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Frankie no iba con ellos.

Grace se quedó observando a los desaliñados hombres, prácticamente irreconocibles, que se acercaban al oasis. Era lo que había esperado, lo cual no impidió que se sintiera presa del pánico. ¿Cuánto tiempo podría sobrevivir Frankie allí fuera?

– Adam está aquí, Grace -dijo Kilmer detrás de ella.

Se volvió para mirarlo.

– ¿Los ha traído?

– Sí. -Kilmer apretó los labios-. Es una locura. No funcionará.

– Podría ser. No creo que lo hiciera ninguna otra cosa. La tormenta está amainando, pero de momento sólo para diez minutos y luego cobra fuerza de nuevo. No quiero esperar a ese condenado helicóptero. -Se volvió y caminó hacia al grupo de hombres reunidos en el corral-. ¿Quién de vosotros es el jeque?

– Te presentaré. -Kilmer la alcanzó-. Grace Archer, el jeque Adam Ben Haroun.

El hombre que se volvió para mirarla era alto, moreno y de unos treinta y tantos años. Tenía una cara interesante; parecía más occidental que árabe. El hombre inclinó levemente la cabeza.

– Encantado de conocerte. Lamento que sea en estas circunstancias. Mi gente hará todo lo posible para encontrar a tu hija.

– Gracias. -Grace clavó la mirada más allá del hombre, en el remolque de los caballos-. Y gracias por traer los caballos.

El jeque se encogió de hombros.

– Mis cuidadores estaban deseando deshacerse de ellos. Se quedaron asombrados por cómo los metiste en el remolque. Y no es que mis hombres no sean diestros, peros esos caballos son… diferentes.

– Los sacaré del remolque.

– ¿Y para qué?

– Quizá ellos puedan encontrar a Frankie.

– ¿Con esta tormenta?

– Ahora ya no es tan fuerte. Para y empieza de nuevo. ¿Te pidió Kilmer las capuchas protectoras?

El jeque asintió con la cabeza.

– Tenías razón. Puesto que vivimos en el desierto, de vez en cuando hemos tenido que utilizar artilugios especialmente fabricados para proteger los ojos y los orificios de los caballos. Aunque preferimos no viajar con este tiempo en ninguna circunstancia.

Pero la suya era una tribu nómada, y era natural que hubiera circunstancias en que se hiciera necesario. Era la respuesta que ella había estado esperando.

– ¿Y has traído dos?

– Sí, pero a los caballos no les gusta el artilugio. Les hace sudar. Lo más probable es que se asusten y los pierdas.

– No se asustarán. Trabajaré con ellos; estaré con ellos. -Esperaba estar diciendo la verdad. Los caballos habían estado muy cerca de ser presas del pánico antes, cuando los había metido en el remolque-. Es un riesgo que he de correr. Mí hija tiene el potro de la yegua con ella. Confío en que el instinto los conduzca hasta la cría. He oído que ha ocurrido en otras ocasiones.

– ¿Los conduzca? -preguntó Kilmer-. ¿Vas a llevarte a los dos? Sólo necesitas a la yegua.

– Eso fue lo primero que pensé, pero han estado juntos toda su vida. Son la Pareja. Y la yegua se pone nerviosa sin el semental. No puedo estar segura de cómo reaccionaría si la soltara sola. -Abrió la puerta del remolque y tiró de la rampa para bajarla-. No me puedo quedar aquí a hablar. Tengo que prepararlos para salir. A Dios gracias, la arena ya no escuece tanto.

– Voy contigo -dijo Kilmer.

– No, no vas a venir. Para ellos eres un extraño. Te dije que los caballos ya se van a poner bastante nerviosos. Quiero que se concentren en Frankie y el potro. Dame un GPS, y así podrás localizarme cuando los encuentre. -Empezó a subir por la rampa-. Mientras, Donavan y Robert pueden salir con otro equipo e intentar encontrarla. Tenemos que explorar toda la zona.

– ¿Y se supone que me voy a quedar aquí tocándome las narices? De ninguna manera.

– Haz lo que quieras. Pero no vienes conmigo. Aunque no estuvieras herido, serías un estorbo. -Grace entró en el remolque. ¡Dios bendito!, qué ganas tenía de que Kilmer la acompañara. Estaba asustada, y él siempre hacia que se sintiera más fuerte. Estaba harta de estar sola; harta de estar sin él.

Bueno, estaba sola en aquello. Salvo por Charlie, y salvo por Hope. Así que manos a la obra.

Acarició suavemente el cuello del semental.

Hola, Charlie. No esperaba verte tan pronto, pero tenemos un problema…

Capítulo 19

El viento se había vuelto a levantar. Resultaba difícil respirar. ¿Cuánto tiempo llevaba allí fuera?

¿Horas?

Quizá no. No podrían haber estado tanto tiempo fuera del oasis. Era difícil decirlo. Parecía como si hubiera dado un salto en el tiempo.

Charlie respiraba con dificultad a través de la máscara de plástico transparente que le cubría los ojos y la nariz. La parte inferior estaba abierta para permitir que el aire circulara, pero éste seguía siendo denso a causa de la arena. A Hope parecía estar yéndole un poco mejor.

Charlie se detuvo y levantó la cabeza.

Sigue caminando, Charlie. ¿Dónde demonios está tu fantástico instinto? Tenemos que encontrarlos.

El caballo empezó avanzar de repente. Luego tomó otra dirección y emprendió la marcha con un trote más vivo. Hope fue tras él.

No es así como se suponía que tendríamos que ir. Se suponía que, en esta ocasión, Hope tendría que estar guiando. Es la madre, ¡maldita sea!

Pero la yegua estaba acostumbrad, a seguir a Charlie. A Grace sólo le quedaba rezar para que impusiera su dominio cuando el instinto maternal irrumpiera.

La arena era más densa en la cresta de aquella duna, pero Grace estaba desorientada y era incapaz de determinar lo cerca que estaban de la ladera.

Charlie resbaló, se deslizó y se afianzó. Grace a duras penas consiguió no caerse del caballo.

Hope relinchó, inquieta.

Yo también estoy asustada. Es como perderse en el infierno. Pero si yo estoy tan asustada, ¿cómo debe sentirse Frankie?

Charlie estaba bajando en línea recta por la duna, resbalando, deslizándose, corcoveando.

Al tercer corcoveo, Grace salió catapultada por encima de la cabeza de Charlie.

Oscuridad.

Sacudió la cabeza para despejarse, y a punto estuvo de vomitar.

– ¿Charlie? -No podía verlo. No podía ver nada, excepto arena y la oscuridad que iba y venía. Debía sacar la baliza de señales del bolsillo. Pulsar el botón. Decirle a Kilmer dónde estaba.

A punto estuvo de gritar cuando intentó mover el brazo derecho. Algo le pasaba en el hombro…

Buscó a tientas con la mano izquierda hasta que encontró la baliza, y la pulsó. Ven y recógeme, Kilmer. He metido la pata. Te toca a ti. Tienes que encontrar a Frankie.

– ¡Charlie!

Allí estaba, a unos pocos metros de distancia, con Hope detrás de él.

Grace intentó sentarse, y se cayó hacia atrás cuando el dolor le recorrió todo el cuerpo. Respiró hondo y esperó a que el dolor remitiera. No podía dejar solos e indefensos a los caballos, cuando ella misma estaba indefensa. Podría entrarles el pánico y lastimarse. La tormenta había vuelto a remitir lo suficiente como para que la arena sólo fuera una molestia punzante, pero no una amenaza cegadora. Se arrastró hasta Charlie y se puso de rodillas lentamente. Un minuto más y habría conseguido levantarse. Inspeccionó el cierre de la máscara de plástico que cubría la cabeza del semental y luego hizo lo mismo con la de Hope.

Estás solo. Vuelve al corral, Charlie. Lleva a Hope a casa.

El caballo no se movió.