacerlas saltar. Y si no pudieran forzar la cerradura, entonces buscarían otra manera.

– Fuera -susurró, y empujó a Frankie hacia la cocina.

La pequeña atravesó el pasillo volando y abrió la puerta de la cocina. Volvió la cabeza para mirar a Grace con los ojos muy abiertos.

– ¿Ladrones? -susurró.

Su madre asintió con la cabeza mientras cogía un chubasquero para Frankie del perchero del vestíbulo, se lo lanzaba, y cogía otra para ella.

– Y puede haber más de uno. Dirígete al cercado y de ahí a los bosques del otro lado. Si ves que no te sigo, no me esperes. Ya te alcanzaré.

Frankie empezó a negar con la cabeza.

– No me digas que no -dijo Grace-. ¿Qué es lo que te he enseñado siempre? Tienes que cuidar de ti antes de poder cuidar a los demás. Ahora haz lo que te digo.

La niña titubeó.

¡Joder! Grace pudo oír el crujido de la puerta delantera cuando se abrió.

– ¡Corre!

Frankie echó a correr y atravesó el patio como una centella hasta el cercado. Grace la observó durante un segundo, esperando. Casi siempre había un hombre vigilando.

Grace no tuvo que esperar mucho. Un hombre alto había dado la vuelta a la casa y estaba corriendo detrás de Frankie.

Ella salió detrás de él.

Nada de pistolas. No quería hacer salir a los que estaban dentro de la casa.

Correr. La lluvia y los truenos encubrirían el sonido de sus pasos al perseguirlo.

Alcanzó al hombre cuando éste entraba en el bosque.

Él debió de haber oído el sonido de su respiración; giró en redondo, con una pistola en la mano.

Grace saltó, y con el canto de la mano le insensibilizó la muñeca de la mano que sujetaba la pistola. Luego le rebanó la yugular con la daga. No esperó a verlo caer al suelo. Se dio la vuelta, escudriñando las sombras.

– ¿Frankie?

Oyó un débil sollozo. La niña estaba acurrucada en la base de un árbol a poca distancia.

– No pasa nada, cariño. Ya no puede hacerte daño. -Grace se arrodilló a su lado-. Pero tenemos que irnos. Tenemos que correr. Hay más hombres.

Frankie alargó la mano y tocó una mancha en el chubasquero de Grace.

– Sangre. Tienes sangre…

– Sí. Él te habría hecho daño. Nos habría hecho daño a las dos. Tenía que impedírselo.

– Sangre…

– Frankie… -Grace se puso rígida cuando oyó un grito proveniente del otro lado del cercado. Se levantó y arrastró a su hija con ella-. Te lo contaré más tarde. Vienen para aquí. Ahora haz lo que te digo y corre. Vamos.

Medio tirando de Frankie se adentró en el bosque. Al cabo de sólo unos pocos pasos la niña estaba corriendo, avanzando a trompicones con ella a través de la maleza.

¿Dónde esconderse? Durante todos aquellos años, había inspeccionado y planeado refugios en el bosque. Debía escoger uno.

No podía contar con que Frankie fuera capaz de mantener aquel ritmo durante mucho tiempo. Era una niña, y casi en estado de choque. Tenía que encontrar un sitio cercano para esconderse y esperar que se fueran. Robert estaba de camino.

O al menos debía encontrar una manera de esconder a Frankie. Podía decidir, después de que viera cuántos la perseguían, si podía manejar sola la situación.