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– No me sorprende. Si no, no sería tu hijo. El carácter sanguinario debe ser hereditario en la familia.

– ¿Se supone que he de enfadarme por eso? Efectivamente, lo es. Y no me avergüenzo de ello. Mi padre y mi abuelo fueron hombres poderosos, y la sangre es la moneda del poder. A lo largo de toda la historia, ningún conquistador que no haya estado dispuesto a derramar sangre ha dejado huella. Napoleón, Alejandro, Julio Cesar.

– Atila, Hitler, Saddam Hussein.

Marvot se rió entre dientes.

– Aun mejor. El poder supremo sin preocuparse por las consecuencias civilizadas.

Y, sin embargo, no parecía un bárbaro, pensó Grace. Marvot andaba por los cuarenta, llevaba el pelo canoso cortado al rape y tenía unas facciones atractivas. De constitución robusta, iba vestido con unos caros pantalones blancos y una camisa blanca suelta que le conferían un aire de elegancia informal.

– ¿Sus héroes?

– No, todos cometieron unos errores estúpidos. -Marvot abrió la puerta del establo-. Y un error de criterio se puede perdonar; la estupidez, no. Por ejemplo, pensé que Kilmer se había olvidado de la derrota que le infligí hace años. Un error de criterio. Pero bastante fácil de subsanar. -Hizo un gesto hacia el interior del establo-. Primer compartimiento.

Grace pasó por su lado corriendo.

¡Oh, Dios, Frankie!

Se paró allí, mirando de hito en hito a su hija. Sucia, con el pelo enmarañado, maniatada y arrojada sobre toda aquella inmundicia.

– Hola, mamá. -Frankie se incorporó a toda prisa y se apoyó en la pared del compartimiento-. No pongas esa cara. Estoy bien. De verdad.

– ¡Y un cuerno! -Grace se arrodilló a su lado y la abrazó-. Pero lo estarás, cariño. -La meció adelante y atrás, mientras las lágrimas le escocían en los ojos-. Lo arreglaré. Te lo prometo. Lo arreglaré.

Frankie suspiró.

– Es un matón de verdad. Tenemos que tener cuidado.

– Lo sé. -Grace miró a Marvot por encima de los hombros de su hija-. ¡Bastardo! ¿Tenías que tratarla así?

– Sí, pensé que me haría más convincente. Ahora vas a ser mucho más dócil, ¿a que sí? Pero ya que he conseguido impactarte, seré generoso. -Bajó la vista hacia Frankie-. Incluso te dejaré que le limpies esas heridas de las muñecas antes de que se le infecten con esta mugre.

Grace estaba mirando las muñecas de su hija, y sintió un arrebato de furia. Las heridas eran superficiales, pero ya estaban llenas de la porquería y el estiércol del compartimiento.

– Consígueme agua y un antiséptico.

– Te enviaré a alguien después de que hayamos llegado a un entendimiento. Trabajarás con la Pareja hasta que se vuelvan dóciles. ¿De acuerdo?

– Nunca serán dóciles.

– Entonces hasta que hagan lo que es necesario.

Grace asintió con la cabeza violentamente.

– Siempre que me dejes hacerlo a mi manera, sin meter las narices.

– Por supuesto. Siento el máximo respeto por tus habilidades. Y no tengo ningún temor a que le des largas al asunto. Con una niñita tan preciosa… -Se empezó a alejar-, Ahora te dejaré a solas con tu hija para que puedas ver lo bien que la he tratado. Bueno, relativamente bien. Vuelve a subir a la casa cuando hayas terminado. Estaré en mi despacho, y podremos discutir los detalles. Tendrás plena libertad para moverte por los jardines, aunque, como es natural, se te vigilará de cerca.

Grace esperó a que Marvot estuviera fuera del establo antes de preguntar a Frankie:

– ¿Estás herida en alguna otra parte? -Recorrió el cuerpo de su hija con las manos-. ¿Te han pegado o lastimado de alguna manera?

– Ese tal Hanley me dio una bofetada. -Y añadió-: Después de que yo le mordiera.

Grace pudo percibir el ligero cardenal en la mejilla izquierda de Frankie.

– ¿Algo más? ¿Y en el accidente? ¿Te golpeaste la cabeza?

La niña negó con la cabeza.

– Estoy bien.

– No estás bien. -Volvió a mirar las muñecas desgarradas de la niña y la furia la invadió de nuevo-. Te han hecho daño.

– Esto me lo hice yo. Siempre me decías que tenía que enfrentarme a los matones, y no podía hacerlo con las manos atadas.

– Soy una bocazas. No debería haber…

– Pero tenías razón. -Frankie puso ceño-. De verdad, estoy bien, mamá. Pase un poco de frío anoche, pero eso es todo. Y estaba tan ocupada intentando sacar las manos a través de las cuerdas que no lo noté demasiado. -Bajó la voz-. Pero esos hombres me dan miedo. Creo que tenemos que irnos de aquí enseguida.

– Lo haremos. -Grace se puso en cuclillas-. Pero va a ser peligroso, y tienes que colaborar. Tienes que obedecer todas las órdenes sin protestar. No puedes discutir… ni conmigo ni con ninguna de esas personas. ¿Puedes hacer eso?

Frankie arrugó la frente.

– No sé. Son unos matones. Tú me dijiste que…

– Ya sé lo que dije. La situación es diferente. Me resultará más difícil si tengo que preocuparme de que no te pelees con ellos. ¿Harás lo que te digo?

Frankie titubeó, y al final asintió con la cabeza.

– Siempre que no te hagan daño. Creo que quieren hacerte daño.

– No me lo harán mientras les dé lo que quieren.

– La Pareja… Jake me habló de ellos. ¿Los voy a ver?

– Intentaré arreglar con Marvot que te permita trabajar conmigo. Será más seguro para ti de esa manera. Por eso tienes que hacerme esa promesa. Si él ve que estorbas en lugar de ayudar, te apartará de mí.

– ¿Crees que me dejará hacerlo?

Grace confiaba desesperadamente en que Marvot consintiera. A veces, las oportunidades de escapar se presentaban inesperadamente y de sopetón. Si veía una oportunidad, Frankie tenía que estar con ella.

– Voy a hacer todo lo que pueda para conseguir que lo permita. Pero he de poder confiar en ti, cariño. Esos caballos pueden dar mucho miedo, y no puedes llorar ni gritar aunque creas que me van a hacer daño.

Frankie no habló durante un instante.

– Pero no te van a hacer daño, ¿verdad? Serán como los caballos de casa. ¿Puedes hablar con ellos?

Grace la volvió a abrazar cuando vio que Frankie empezaba a temblar. A todas luces, intentaba no dejar traslucir ante ella lo asustada que estaba.

– No me lo harán. -Y añadió-: Pero resulta más difícil conseguir que escuchen. Llevará algún tiempo. Hace mucho que La Pareja se ha acostumbrado a salirse siempre con la suya.

– ¿Te acuerdas de cuando tuviste que domar a aquel semental para el señor Baker? Él creía que el caballo era malo, pero le dijiste que sólo estaba asustado. Puede que esos caballos también estén asustados.

– Tal vez. -Le acarició el pelo a Frankie e intentó pensar la manera de distraerla-. Y creo que ya es hora de que dejemos de llamarlos la Pareja. No son los piñones de una maquinaria; son caballos individuales, y tengo que tratar con ellos por separado. Pongámosles un nombre.

– ¿Son los dos blancos? ¿Se parecen?

– Mucho. Se trata de una yegua y un semental. Los dos tienen los ojos azules, pero ella es un poco más pequeña y tiene la crin más oscura. El semental es más grande y más fuerte, y tiene una pequeña cicatriz en un costado. Creo que se la hicieron con una espuela.

– ¿Ves? Probablemente tengan miedo de que les hagan daño.

– Los nombres -la incitó Grace.

Frankie arrugó la frente.

– Es difícil… -Guardó silencio mientras pensaba-. Quizá Hope [Esperanza] para la yegua. Porque eso es lo que tenemos, ¿no es así? Tenemos esperanza de que les gustemos…

– Oh, sí. Sin duda es lo que esperamos. ¿Y para el otro caballo?

Frankie sacudió la cabeza.

– ¿Qué pensaste cuando lo viste por primera vez?

Que la muerte y el miedo se dirigían hacia ella bramando.