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– Su padre era marinero, su madre no puede soportar estar en el mismo sitio durante más de una tarde -contó a Aldous y Mimi mientras remaba hacia el puente del pueblo-, y entre ambos produjimos un dependiente, si bien uno que está vinculado al agua. Además, curiosamente, es achaparrado, en tanto que yo soy bastante alta y el marinero tampoco era bajo. A veces me pregunto si no me dieron el cambiazo durante el parto -dijo Larissa-. Por si os lo preguntáis, todavía estoy hablando de vuestro primo Edwin.

Miércoles:3

Naia seguía en lo alto del árbol, sobre la misma rama de antes, y no tenía nada que hacer aparte de esperar a que «sucediese», si es que iba a suceder. Miraba de un lado al otro, inquieta, cuando reparó en que las hojas parecían menos verdes que de costumbre. Estaban un poquito amarillentas, eran más pequeñas y no tan abundantes como uno esperaría en el mes de junio. También percibió un olor raro, como a setas. «Bueno, yo tampoco tendría el aspecto y el olor que asociamos con el buen tiempo -pensó- si me hubiera tirado días enteros metida en el agua.»

Miró su reloj. Pasaban unos minutos de las nueve. Quizás él no se tomase la molestia de acudir. Ya era realmente asombroso que se la hubiera tomado la última vez, después de lo que había hecho ella. Naia se preguntó si habría funcionado. Un simple roce, y ambos habrían recuperado su vida. La idea de volver a intentarlo resultaba tentadora. Pero no, ella había dado su palabra. Menuda estupidez, se dijo. Estaba segura ahora de poder romper una promesa si eso significaba que el hacerlo le proporcionaba…

De pronto el árbol se estremeció. Las ramas variaron su ubicación, las hojas cambiaron y se volvieron más brillantes, creciendo en cantidad y volumen, y Naia se encontró agarrándose con todas sus fuerzas para no caer al suelo. Se percató de que la rama, allí donde no lo había notado anteriormente, no era tan larga o sólida en esa realidad, o tan alta.

– Pensaba que esta vez no iba a funcionar -dijo Alaric.

– Yo también -respondió Naia-. Puede que hoy nos falte algo.

– ¿Un factor?

Estaba burlándose de ella. Naia hizo como si no se hubiera dado cuenta.

– El chico. Aldous. Las otras veces él estaba aquí.

– Bueno, hemos llegado, así que no lo necesitamos.

– Me parece que bajaré -dijo Naia.

– Yo no lo haría -advirtió él-. Podrían verte.

– No te preocupes. No tienes por qué venir conmigo.

– Sólo quería decir que podría ser un poco complicado que se te viera. Que se nos vea.

– Porque entonces tendrías que mostrarte simpático, ¿verdad?

Mientras iba bajando al agua, Naia pensó que sus pies nunca volverían a tocar el suelo. Cuando lo hicieron, el agua casi le llegó a la ingle. Alaric se reunió con ella; sus ingles quedaban a salvo, pero se sintió muy incómodo cuando, al avanzar, el agua le empapó la tela de sus pantalones cortos y la humedad fue subiendo. Se aseguró de mantenerse lo suficientemente alejado de Naia por si ella no cumplía su palabra.

Estuvieron acechando un rato, protegidos por la sombra del árbol, desde donde podían distinguir más diferencias tanto en la casa como en el jardín. Además de los postigos marrones en todas las ventanas superiores de aquel lado, había una ventana extra entre el trastero y la esquina más próxima. En las realidades de ambos, aquella ventana había sido tapiada con ladrillos hacía cosa de unos veinticinco años. Un gran barril para recoger el agua de lluvia estaba colocado junto a la puerta de la cocina allí donde ellos no tenían ningún barril. No había ningún garaje. Ya se habían dado cuenta de que en el jardín sur de aquella realidad había más árboles. No parecía haber muchos más en ningún otro sitio, pero había bastantes más arbustos y matorrales que luchaban por emerger de la inundación. También vieron un par de cobertizos de madera, y un invernadero, y la desvencijada casita de verano en la que había reparado Naia durante su primera visita.

– Viejas fotos -murmuró.

– ¿Qué?

– El otro álbum familiar. El antiguo. Podría haber salido directamente de todo esto.

Había un álbum familiar anterior, tanto en la realidad de él como en la de ella, que contenía fotos en sepia o en blanco y negro; algunas de ellas se habían vuelto bastante borrosas. Mostraban tías y tíos olvidados y bisa-esto y bisa-aquello a los que apenas habían llegado a conocer cuando éstos eran ya muy ancianos, o cuyas vidas se les habían escapado por completo. Varias de las fotos más viejas mostraban a un orgulloso aunque desgarbado hombre joven que vestía uniforme del ejército, un muchacho de ojos brillantes y con un atisbo de bigote. Era Roderick Lyman Underwood. Las madres respectivas de Alaric y Naia habían descubierto, en el curso de sus primeras investigaciones con vistas a confeccionar el árbol genealógico, que Roderick había muerto en Flandes en noviembre de 1917, durante la batalla de Passchendaele. Tenía dieciocho años, y su temprana muerte había supuesto un giro decisivo en la historia de la familia Underwood. Si Roderick no hubiera muerto cuando lo hizo, un año antes del final de la Gran Guerra, Whitern Rise habría terminado yendo a parar a sus manos en vez de a las de A. E., el hermano más joven, y entonces una rama alternativa de la familia habría morado allí a lo largo de los años. Debido a los distintos encuentros, relaciones y conexiones que habrían tenido lugar dentro de la rama de la familia que, en este escenario, no habría ocupado Whitern Rise, Alexandra Bell no habría conocido a Charles Iván Underwood en 19X7 y tenido un hijo suyo un año después; y entonces ni Alaric ni N.ua habrían nacido. A menos, naturalmente, que existieran versiones alternativas de Roderick y sólo una de ellas hubiese sobrevivido.

El viejo álbum familiar contenía fotos del exterior de la casa, o de algunas partes de ella. Nunca parecían ser más que un telón de fondo fragmentado que se había utilizado para tomar instantáneas de personas en el jardín. Pero Naia tenía razón. Lo poco de la casa que mostraba el álbum se parecía más a ésta que a las de ellos.

– No lo entiendo -dijo Alaric.

– Si se trata de lo que estoy pensando, yo tampoco lo entiendo -convino Naia.

– ¿Qué estás pensando?

– Ya te he dicho que primero quería comprobar el árbol genealógico.

– Bueno, ¿y no lo hiciste?

– Mi álbum ha desaparecido -dijo Naia-. Tu padre lo perdió.

– Ahora es tu padre -replicó Alaric.

– No me lo restriegues por las narices.

– No podemos quedarnos aquí -dijo Alaric-. Cualquiera podría vernos.

– Quizás hayan salido de casa -sugirió Naia.

– ¿Los siete?

Ella se encogió de hombros.

– ¿Una excursión de familia a algún sitio? -dijo.

– ¿Desplazándose por el agua? -replicó Alaric.

– ¿Quién sabe? ¿Y si llamamos a la puerta?

– ¿No habías dicho que habían salido?

– Dije que podrían haber salido.

– Si están en casa, no van a abrir la puerta y dejar que entre toda el agua.

– Acerquémonos a una ventana, entonces; a ver si descubrimos a alguien dentro.

– Bien -dijo Alaric-. Llamamos a la ventana y alguien responde. ¿Y entonces qué? ¿Nos presentamos? ¿Les decimos que formamos parte de la familia y que venimos de un par de dimensiones distintas, y todos nos estrechamos la mano?

– No podemos decir de dónde venimos -dijo Naia-. De todos modos no nos creerían. No, entablamos una conversación banal y así averiguamos qué es lo que podemos…