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– ¿No podemos irnos? -susurró Alaric.

– ¿Qué?

– Vayámonos -siseó él.

– ¿Adonde? -exclamó Naia.

– No lo sé. A cualquier parte. ¿El árbol?

– ¿Para hacer qué? ¿Para esperar a que se nos vuelva a transportar al sitio del que hemos venido?

– ¿Qué si no?

– No tienes ni idea, ¿verdad? -dijo Naia.

– ¿Acerca de qué?

Naia señaló con la cabeza al hombre que estaba clasificando los huevos en la cocina, con su hijo todavía encima de los hombros; se había inclinado hacia delante para contarlos dentro de una pequeña bolsa.

– ¿No has notado nada en el chico?

– ¿Como qué? -dijo Alaric.

– Me refiero a si no te recuerda a nadie -dijo Naia, y la expresión de Alaric le proporcionó la respuesta-. Cuando salgan -añadió-, fíjate bien en él.

Alaric frunció el ceño.

– ¿Por qué siempre haces esto? Me das una sola pista y luego me pides que resuelva el enigma. Contigo siempre tiene que haber alguna clase de prueba, ¿verdad? Si sabes algo, dímelo.

– De acuerdo -dijo Naia-. Creo que es el abuelo Rayner.

– ¿Qué? -exclamó Alaric.

– Creo que el niño es el abuelo Rayner. ¿Quieres que lo repita?

– ¿El abuelo Rayner? Pero… él era un anciano.

– No tenía tantos años.

– Y murió.

– Sí.

– Pero para que ese crío fuese Rayner, entonces esto tendría que ser…

Alaric podría haber completado la frase, y ciertamente habrían seguido discutiendo el asunto, de no haber sido por un cambio en la luz y una sustitución de entornos. Dos sustituciones.

– Henos aquí -dijo A. E., saliendo de la cocina con la bolsa de huevos. Miró a su alrededor. El pequeño Ray también lo hizo. Sus visitantes habían desaparecido.

– ¡Mirad arriba! -gritó una voz antes de que pudieran expresar sorpresa.

Padre e hijo alzaron la vista.

– ¡Atrás! -ordenó la voz.

Retrocedieron.

– ¡Saludad con la mano!

Saludaron con la mano.

– ¡Sonreíd!

Sonrieron.

Marie, asomada a una ventana del primer piso, sacó una instantánea con la Baby Brownie de su esposo. Dentro de unos meses pondría la pequeña foto en blanco y negro en el álbum familiar con lágrimas en los ojos. Entonces todo sería visto a través de las lágrimas.

Miércoles:6

Lo único que no había cambiado era su proximidad a la casa. La puerta de la cocina, de un estilo ligeramente diferente, se hallaba cerrada, el nivel del agua era más bajo y estaban solos, Naia en su realidad, Alaric en la suya. Sus cuerpos se encogieron sobre sí mismos, como si sus huesos se hubieran ablandado durante la transición, y ambos hubieron de hacer un auténtico esfuerzo para llegar hasta la ventana abierta en la sala alargada y meterse por ella. Alex estaba en la habitación que usaban como trastero, así que nadie vio a Alaric, pero a Naia sí.

– Naia, ¿qué pasa? -dijo Kate.

– Nada, yo… ¡Uau!

Kate la ayudó a quitarse las botas y, poniéndole un brazo alrededor de los hombros, la condujo hasta el sofá.

– ¿Has tenido algún accidente? ¿Te has asustado por algo?

– No, de pronto me he sentido mareada, eso es todo. Ya pasará.

– ¿Estás segura? -insistió Kate.

– No es nada -dijo Naia-. Sólo necesito sentarme durante un rato. Sin hablar.

– ¿Hay algo que yo pueda hacer?

Ella sacudió la cabeza, y Kate la dejó a solas, aunque de mala gana. Naia se recostó y cerró los ojos. ¿Qué había causado aquello? ¿Y sólo le ocurría a ella, o también Alaric se veía afectado de la misma manera después de esos viajes?

Miércoles:7

Alaric subió al cuarto de baño sin que lo vieran. Se quitó con gran dificultad los pantalones cortos y se secó las piernas. Luego fue por el recibidor que llevaba a su habitación, deseando que le fuera posible meterse en ella arrastrándose. Una vez dentro, cerró la puerta con mucho sigilo, se acostó en la cama y se quedó tendido allí, jadeando como si su suministro de oxígeno se hubiera visto reducido a la mitad sin ninguna advertencia previa. ¿Qué había causado aquello? ¿Y sólo le ocurría a él, o también Naia se veía afectada de la misma manera después de esos viajes?

Cerró los ojos.

Miércoles:8

Cuando Naia despertó había un tazón de chocolate sobre la mesa de centro próxima a su cabeza. Se incorporó y se llevó el tazón a los labios. El chocolate estaba frío, pues llevaba algún tiempo allí, pero seguía sabiendo bien. Pasado un rato se sintió lo bastante fuerte para ir hasta la escalera. Llegó al recibidor en el mismo instante en que Alaric, en su realidad, se levantaba de la cama, iba hacia la puerta y salía fuera. Precisamente en el mismo instante, ambos se dirigieron al trastero.

En una pared por lo demás vacía en ambos trasteros había una hilera de estanterías metálicas, puestas allí por dos Alex Underwood el 29 de octubre de 1998 para que se pudieran guardar en ellas puzles, juegos de mesa y demás cachivaches para los que no había sitio en ninguna otra parte. En la estantería de arriba de todo había un puñado de libros y folletos con las esquinas dobladas. Entre los libros allí guardados figuraban un enorme (y ya anticuado) Atlas del Universo; Sobre la pluralidad de mundos, de David Lewis, el anuario de la revista Punch correspondiente a 1890, una edición de la Italia de Baedeker, publicada en 1981, y el viejo álbum familiar. En el estante de arriba de todo de una realidad, pero no en el de la otra, también había un álbum de sellos. Dentro de la cubierta de éste, escrita con la torpe letra de un chico joven, había la inscripción «A. U., Whitern Rise».

Sin ser conscientes de lo acertada que había sido su elección del momento apropiado, Naia y Alaric bajaron los viejos álbumes familiares y se los llevaron a sus habitaciones. Allí, sentados en sus sillas idénticas, dieron inicio a su búsqueda de caras, nombres y pistas.

Miércoles:9

Cuando tenía algún problema que resolver Naia solía ir al jardín, pero andar a través de tanta agua le suponía un gran esfuerzo, así que cuando llegó al bote de remos puesto del revés en la ladera que se elevaba encima del atracadero decidió que era un lugar idóneo para sentarse. La repetitiva llamada de un palomo en el tejado y la tenue luz del atardecer la llenaron de calma. En ciertos momentos, e indudablemente aquél era uno de ellos, el jardín de Whitern Rise no tenía nada que envidiar a ningún otro lugar de la tierra a la hora de hacer que te sintieras solo. Naia nunca había tenido miedo de la soledad, pero esa noche habría valorado la compañía. La compañía de Alaric. Necesitaba hablar de las cosas que le rondaban por la mente. Imaginaba que esas mismas cosas también se encontrarían presentes en la mente de él, aunque no podía estar segura. Alaric seguía mostrándose hermético, como si recelase de los caprichosos vuelos de la imaginación y las conclusiones inspiradas. Aun así, pese a lo probable que era que él se mostrase desagradable y despectivo antes que afable y con ganas de hablar, Alaric seguía siendo la única persona del mundo que no pensaría que Naia estaba como una cabra por hablarle de tales cosas.