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– ¿Qué clase de cambio? -Donavan hizo una pausa-. ¿Un intento de huida?

– Creo que no. No, con todos esos guardias pululando a su alrededor. No. Creo que van a desalojar el recinto y van a ir hacia ahí.

– ¿Por qué habrían de…? ¡Dios mío!, ¿ha montado al semental?

– Anoche.

– ¡La leche! ¡Ojalá hubiera estado allí?

– Y yo. Casi me mata. Le llevó casi toda la noche.

– ¡Mierda!, me siento orgulloso de ella.

– Intenta avisarnos de algo. No pierdas el tiempo. Prepara las cosas ahí. Me reuniré contigo en cuanto compruebe que se dirigen al oasis.

– Estaré todo lo preparado que pueda. -Donavan cortó la comunicación.

Kilmer guardó el teléfono y volvió a llevarse los prismáticos a los ojos. Grace estaba en el cercado, y la interrelación entre ella y el semental parecía ser una repetición de la última noche.

No, en realidad, no. El caballo estaba dejando que lo montara.

Ella permaneció encima sólo unos minutos y desmontó. Luego se alejó del caballo y trepó a la valla, mientras seguía hablando con él.

Quince minutos después fue hasta el caballo y volvió a montarlo. «Mierda, me siento orgulloso de ella.»

Las palabras de Donavan resonaron en su cabeza. No más orgulloso que Kilmer. Una vez mitigado parte del terror que le producía que Grace estuviese con el semental, Kilmer pudo permitir que el intenso orgullo que sentía por ella se antepusiera a todo. Fuerte, valiente e inteligente. ¡Menuda mujer que era…!

Su mujer.

¿Suya? Si Grace pudiera leerle los pensamientos en ese momento, probablemente le cortaría los huevos. Sin embargo, Kilmer no podía evitar sentir que le pertenecía. Había participado en la creación de la mujer en la que se había convertido. Hacía nueve años, él le había enseñado cosas que Grace no sabía, aunque ella no tenía ni idea de la cantidad de cosas que le había enseñado a él a cambio.

Ya era suficiente. Con independencia de lo mucho que deseara reivindicar su participación en la formación de la excepcional persona que era Grace Archer, al final ella era la única dueña de sí misma.

Y él tenía que asegurarse de que aquella mujer y su hija siguieran vivas durante los días siguientes.

– Llegaron al oasis a las cuatro de la madrugada -dijo el jeque poniendo mala cara- con una hilera de caravanas, remolques de caballos y camiones llenos a rebosar del ejército privado de Marvot. Es una mancha en el paisaje. ¿Recuerdas cuando te dije que nos iban a expulsar de nuestro habitat? Esto es lo que puedo esperar en cualquier parte de mi desierto dentro de unos años.

– Quizá no -dijo Kilmer-. Marvot es un delincuente que se abre camino en la vida a empujones. Cualquier otra persona ha de ser menos molesta.

– Pero la intromisión existirá. Y siempre habrá en el mundo gente como Marvot, de la misma manera que habrá un mal que compense el bien. -El jeque extendió un mapa sobre la desgastada mesa repujada en cuero-. Ya ha enviado a varios hombres para que intenten localizar a cualquiera que pudiera interponerse en su camino. -Apretó los labios-. Como si pudiera encontrarnos si no quisiéramos que se nos encontrara. Conocemos este desierto. Pero vamos a levantar el campamento dentro de una hora, así que terminemos con esto. -Señaló un punto en el mapa-. Este es el oasis. Es lo que Marvot utiliza en todo momento como campamento base. Cuando empezó a traer los caballos aquí, hizo construir un corral y un cobertizo. En el campamento hay varias tiendas grandes, pero Marvot se aloja en una preciosa caravana con aire acondicionado. -Señaló un punto en el centro del campamento golpeándolo con el dedo-. Aquí.

– Y rodeado por el ejército que mencionaste. ¿Cuántos hombres?

– Mis hombres contaron veintisiete. ¿Dónde está el mapa que le robaste a Marvot?

Kilmer sacó la bolsa de su bolsillo y extendió el mapa junto al del jeque.

– ¿Adónde suele ir Marvot cuando trae la Pareja al desierto?

El jeque señaló un cuadrante del mapa.

– Aquí. La mayor parte son dunas, excepto por un pequeño pueblo abandonado. Pero a tres kilómetros hacia el norte te empiezas a adentrar en las colinas de la cordillera del Atlas. -Indicó un punto en el mapa-. En el pueblo hay agua, así que tu Grace podría pararse a dar de beber a los caballos. -El jeque sonrió torciendo la boca-. Los caballos deben sentirse como en casa en ese pueblo. Ahí es donde eran sacados de los remolques, y ahí es donde se quedaban. Marvot no era capaz de hacer que se movieran.

– ¿Hay alguna posibilidad de que el motor estuviera escondido en el pueblo?

– No. Marvot destrozó ese pueblo, buscándolo. Los caballos se mostraron demasiado tozudos para moverse.

– O demasiado bien adiestrados.

El jeque se encogió de hombros.

– Es posible. Burton era un fanático en lo tocante al adiestramiento de La Pareja. Se los llevó durante siete meses, y no sé lo que les hizo. -Apretó los labios-. Quizá no quiera saberlo. Pero cuando los volvió a traer al campamento, le obedecían en todo.

– No estoy seguro de que la Pareja estuviera mucho mejor con él de lo que lo están con Marvot. -Kilmer echó un vistazo al pueblo sobre el mapa-. ¿Algún lugar en el que podamos reunimos con Grace?

– Hay varios. Pero Marvot enviará a sus hombres por delante para vigilarlos. Siempre lo hace.

– Podemos esquivarlos si no van pisándole los talones a Grace.

– No lo harán, a menos que Marvot quiera arruinar cualquier posibilidad que tenga de que los caballos colaboren. La razón de que la haya traído aquí es que los caballos no colaboraban en absoluto estando sus hombres en medio. Es de esperar que haya aprendido la lección con los años. -El jeque hizo una pausa-. Pero la estarán observando en todo momento a distancia. Prismáticos, telescopios… Será como un microbio bajo un microscopio. Si desaparece durante un minuto, Marvot se pondrá en movimiento. Trae un helicóptero, y se te echará encima.

– Lo sé. Podría hacerlo salir de su campamento base. ¿Sabes donde mantienen a Grace y a Frankie?

– En una tienda levantada en los aledaños del oasis. Está muy bien vigilada. ¿Y sabes lo que ocurrirá si Marvot cree que va a perder a Grace?

– Lo sé. Eso no va a pasar.

– Eso fue lo que dije cuando Marvot entró en desbandada en mi campamento y mató a mi domador.

– Eso no va a pasar -repitió Kilmer-. Grace y Frankie tienen que estar fuera del oasis cuando se produzca el ataque.

– Estoy de acuerdo. -El jeque se sentó y estudió pensativamente el mapa-. No es fácil. Pero puede haber una manera…

– ¿Cómo?

– Deja que consulte con Hassan. Esta mañana me dio unas cuantas noticias interesantes.

– ¿Qué noticias?

– En algún momento durante los próximos días va a soplar el siroco. Quizá podríamos sacarle provecho.

– ¿Una tormenta de arena? ¿Y cómo diablos lo sabe? Las tormentas de arena son absolutamente impredecibles.

– Conoce el desierto. Tiene ochenta y nueve años, y vive aquí desde que nació. Una tormenta de arena supone un gran peligro para mi tribu; tenemos que saber cuándo podemos movernos son seguridad. Y Hassan no suele fallarnos.

– Pero ¿ocurre?

– Ocurre. Al fin y al cabo, no es un profeta. Sólo es capaz de notar que se acerca, de olerla. -Enarcó las cejas-. ¿Eso no te sorprende?

– No. Grace tiene esa clase de instinto. Siempre sabe cuándo va a llover.

– Creo que me va a gustar tu Grace. -El jeque sonrió-, Entonces, ¿te creerá cuando le digas que tendrá que ponerse a cubierto si consigue sacar a tu hija del campamento?

– ¿Puedes hacerle llegar un mensaje?

El jeque negó con la cabeza.

– No le diré a ninguno de mis hombres que entre en el campamento de Marvot y contacte con ella. Eso es cosa tuya.

– ¿Puedes decirme al menos cuándo se supone que ocurrirá la tormenta?

– Hassan cree que quizá pasado mañana. Por lo general, sabe más la víspera de que ocurra.