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El escondite.

Charlie tenía un escondite de caza en un árbol no lejos de allí. No lo había utilizado durante años, pues decía que ya no era capaz dé trepar al maldito árbol.

Bueno, ella podría trepar. Y su hija era ágil como un mono.

– El escondite -jadeó-. Ve al escondite, Frankie. Escóndete allí.

– No sin ti.

– Ya iré.

Frankie la miró desafiante.

– Ahora.

– De acuerdo, ahora. -Grace le cogió la mano y se lanzó a través de la maleza. El follaje mojado le azotaba en la cara, y sus zapatillas de deporte se hundían en el barro a cada paso.

Escuchó. ¿Podía oírlos?

Sí, pero no era capaz de determinar dónde estaban.

Linternas.

¡Joder!

El escondite estaba allí delante. Aumentó la velocidad, y llegaron al árbol.

– Arriba -susurró, e impulsó a Frankie para que subiera. La niña estaba a mitad de árbol cuando Grace empezó a trepar. Un instante después, su hija avanzaba a gatas por la rama que sujetaba el refugio.

Grace se unió a ella al cabo de unos segundos, y la obligó a tumbarse boca abajo sobre la plataforma de madera.

– Silencio. En una cacería como ésta, nadie espera que estés por encima de ellos. Se concentran en lo que tienen delante. -La lluvia tamborileaba sobre la tela de camuflaje; Grace se dio cuenta de que era un sonido diferente del que producía la lluvia sobre las hojas. Sería todo un regalo para sus perseguidores. La arrancó de un tirón.

Confiaba en estar diciendo la verdad sobre que ellos no mirarían hacia arriba. Por lo general, era un hecho, pero ¿quién sabía lo experimentado que sería el jefe de ese equipo en concreto?

– Sigue tumbada -repitió. Podía sentirla temblar de miedo junto a ella.

¡Cabrones! ¡Cabrones de mierda!

Grace atrajo a Frankie hacia ella mientras sacaba la pistola del bolsillo del chubasquero.

Los hombres se llamaban unos a otros mientras escudriñaban la maleza. No temían que los oyera; ella y Frankie eran las presas, las perseguidas. Escuchó. Al menos tres voces diferentes. Si no fueran más que ésos, entonces no serían unos blancos imposibles. Ella conocía el bosque, y ellos no, y no esperarían…

Pero no podía abandonar a Frankie.

Y uno de los hombres estaba en ese momento justo debajo del árbol del refugio.

Contuvo la respiración. Cubrió los labios de Frankie con la mano.

El haz de la linterna estaba barriendo el lodo en busca de huellas de pisadas.

Grace apuntó la pistola a la cabeza del hombre. Éste estaba en el lado equivocado del árbol, pero si se movía unos cuantos centímetros a la izquierda, vería el lugar por el que habían trepado.

Una explosión sacudió la tierra.

– ¿Qué coño…? -El hombre de abajo giró en redondo en dirección a la granja-. ¿Qué diablos ha…?

– El coche. Creo que ha sido el coche, Kersoff. -Otro hombre había llegado corriendo para pararse al lado del que estaba bajo su árbol-. Vi un fogonazo y fuego, y venía de la carretera, donde dejamos el coche. Quizá el depósito de gasolina.

– Esa zorra. ¿Cómo consiguió salir de este bosque?

– ¿Y cómo mató a Jennet? -preguntó el segundo hombre-. Nos advertiste que ella no sería fácil. Esto no le va a gustar a…

– Cállate. -Kersoff se apartó y empezó a dirigirse hacia el cercado-. Si ha hecho volar nuestro coche, no puede estar tan lejos. Tal vez ahora esté intentando llegar hasta el suyo. Podemos bloquear la carretera y esperarla. ¡Locke! ¿Dónde estás? ¿Has visto a Locke?

– No desde hace un par de minutos. ¿Quieres que mire…?

– No, tenemos que llegar a la carretera. Corre.

Un instante más tarde, el sonido producido por los hombres al atravesar la maleza se desvaneció.

Frankie estaba girando la cabeza para librarse de la mano de su madre sobre sus labios. Grace la retiró, pero susurró:

– Todavía no es seguro. No sabemos dónde está el otro hombre, cariño. -Escuchó.

Ningún ruido, excepto la lluvia sobre las hojas.

Y cuando no las encontraran al volver a la granja, podrían regresar y empezar a registrar de nuevo el bosque.

– Voy a bajar a echar un vistazo. Quédate aquí y espera hasta que vuelva a buscarte.

Frankie estaba sacudiendo violentamente la cabeza.

– Sí -dijo Grace con firmeza-. No me puedes ayudar. Podrías ser un estorbo. Ahora quédate aquí y no hagas ruido. -Ya estaba descendiendo por el árbol-. No creo que tarde mucho.

Oyó un sollozo reprimido, pero se percató con alivio de que Frankie no estaba intentando seguirla.

Avanzó por la maleza en silencio.

Haciendo el menor ruido posible, se abrió paso a través de la maleza mojada y el barro que le succionaba el calzado, mientras su mente trabajaba incansablemente. Pero si el desaparecido Locke la oía, ella debería poder oírlo a él.

Se detuvo. Escuchó. Siguió adelante.

Dos minutos después lo vio.

Un hombre bajo que yacía en el suelo, medio oculto bajo un arbusto. Tenía los ojos abiertos, y la lluvia le caía sobre una cara contraída en un rictus mortal.

¿Locke?

Sólo podía suponer su identidad. Pero no podía hacer ninguna suposición sobre quién había eliminado a Locke y destruido aquel coche.

O quizá sí podía.

Robert le había dicho que se dirigía hacia allí.

Así que aprovecha la oportunidad que te ha dado y aleja a Frankie de la granja.

¿Adónde?

La granja de caballos de Baker estaba a ocho kilómetros de allí. Seguiría el bosque hasta que se hubieran alejado algunos kilómetros de la granja, y luego saldría a la carretera. Podría esconderse en el granero de Baker hasta que pudiera ponerse en contacto con Robert. Se dio la vuelta y volvió corriendo a la guarida.

Alcanzó a ver varias veces el coche ardiendo en la carretera mientras ella y Frankie corrían a través del bosque. No había ninguna señal de los bastardos que lo habían conducido.

– Mamá. -La respiración de la niña empezaba a ser entrecortada-. ¿Por qué?

¿Por qué habían puesto su vida patas arriba? ¿Por qué la habían obligado a presenciar cómo su madre mataba a otro ser humano? ¿Por qué estaba siendo perseguida como un animal?

– Hablaré contigo más tarde… Ahora no puedo… Lo siento, cariño. Intentaré que esto acabe bien. -Habían llegado a la curva de la carretera que no se podía ver desde la granja. Grace miró a ambos lados. Nadie-. Vamos. Iremos más deprisa por la carretera, Tenemos que movernos deprisa y…

Los faros se les vinieron encima sin previo aviso.

Se llevó la mano a la pistola y empujó a Frankie a la cuneta. Grace la siguió, se echó boca abajo y levantó el arma, intentando ver más allá del resplandor de las luces para conseguir un buen disparo.

El coche se estaba deteniendo.

– Todo va bien, Grace.

Se quedó petrificada. No podía ver al conductor, pero, ¡Dios la asistiera!, conocía aquella voz.

Kilmer.

– Sube al coche. Me aseguraré de que no os pase nada.

Grace cerró los ojos. Superar la impresión. Siempre había sabido que aquello ocurriría.

– ¡Y un cuerno! -Abrió los ojos para verlo arrodillándose junto a ella. Los faros estaban detrás de él, y Grace no podía ver nada excepto un contorno. No necesitaba verlo; conocía cada línea de su cuerpo, todos los rasgos de su cara-. Es culpa tuya. Todo esto es culpa tuya, ¿no es así?

– Entra en el coche. Tengo que sacarte de aquí. -El hombre se volvió hacia la niña-. Hola, Frankie. Soy Jake Kilmer. Y estoy aquí para ayudaros. Prometo que nadie saldrá herido mientras yo esté aquí.

Frankie se acurrucó aún más contra Grace.

Kilmer volvió a dirigirse a su madre.

– ¿Vas a permitir que siga ahí, en el barro, o vas a dejar que me ocupe de ella? Aquí no soy yo la amenaza.

No, no lo era. Al menos no era la amenaza inmediata. Pero Kilmer era más peligroso que…