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– Está bastante rígida -dijo cuando su pierna hubo quedado cubierta.

– Tendrás que aflojarlas un poco. Mueve los dedos de los pies.

Aldous obedeció.

– Sobra espacio -dijo.

– ¿Demasiado? -preguntó el señor Knight.

– No, sólo el justo.

– Prueba con la otra.

Aldous se calzó la segunda bota impermeable. Sus piernas quedaron rígidamente extendidas ante él.

– ¿Estás seguro de que se doblarán? -preguntó.

– Unos cuantos días de uso deberían bastar -respondió el señor Knight.

Aldous se disponía a bajar de la hamaca cuando el jardinero lo cogió del brazo para ayudarlo.

– Puedo arreglármelas.

– Seguro que sí.

Un instante después Aldous estaba de pie en el agua, con las piernas rígidas en sus altas botas verdes; los dos se pusieron a contemplarlas como si esperaran que bailasen.

– ¿Seguro que no te aprietan demasiado? -dijo el señor Knight.

– Parece que me van bien -respondió Aldous.

– Porque en cuanto hayas caminado con ellas ya no podré volver a quedármelas.

– No, no. Me van bien.

– Entonces da unos cuantos pasos con ellas.

Aldous así lo hizo.

– Me siento como un espantapájaros.

– Tenía intención de hablarte de eso -dijo el señor Knight.

– ¿Eh?

– He pensado que podríamos ir a la tienda de Sue Ryder.

– ¿La tienda benéfica? -preguntó Aldous.

– La beneficencia es cuando consigues algo a cambio de nada. Allí venden cosas. Como ropa.

– No necesito ninguna prenda -dijo Aldous.

– Esa chaqueta parece haber conocido días mejores.

– Cosa que no tiene nada de sorprendente. La obtuve de un vagabundo.

– ¿Un vagabundo? -repitió el jardinero.

– Él tenía dos chaquetas y yo tenía frío, así que me dio una.

– Muy decente por su parte.

– Yo no se la pedí -dijo Aldous.

– Estoy seguro de que no lo hiciste.

– Y ahora tampoco lo estoy haciendo. Es una chaqueta estupenda.

– Hablemos de ello durante el desayuno -dijo el señor Knight.

– ¿Qué desayuno?

– He pensado que podríamos ir al pueblo y tomar algo en una cafetería para brindar por tus piernas secas.

– Me gusta brindar -dijo Aldous.

– Y a mí. Pero también podríamos tomar beicon. Y huevos, salchichas, tomates…

Las tripas de Aldous gruñeron. Sin embargo, empezó a sospechar. Nadie le había pagado el desayuno antes. No que él pudiera recordar.

– ¿A qué viene todo esto? Botas, chaquetas, desayuno. No es mi cumpleaños.

– ¿Cuándo es tu cumpleaños? -preguntó el señor Knight.

– No me acuerdo.

– Pues, entonces, digamos que hoy es tu cumpleaños.

La reserva de Aldous se desmoronó. La palabra «cumpleaños» lo reconfortaba. Podía no recordar la fecha del suyo, pero se acordaba de la última vez que lo había celebrado. Fue su undécimo cumpleaños, y el primero y último en el que su tía Larissa le había regalado algo. Larissa y los cumpleaños; una broma que nunca pasaba de moda:

– Nada de Larissa.

– Si lo hubiese habido, sentiría que algo no iba bien.

Su cumpleaños no era el único que su tía pasaba por alto, ya que hacía lo mismo con los cumpleaños de todo el mundo. Incluso se olvidaba del de su hermano. Lo olvidaba o hacía como si no existiera. Pero aquel año, sin duda porque estaba viviendo en su casa y se le había recordado a menudo, tenía algo para Aldous. «No son nuevos -dijo mientras le daba los pequeños binoculares de latón, que no estaban envueltos-. Ya no eran nuevos cuando los compré. Pero llevan más de veinte años conmigo. ¡La de cosas que he visto a través de ellos en mis viajes!»

El cumpleaños conmemorado por la tía Larissa, naturalmente, se había celebrado en Whitern Rise. Su siempre altiva amiga Vita, mayor que ella, también había estado allí, con su larga nariz y sus grandes sombreros y sus cigarrillos. Vita era escritora por lo visto y, al parecer, tenía un castillo en Kent. Afirmaba entender mucho de jardines, y se mostraba bastante despectiva al hablar de los trabajos que se habían llevado a cabo en Whitern Rise, algo que irritaba a maman, aunque lo disimulase. Pero ese día había habido gelatina y crema de vainilla y pasteles con forma de mariposa, que para Aldous y los otros niños eran mucho más interesantes que la nada bienvenida visitante. Ursula preparó un gran muñeco de pan de jengibre con «Aldous» escrito en el pecho, lo que hizo reír a todo el mundo.

– ¿Qué es lo que tiene tanta gracia? -le preguntó el señor Knight.

– Algo que acabo de recordar.

Partieron juntos, manteniéndose bien alejados de la orilla del río por si se diera el caso de que confundiesen su posición. Aldous caminaba como si sus piernas estuvieran hechas de madera, pero disfrutaba de la sensación de tenerlas secas.

El pueblo inundado estaba silencioso y desierto mientras iban vadeando el agua a lo largo de Main Street, cruzaban el antiguo puente de madera, dejaban atrás el pub donde murió Eric Hobb y entraban en Stone. Al poco, atravesaron las aguas marrones de la plaza del mercado y subieron la escalera que llevaba a la sala seca del Horno del Panadero, al lado de los Cross Keys. Pidieron sus dos desayunos, pero pasados cinco minutos Aldous empezó a sentirse nervioso y se encogió sobre sí mismo, como si esperara que las paredes y el techo fueran a desplomarse sobre él. Engulló su comida a toda prisa, corrió escaleras abajo y salió fuera lo más pronto que pudo.

Martes:3

Cuando hubo recuperado las fuerzas, Naia volvió a la sala alargada en busca del álbum familiar. Aunque había quitado las últimas páginas después de su llegada en febrero, no había sacado el árbol genealógico del interior de la cubierta de atrás. No tuvo corazón para ello, pues su madre había invertido mucho esfuerzo en investigarlo y dibujarlo. El hecho de que la Alex de esa realidad no hubiera vivido lo suficiente para llegar a completar el trabajo era muy triste, pero la única persona que podría haberse quedado atónita al ver el árbol genealógico en su forma terminada era Iván. Naia no dudaba de que aquel Iván se mostraría tan poco interesado en el árbol genealógico como lo estuvo su verdadero padre durante todo el tiempo que su madre pasó trabajando en él, a pesar de que la familia en cuestión era más de él que suya. El interés de papá por sus antepasados siempre había sido poco menos que nulo.

Para sorpresa de Naia, el álbum no se encontraba en su lugar habitual al lado de la vieja edición de la Enciclopedia Británica. Preguntó a Kate si lo había visto.

– Hará cosa de una semana vi a Iván con él -le dijo ella-. Pero no sé dónde lo ha puesto. Podrías llamarlo a la tienda…

Iván había ido a cerciorarse de que sus fortificaciones aún resistían la inundación. En su antigua realidad Naia no habría vacilado en llamarlo, a la tienda o a cualquier otro lugar, pero aquí era distinto. Si bien podía representar ante él la charada del padre y la hija, hasta el momento no había sido capaz de llamarlo por teléfono, bajo ningún pretexto. Tampoco lo telefoneó entonces, pero, incapaz de hacer acopio de la paciencia necesaria para esperar hasta que él hubiera regresado, fue arriba para examinar los papeles de la difunta Alex.

Había descubierto la maleta en el trastero hacía unas semanas, debajo de unos cuantos trastos viejos que Iván había guardado allí porque no se le ocurría qué otra cosa podía hacer con ellos. Aquella maleta contenía la mayor parte de las cosas que se habrían encontrado dentro de una maleta idéntica en la realidad donde había nacido Naia, incluido el artículo de cierta revista, una esquela y el dibujo. Dio con lo que estaba buscando dentro de un sobre tamaño A4 que no había abierto con anterioridad, pero su suerte terminó allí. La madre de Alaric había muerto antes de que tuviera ocasión de compilar toda la información que la madre de Naia había seguido acumulando después del accidente y finalmente, el otoño pasado, había transformado en el árbol genealógico de los Underwood. Las notas, diagramas y fechas sin asignar no tenían demasiado sentido para Naia, lo cual significaba que tendría que esperar a que regresara Iván después de todo. Le pareció frustrante, cuando tenía tantas ganas de averiguar si sus sospechas eran justificadas o meramente descabelladas.