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Cada pocas semanas su hijo Paul le visitaba. Staunt encontraba difíciles las reuniones. Paul, mostrando señas de ansiedad y tensión, siempre parecía a punto de soltar abruptamente: —Por qué no te Vas ya?— Y Staunt no tendría respuesta, porque no sabía la respuesta. Había leído a Hallam cuatro veces. Filosófica y psicológicamente estaba preparado para Irse. Pero se quedaba.

25

A mediados de agosto Martín Bollinger entró en su apartamento, extendió una hoja de papel y dijo:

—¿Qué es esto, Henry?

Staunt le echó una mirada. Era una fotocopia del aria de La nueva posada.

—¿Dónde encontraste eso? —preguntó.

—Uno de personal lo encontró por casualidad cuando arreglaba el cuarto.

—Yo creía que teníamos derecho a la intimidad.

—No es una inquisición, Henry. Sólo tengo curiosidad. ¿Has empezado a componer otra vez?

—Ese trozo es todo lo que escribí. Hace meses.

—Es una música fascinante —dijo Bollinger.

—¿Lo es, eh? Yo pensaba que era bastante forzada y áspera.

—No. No. Ni hablar. Siempre hablabas de una ópera de Ben Jonson, ¿verdad? Y ahora la has empezado.

—Estaba animando a un día gris —dijo Staunt—. Garrapatos, nada más.

—¿Henry, te gustaría salir de este sitio?

—¿Estamos en eso otra vez?

—Evidentemente tienes música todavía dentro. Quizá una gran ópera.

—¿Qué propones exprimir de mí, eh? No digas tonterías. No hay nada ya en mí, Martín. Estoy aquí para Irme.

—Pero no te has Ido.

—Lo has notado —dijo Staunt.

—Te fue aclarado desde el principio que no íbamos a presionarte. Pero he empezado a sospechar, Henry, que ni siquiera te interesa Ir, que estás marcando el paso aquí, quizá madurando esta ópera, quizá llegando a un acuerdo con algo indigerible en tu alma. Lo que sea. No tienes que Ir. Te enviaremos a casa. Termina La nueva posada. Piensa los pensamientos que quieras pensar. Vuelve a pedir la Ida el año que viene o el siguiente.

—Quieres esa ópera de mí, ¿verdad?

—Quiero que estés feliz —dijo Bollinger—. Quiero que tu Ida sea correcta. Este trozo de música es sólo un indicio de tu estado interior.

—No habrá ninguna ópera, Martín. Y no tengo planes de salir de Omega Prima estando vivo. Haber impuesto a mi familia esta penosa experiencia, y luego regresar a casa y decirles que sólo ha sido un jolgorio de vacaciones aquí. No. No.

—Como quieras —dijo Bollinger. Sonrió y se apartó dejando una pregunta no expresada, suspendida como una espada entre ellos: Si quieres Irte, Henry, ¿por qué no te Vas?

26

Staunt era consciente de que había cobrado la categoría de permanente entre los que Partían, un tipo de conservador emérito de la Casa de Realización. Aquí estaba, gozando de esta vida de desahogo y dignidad, aceptando las atenciones de voz dulce de los que se proponían empujarle suavemente fuera del mundo, desempeñando su papel de patriarca entre los cascotes desmoronados que eran los otros que Partían. Cada semana llegaban nuevos; él los recibía con solemnes saludos, les ayudaba a asociarse con los que ya estaban en residencia, y con el tiempo, presidía su Ida. Y él se quedaba. ¿Por qué? Ciertamente no por miedo a morir. ¿Por qué, entonces, hacía una carrera profesional de su Ida?

Posiblemente para poder tener el prestigio de ser el héroe de su tiempo, representante de la noble renuncia, practicante de la partida gozosa. Muchas palabras fáciles sobre el hecho de hacer girar la rueda y de crear un lugar para los que vienen: un Sydney Cartón del siglo XXI, de pie junto a la guillotina y alabando la parte que él hará mucho mejor, sólo que ahora encuentra que le gusta tanto el papel que se olvida de arrodillarse y de ofrecer el cuello a la cuchilla.

O quizá sólo está interrumpiendo el aburrimiento de una vida demasiado sosa con una aventura fingida de morir. La gloria de llegar a ser uno de los que Parten, prestando así complejidades interesantes a una existencia estática. Pero con la diversión y no la muerte como propósito real. ¿Sí? Si es así, Henry, vete a casa y compon la ópera; las vacaciones debieran haberse terminado ya. Estuvo a punto de llamar a Bollinger y pedir que le mandaran a casa. Pero luchó contra el impulso. Salir de Omega Prima ahora sería una verdadera cobardía. Él debía al mundo una muerte. Había ocupado este cuerpo bastante tiempo. Se necesitaba su lugar; pronto se Iría. Pronto. Pronto. Pronto.

27

A principios de septiembre llovió cuatro días seguidos, un acontecimiento casi desconocido en esa parte de Arizona. La señorita Elliot dijo que los indios Hopi, bailando sus bailes de serpiente en la meseta, lejos, al norte, se habían excedido este año y habían mandado nubes de lluvia por todo el Estado. Staunt, con horror del personal, salió todos los días a quedarse bajo la lluvia, dejando que las frescas gotas le mojaran la fina bata y mirando lo rápidamente que penetraba el agua en la roja tierra sedienta.

—Usted va a coger un catarro de muerte —le dijo el señor Falkenbridge firmemente. Staunt se rió.

Pidió otra copia impresa con amplios márgenes de La nueva posada e intentó esbozar la escena de apertura. No le vino nada. No pudo encontrar la línea vocal conveniente, ni tampoco pudo captar de nuevo el extraño color de la anterior aria. Los tonos y las texturas de Ben Jonson se habían escapado de su mente. Abandonó el proyecto sin pesar.

Hubo tres ceremonias de Despedida en ocho días. Staunt asistió a todas y habló en dos.

Arbitrariamente, escogió el 19 de septiembre como el día de su propia Ida. Pero no le contó a nadie su decisión y el 19 de septiembre vino y pasó, dejando a Staunt inalterado.

Al fin del mes le dijo a Martín Bollinger:

—Soy un impostor. No me he movido ni un centímetro más cerca de la Ida en todo el tiempo que llevo aquí. Nunca siquiera he querido Irme. Todavía quiero vivir, ver y hacer cosas, tener experiencias. Vine aquí por desesperación, porque estaba estancado, aburrido, me hacía falta novedad. Jugar con la muerte, vivir un pequeño libreto del morir. Eso es lo que buscaba. Emociones. Un acontecimiento en una vida sin notables acontecimientos: Henry Staunt se prepara para Morir. Os he estado usando a todos como actores en una cínica charada.

Bollinger dijo con calma:

—¿Lo arreglo para que vayas a casa, entonces, Henry?

—No. No. Llámame al Dr. James. Y avisa a mi familia que tendrá lugar mi ceremonia de Despedida de hoy en ocho días. Es hora de que me Vaya.

—Pero si todavía quieres vivir...

—Y ¿qué hora mejor que ésta para Ir? —preguntó Staunt.

28

Todos estaban allí, alrededor de él. Paul había venido, y Crystal, también, de regreso de la Luna y aparentemente débil, y todos los nietos y bisnietos, y los amigos, los directores y los compositores más jóvenes, y algunos críticos; más de cien personas en total, todos vinieron a despedirle. Staunt, no drogado pero ya empezando a ascender, había pasado distante entre ellos, dándoles las gracias por asistir a su fiesta de Despedida, dándoles la bienvenida a su ceremonia de adiós. Estaba asombrado de ver su propia calma. Sentado ahora sobre el trono de honor, escuchaba las oraciones finales y aguantaba sin chistar una miscelánea de sus composiciones más famosas, evidentemente montadas de prisa por alguien inexperto en tales cosas. Martín Bollinger, que hacía el elogio principal, citaba mucho a Hallam: «Con demasiada frecuencia nos engañamos al pensar que estamos verdaderamente preparados, cuando de hecho no hemos llegado siquiera a la preparación, y escogemos Irnos por motivos indignos o superficiales. ¡Qué trágico es llegar al verdadero momento de la Despedida y darse cuenta de que se ha engañado, que los motivos son falsos, que realmente no se está, ni en lo más mínimo, preparado para Ir!»