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– Sí, lo haremos. -No podía soportar otra idea-. Es una niña inteligente. No saldría ahí fuera sin prepararse, aunque estuviera asustada. Tenemos que pensar la manera de seguirle el rastro.

– En cuanto la tormenta amaine un poco más, conseguiremos el helicóptero y exploraremos…

El parabrisas estalló cuando una bala lo atravesó para ir a incrustarse en la piel del asiento delantero.

– ¡Mierda! ¡Agáchate! -Pisó a fondo el freno y bajó la ventanilla del conductor-. Quédate aquí. -¿Desde qué dirección había venido la bala?

Otro proyectil levantó la arena delante de él. El disparo era demasiado preciso; el tirador estaba en una zona protegida y podía ver para disparar. ¿Una caravana o un todoterreno? Y los hombres de Marvot no dispararían sin recibir sus órdenes.

– ¿Pensaste que estaba derrotado, Kilmer? -Era la voz de Marvot-. Sólo ha sido un contratiempo pasajero. Sabía que vendríais a rescatar a la niña, así que no tenía más que esperar. Escucha, Archer, todavía podemos llegar a un acuerdo. ¿Crees que estás a salvo, que la niña está a salvo? Nunca lo estaréis. Dame lo que quiero y tu hija vivirá. Si no trabajas conmigo, moriréis los dos, y luego mataré a la niña. Te lo prometo por la tumba de mi padre. Es sólo cuestión de tiempo.

– El tiempo se ha acabado -murmuró ella. Estaba tumbada al lado de Kilmer, sosteniendo un fusil entre los brazos. A Kilmer no le sorprendió. Grace no se escondería en el todoterreno-. No puedo ver nada, ¿y tú?

– No. -Entonces el viento cambió, y Kilmer alcanzó a ver la caravana-. Allí está nuestro objetivo. A las tres. No veo que tenga ningún otro refuerzo. Lo entretendré. Tú rodéalo y agujeréale ese depósito de combustible. Quiero ver cómo se asa ese cabrón. -Kilmer no esperó a que ella le respondiera, sino que se levantó y empezó a avanzar por las dunas en zigzag.

Balas.

Cerca.

Muy cerca.

Debía llegar a la parte trasera de la caravana.

Grace se arrastró por las dunas.

Oía el sonido de los disparos.

Corre, Kilmer.

Pero ¿cómo podría correr en aquel arenal? Ella apenas podía arrastrarse. Se hundía cada vez más, y la…

– ¡Le di, Hanley!

Era la voz de Marvot, dura, triunfal. Y terrorífica, porque era de Kilmer de quien estaba hablando. Una de aquellas balas debía de haberle alcanzado.

Siguió otra retahíla de obscenidades.

– No, sigue vivo. Se ha vuelto a levantar. -Otro disparo-. ¿Cómo diablos…? ¿Dónde está la mujer?

Detrás de ti, bastardo.

Grace apuntó con sumo cuidado al depósito de gasolina de la caravana.

Detrás de ti, hijo de puta.

Apretó el gatillo.

La caravana explotó y se convirtió en una abrasadora masa de metal.

Grace aplastó el cuerpo y la cabeza contra la arena para esquivar la metralla que la explosión lanzó en todas direcciones.

Cuando levantó la cabeza, las llamas casi se habían extinguido a causa de la falta de oxígeno provocada por la tormenta. Pero no había duda de que la explosión había matado a Marvot y a cualquiera que estuviera dentro de la caravana. Nadie podría haber sobrevivido a aquel infierno.

– Buen disparo. -Kilmer se dirigía hacia ella cojeando-. Pero ojalá hubieras llegado a tu posición un poco más deprisa.

Grace sintió una oleada de alivio.

– Tenía miedo de… Deberías haber… -Se detuvo-. Está muerto. Marvot está muerto.

– Bien. Qué lástima que no durara un poquito más. Como treinta o cuarenta años.

Grace cerró los ojos cuando cayó en la cuenta. Todos aquellos años de esconderse y de sentir miedo se habían acabado, desvanecidos en el tiempo que había tardado la caravana en explotar.

No, no se había acabado. Porque por culpa de Marvot Frankie deambulaba bajo aquella tormenta de arena. Aquel indeseable todavía podía extender la mano desde la muerte para matarla.

– Frankie.

– Sí, lo sé. -Cojeando, Kilmer se dirigió de nuevo al todoterreno-. Continuaremos hasta el oasis y organizaremos una partida de rescate para ir en su busca.

– Espera. -Grace llegó a su lado-. Siéntate, y deja que te ponga un vendaje de presión en la pierna. ¿Te sangra?

– No mucho. -Siguió caminando-. No hay tiempo.

– Si te sangra, hay que vendarla. Sólo tardaré un minuto.

– Ya te lo he dicho. -Kilmer llegó al todoterreno, e intentó subirse torpemente al asiento del conductor-. No tiene importancia.

– Sí la tiene. -Ella lo empujó hacia el asiento del pasajero-. Yo conduciré. -Se sentó en el asiento del conductor y sacó el equipo de primeros auxilios de debajo del asiento trasero-. Deja de hacerte el mártir. No te va nada. -Le cortó la pernera del pantalón y abrió la tela hasta dejar la herida al descubierto. La bala le había atravesado la carne, pero sangraba más de lo que él había asegurado-. Azotarías a cualquiera de tus hombres que ignorase una herida.

– He de encontrar a Frankie. -Sus labios se retorcieron en una mueca-. Me sorprende que quieras desperdiciar siquiera un minuto conmigo.

– No es ningún desperdicio. -Le hizo un vendaje de presión-. No eres ningún desperdicio, Kilmer.

Él se quedó inmóvil.

– ¿No?

Grace terminó de vendarlo; se dio la vuelta y puso en marcha el motor.

– No.

Donavan salió de la tienda para reunirse con ellos cuando el todoterreno llegó al oasis.

– Ni rastro de Frankie. Envié a Vázquez y a Blockman a buscar cualquier huella. Nada. Ni siquiera sabemos qué dirección tomó. -Miró a Grace-. Lo siento. ¡Dios!, lo siento de veras. Si se hubiera quedado aquí, la habríamos recogido sin problemas.

– Tenía miedo por el potro. -Grace se bajó del vehículo de un salto-. Tenemos que encontrarla, Donavan.

– Ya he organizado otra partida de búsqueda. -Levantó la vista al cielo-. Suministré a Blockman uno de esos GPS que trajo Kilmer, y sí la encuentra, lo sabremos. La tormenta está amainando, pero todavía no podemos arriesgarnos con un helicóptero. ¡Maldita sea, Kilmer!, ¿ese hombre del tiempo de Adam no te dijo cuánto iba a durar?

– No. -Kilmer se apeó del todoterreno-. Pero si tenemos comunicación, tengo que llamar a Adam y conseguir que traiga aquí a sus hombres para que nos ayuden. -Se dirigió a la tienda-. Y le preguntaré si se le ha pasado el dolor de muelas a Hassan.

– Estás cojeando, Kilmer -dijo Donavan-. ¿Habéis tenido problemas?

– Marvot -dijo Grace-. Y necesita que se le lave la pierna y se le vuelva a vendar antes de que salga de nuevo.

– Marvot -repitió Donavan-. ¿Puedo confiar en que os hayáis cargado a ese bastardo?

– Está muerto. Grace lo hizo saltar en pedacitos. -Kilmer entró en la tienda.

– ¡Excelente! -le dijo Donavan a Grace-. Al menos algo sale bien.

En ese momento ella era incapaz de ver algo bueno en el mundo. ¿Por qué no paraba ya aquella tormenta?

– ¿Estás seguro de que ninguno de los hombres de Marvot vio marcharse a Frankie?

– Te garantizo que me lo habrían dicho. Si la tormenta amaina lo suficiente, pondremos ese helicóptero en el aire y podremos encontrarla.

– No podemos esperar. -Grace apretó los puños-. Es sólo una niña. Podría morir ahí fuera.

– Lo sé, lo sé. Vamos a salir de nuevo en otra dirección en cuanto el equipo vuelva al campamento.

Y probablemente para no encontrar nada, pensó Grace, desesperada. El desierto era enorme. Sin embargo, con aquella tormenta, Frankie y el potro sólo podrían estar a pocos kilómetros de distancia. Pero aun así no la encontrarían. Debía pensar. Tenía que haber una manera.

Grace se puso tensa. Quizá hubiera una…

Se dirigió a la tienda en la que había desaparecido Kilmer.

– En cuanto llegue el equipo de búsqueda, házmelo saber.

El equipo de búsqueda regresó al campamento veinte minutos después.