Los dos, aunque por separado, habían obtenido suficiente información del viejo álbum familiar para convencerse de con quién se habían encontrado en la otra realidad. La mayoría de las fotos carecían de título y de fecha, pero habían encontrado dos con el nombre «Rayner» escrito debajo de ellas. Una era de un bebé de rostro regordete envuelto con un chal de ganchillo y en los brazos de alguien; la otra era de un niño que tendría cuatro o cinco años sentado en el columpio del jardín, una hermana mayor de pie junto a él, frunciendo el ceño para el objetivo. Había una tercera foto, mucho más reveladora. Ésta llevaba por título «Las inundaciones, junio de 1945», y en ella el niño se hallaba a hombros de su padre. El hombre, que calzaba unas botas impermeables altas, estaba de pie en el agua, que le llegaba hasta la ingle, con una pequeña bolsa de papel en una mano. Ambos saludaban y sonreían a la cámara, situada en algún lugar por encima de ellos. A Naia ya no le cupo ninguna duda, y ahora tampoco a Alaric. El niño que tan fascinantes los encontró aquella mañana era el abuelo al que habían visto por última vez hacía cinco años, ahora con sesenta y dos años de edad, en su prematuro lecho de muerte. El hombro sobre cuyos hombros estaba sentado, a cuya canción se había unido, era su bisabuelo, Alaric Eldon.
Naia estaba sentada encima del bote con la mirada perdida a través de un lago que durante toda su vida había sido un río, y sus pensamientos se arremolinaban en su cabeza sin darle tiempo a analizarlos. Ella y Alaric habían visitado en tres ocasiones otro período de tiempo, no una realidad alternativa; a menos que el tiempo fuese otra forma de realidad. Había mucho en lo que meditar al respecto, pero lo que más llamaba su atención por el momento era una de las personas a las que habían conocido allí. No el abuelo de Naia, sino su hermano mayor, Aldous. En el cementerio de su antigua realidad, había una tumba cuya lápida informaba de que un Aldous Underwood estaba enterrado allí. El año de la muerte que refería era 1945. Naia había calculado -porque era todo lo que podía hacer sin disponer de una información más precisa- que tenía once años cuando murió. Si el Aldous cuyos huesos yacían debajo de aquella piedra era el del bote, le quedaba muy poco tiempo de vida cuando ella y Alaric lo conocieron. No tenía el aspecto de alguien que estuviese a punto de morir debido a alguna dolencia o enfermedad, lo que sugería que había ocurrido en las semanas o los meses siguientes a su encuentro. Algo fatal.
Pasado un rato Naia se levantó y echó a andar a lo largo de la orilla, deteniéndose ocasionalmente para juguetear en el agua con las manos. Su fatiga anterior la tenía perpleja. Después de los otros viajes se había sentido bastante cansada, pero esa vez había quedado totalmente exhausta. ¿Por qué? Cuando pasó de su realidad a la de Alaric allá por febrero experimentó el dolor más increíble, pero éste había cesado tan pronto como llegó. Antes de aquellas visitas recientes no había sentido dolor y, de hecho, prácticamente apenas notó ninguna sensación, pero ¡oh, cuando regresó! Entonces ¿cuál era la diferencia? Bueno, había una, y no podía ser más obvia. Entre su realidad y la de Alaric no había existido ningún tiempo diferencial. Ambos vivían existencias paralelas, minuto por minuto; pero los últimos viajes habían sido a otro día. Otra década. Sonrió. Naia Underwood. Viajera del Tiempo. Su sonrisa fue efímera, y se dijo que fuera lo que fuese aquello relacionado con los viajes al año 1945 que había traído consigo tan horrible debilidad, no tenía ninguna prisa por volver a experimentarlo. A pesar de toda la curiosidad que sentía por la vida en el Whitern Rise de aquel entonces, durante uno o dos días no volvería a subir al árbol.
El árbol. El sobre dentro del Agujero de los Mensajes. Con todos los últimos acontecimientos se le había ido completamente de la cabeza. Naia dobló la esquina de la casa y entró en el jardín sur. Fue al árbol Genealógico y sacó el sobre. Mientras lo hacía tuvo la extraña sensación de que la estaban observando, y se volvió con el tiempo justo de ver cómo unos binoculares se movían hacia arriba entre los matorrales y los árboles que crecían junto al camino de acceso. Entrevió un rostro. El de un hombre. Un desconocido.
– ¿Disculpe? -dijo en voz alta.
El no dijo nada y se fue a toda prisa. Naia oyó el chapoteo que producían sus pasos al ir hacia la puerta. ¿Qué iría a hacer ahora?
Se encogió de hombros. En verano, la gente solía subir un trecho por el camino de acceso para echar una mirada a la casa, no porque ésta fuese particularmente grandiosa o impresionante, sino sólo porque estaba allí. Esa clase de intrusiones se aceptaban como algo que había que esperar sin que por ello llegaran a ser bienvenidas, pero el que alguien que no tenía nada que hacer allí fuese por el camino de acceso cuando éste se hallaba inundado sugería un nivel de curiosidad todavía mayor de lo habitual. Y, además, aquel hombre tenía unos binoculares. ¿Un mirón? Tendría que advertir a Kate.
Cuando llegó a la casa, Naia trepó por la ventana, una manera de entrar que ya se había convertido en habitual, y se quitó las botas. Un minuto después, en su habitación, rompió el lacre del sobre. Dentro, encontró una hoja de papel mecanografiada que había sido doblada. La misma máquina de escribir antigua de antes, pero Naia se había equivocado acerca del contenido de la nota. Era completamente distinto.
Mundos completos, universos enteros, idénticos en la mayor parte de los detalles más visibles, coexisten a un pelo de distancia el uno del otro. Las realidades se dedican a construir sus historias sin ser más conscientes las unas de las otras de lo que lo es una pulga de los satélites de comunicaciones.
Es mejor así.
Imagínate qué ocurriría si todos supiéramos que versiones alternativas de nosotros mismos se estaban lavando el cabello en el mismo instante en que nosotros nos lavábamos el nuestro, comiendo un huevo pasado por agua cuando nosotros estábamos comiendo uno, o, pongamos por caso, se hallaban sentadas en el inodoro mientras nos dábamos una ducha. En su mayor parte, las realidades no se superponen ni interfieren las unas en las otras, pero hay algunas que te atraen hacia ellas. Casi siempre son realidades anteriores que continúan existiendo cuando el tiempo estándar sigue su curso.
Son peligrosas. Resístete a ellas si puedes
Aldous U.
Whitern Rise
Naia leyó el documento varias veces. A diferencia del primero, éste parecía ir específicamente dirigido a ella. Y la referencia a las realidades no-paralelas, realidades anteriores, sonaba como si la persona que había escrito la nota supiera que ella había estado en una. ¿Quién había escrito aquello? Obviamente, el anciano que había dicho llamarse Aldous Underwood. Por si el nombre no fuese suficiente, Naia lo había visto dejar el árbol justo antes de que ella descubriese el sobre. La única vez que se encontró con él no le había parecido particularmente inteligente. ¿Cómo era posible que alguien como él llegara a cavilar de ese modo, menos aún, que supiera tanto? Tenía que haber más en él de lo que se percibía a primera vista, o más de lo que él dejaba traslucir. ¿Y qué había pretendido exactamente con aquella advertencia? ¿Qué daño podía haber en aquellas… realidades-del-tiempo?
Naia necesitaba preguntarle aquellas cosas a la cara, oír de sus propios labios lo que él sabía; y averiguar por qué versiones de él en dos realidades estaban escribiendo semejantes notas y las metían en el árbol Genealógico. También esperaba llegar a saber, en el curso de una charla con él, si era el niño con el que ella y Alaric se habían encontrado en 1945, y si lo era, de quién era, entonces, la tumba en el cementerio de la antigua realidad de Naia.
Miércoles:10